Isaak Levitán

Isaak Levitán corbis

“¿Acaso se habían pintado pocos monasterios sobre un fondo de rosa madrugada o luz de atardecer? ¿Acaso se habían pintado pocos límpidos riachuelos y sotos de abedules? Sin embargo, está claro que Levitán reinventó la palabra, creó una nueva y prodigiosa canción, y esta canción de las cosas hace tiempo conocidas, de nuevo, supo embrujar de tal manera que las mismas cosas parecieron nunca antes vistas, recién descubiertas. Por eso debería ser el primero entre los primeros”. Estas son las palabras del crítico de arte y destacado pintor ruso Alexandr Benuá sobre El monasterio silencioso (1890) de Isaak Levitán. Sus palabras se convirtieron en profecía: ciento cincuenta años después del nacimiento de Levitán esta obra se considera la encarnación del paisaje lírico ruso.

Su cuadro Otoño dorado solía aparecer en la parte interior de las tapas de los manuales de literatura de la generación de 1980. Muchos recuerdan cuando la profesora preguntaba: "¿Cómo se puede saber que hay sol, si no aparece y no se ve en el cuadro?". Así eran las primeras clases sobre el desarrollo de la atención y la descripción de la naturaleza de este legendario pintor. Su trabajo es un ejemplo modélico de la naturaleza rusa.

Levitán admiraba la naturaleza y en sus lienzos los espectadores podían encontrar reflejados los sentimientos que no sabían cómo expresar. Estos sentimientos se unen en una expresión, “lo vernáculo”. Desde el siglo XIX “lo vernáculo” obtuvo su sinónimo en “lo de Levitán”.

Nació el 18 de agosto de 1860 en Lituania en la familia de un empleado del ferrocarril. Tenía tres hermanos. A los trece años, ya en Moscú, a donde se trasladó su familia en búsqueda de una vida mejor, ingresó en una escuela de pintura. Unos años después perdió a sus padres y se quedó sin dinero. Aprendió bajo la supervisión del pintor Alexéi Savrásov, muy conocido por su obra Llegaron los grajos. Rondaba la época en la que virtuosos maestros como los grandes pintores Arjip Kuindzhi con su misteriosa Noche de Luna en el Dniéper, Iván Shishkin con sus impresionantes bosques rusos y Vasili Polénov con su Estanque cubierto eran muy famosos.

El joven Levitán era pobre y talentoso. Era sentimental y se le podía herir fácilmente. Paseaba por los bosques hasta la saciedad y pintó obras maestras con las que después se empezaría a vincular el desarrollo de todo el paisaje lírico ruso, superando a los maestros de su época. Su peculiaridad consistía, entre otras cosas, en los incomparables tonos de su pintura. Mostraba una incalculable cantidad de matices relacionados con los cambios de la naturaleza, en la que cualquiera podía reconocer algo entrañable.

El gran escritor ruso Antón Chéjov, buen amigo de Isaak Levitán, decía:

“Si yo tuviera dinero, compraría de Levitán su obra Pueblo, tan gris, tan miserable, tan oculta, tan disforme, pero rebosante de un inexpresable encanto, de la cual no se pueden apartar los ojos, la contemplaría y la volvería a seguir contemplando. Esa simplicidad tan admirable y la explicitud del tema que conseguía en el último momento Levitán, nadie lo consiguió antes que él y no sé si alguien lo logrará después”.

La amistad e influencia del talento entre el gran escritor y el famoso pintor era mutua.

A Antón Chéjov desde Zatishie, junio de 1891:

“Querido Antosha:

El cambio de la naturaleza ha hecho que todo parezca más interesante, han surgido motivos bastante sugerentes. En los oscuros días anteriores cuando estar sentado en casa era lo único que deseaba, volví a leer atentamente tus Cuentos vivos y Crepúsculo y me has impresionado como paisajista. Quedan fuera del discurso muchas ideas interesantísimas pero los paisajes en ellos son el cúmulo de la perfección. Por ejemplo, en el cuento 'Felicidad' las imágenes de las estepas, túmulos y ovejas son impresionantes. Ayer les leí este cuento en voz alta a Sofia Petrovna y a Lika y ambas quedaron cautivadas. ¿Ves lo generoso que soy? ¡Leo tus cuentos a Lika y me extasío! ¡Esto es una generosidad real!”

Levitán era enamoradizo y tanto Lika como Sofia Petrovna eran objetos de su pasión. Las mujeres lo encontraban atractivo, Levitán lo sabía y coqueteaba mucho, afirmaba Mijaíl Chéjov, el hermano del famoso escritor que fuera compañero de colegio de Levitán:

“Era irresistible para las mujeres y sus romances se desarrollaban tempestuosamente, con todo tipo de altercados, incluidos disparos. Cuando veía a una mujer que le interesaba dejaba todo y corría detrás de ella, la seguía incluso si salía de Moscú. No le costaba nada ponerse de rodillas, ya fuera en un parque o en una casa delante de todos. Por causa de uno de esos galanteos lo desafiaron durante un concierto sinfónico y me pidió en el descanso que fuera su padrino de duelo. Y otro de esos romances casi le enemistó con mi hermano Antón para siempre.”

“Otro de esos romances” es la historia con la mencionada Sofia Petrovna. Antón Chéjov escribió la novela La saltarina, en la que toda la sociedad literaria de Moscú reconoció entre sus héroes a Levitán, a Sofía Petrovna Kuvshínnikova y a su marido. No prestaron atención ni al sentido del cuento, ni a los méritos artísticos de la obra, todos discutían el escenario de la historia que describe un salón casi igual que el de Sofia Petrovna, donde acogía a la bohemia de Moscú. La relación amorosa entre la talentosa mujer y el pintor, diez años menor que ella, se desarrolló durante varios años a la orilla del río Volga donde Levitán y su alumna pasaban todo el verano haciendo estudios. La simpatía mutua era evidente para todos y el marido de Kuvshínnikova lo llevaba con dignidad. Pero para Antón Chéjov esto era solo un pretexto para escribir un buen cuento que resultó una gran ofensa para Levitán y su alumna. Los dos tuvieron que romper su relación. Sofia Petrovna nunca permitió que Chéjov visitara su salón y tuvieron que pasar tres años para que el pintor se reconciliara con el dramaturgo. Las obras llenas de luz de aquel periodo tanto de Kuvshínnikova como de Levitán están ahora en la colección dorada de la Galería Tretiakov.

Durante un tiempo Sofia Petrovna se convirtió en la musa de Levitán, pero su gran musa era la naturaleza, a la que adoraba y escrutaba, y aunque pasó un tiempo haciendo tratamientos de salud en Alemania e Italia no incorporó tradiciones ajenas. Creía que el verdadero paisajista podía existir solo en Rusia (según una carta al pintor Víktor Vasnetsov desde Niza en 1894). Sus cartas están llenas de añoranza por Rusia y esta angustia se alimentaba de neurastenia. Pasaba de un gran entusiasmo a una depresión profunda, de tal manera que su desequilibrado estado le llevó a dos intentos de suicidio. Se considera que la obra Aguas mansas refleja esa lucha interior.

Dolorosos pensamientos también provocaron su obra Vladímirka (1892). El nombre alude al camino por el que miles de presidiarios iban hacia Siberia. Levitán lo encontró por casualidad cuando regresaba de cazar.

La naturaleza, como musa genial acompañaba el contraste del estado emocional del pintor.

Al pintor Vasili Polénov desde Moscú, 13 noviembre 1895:

“Acababa de recoger mis cosas para partir a verle, mi buen Vasili Dmítrievich, cuando de súbito, sí, sí, de súbito me arrastró un impulso a trabajar y me apasioné tanto que ya ha pasado una semana en la que no me despego del lienzo. Por qué y cómo surge esto, ¡Dios sabe! Nada más empezar a trabajar, mis nervios se apaciguaron y el mundo dejó de parecerme tan horrible… Este entusiasmo, claro, durará una semana más y conozco mis fuerzas, o mejor, mi debilidad, pero las aprovecharé hasta el final. Quisiera mostrarle mis trabajos pero no puedo mandárselos ahora. Espero su llegada a Moscú y entonces, quizá se acerque a visitar a Levitán.”

Levitán consideraba el arte una “hidra voraz y celosa que toma a la persona entera y la deja sin fuerzas físicas ni morales”. El pintor murió el 22 de julio de 1900 a la edad de cuarenta años.

“Cuanto más veía y hablaba con Levitán, ese hombre impresionantemente espiritual, sencillo, pensativo y bueno, más me imbuía de sus paisajes profundamente poéticos, así empecé a entender más y valorar mejor el gran sentimiento y poesía que hay en el arte… Entendí que no era necesario copiar objetos e iluminarlos con celo para que resulten más impresionantes, no es arte. Entendí que en cualquier arte lo más importante de todo es el sentimiento y el espíritu, ‘la palabra’ con la que un profeta está obligado a abrazar los corazones de la gente. Esta ‘palabra’ puede sonar tanto en la pintura, una línea, un gesto, como en el habla”, escribía el legendario tenor ruso Fiódor Shaliapin.

Cada especialista tiene sus propias preferencias. Hay a quien le impone la refinada y llena de luz Tarde dorada en Plios (1889), pintada a la orilla del río Volga. Otros encuentran que resuena su corazón con Campanada nocturna. Y así desarrollan una filosofía completa alrededor de una o dos obras convirtiéndolas en el centro de toda la creación de Levitán. Pero muchos coinciden en que la apoteosis del profundo pensamiento del pintor se encarnó en su Calma eterna. Como una revelación representa un paisaje majestuoso, una isla pequeña con un cementerio abandonado y una iglesia. La infinidad del espacio y la grandiosidad de los elementos —agua y cielo— hacen alusión a pensamientos sobre la vida y la muerte, a la insignificancia del ser humano y su destino frente a la inmortal naturaleza. Pero no hay sensación de desolación. La eternidad de la naturaleza supone la llegada de la primavera…

Primavera

Esta obra es la elección pictórica de un tímido rincón de sombra, de un bosque donde entre la maleza del sauce brilla un riachuelo azul. Se ven amentos amarillos de sauce en un fondo de hojas grises y verdes y el encaje de ramas finas que hunden al espectador en la poesía de la primavera.

La pintura muestra la capacidad de Levitán de elaborar el verde en la pintura, que a veces se revela incómodo para los artistas. Levitán usaba solo un tono de verde pero conseguía sacar de este tono todos los matices revelando su carácter en una pintura de vida, esperanza, alegría, primavera, felicidad y amor. Creaba sensaciones, como los impresionistas franceses, pero conservando las tradiciones pictóricas rusas. Sus obras hacían respirar a las plantas.

Otoño

“Nadie antes de Levitán retrató con una fuerza tan triste las lejanías de la intemperie rusa. Todo es tan calmo y solemne que se puede sentir como una encarnación de la dignidad (…). Levitán, como Alexandr Pushkin, Fiódor Tiutchev y muchos otros, esperaba el otoño como la temporada más fugaz y más querida. El otoño en las pinturas de Levitán es muy diferente. No se pueden describir todos los días del otoño traspasados por él al lienzo… Y en estas 100 pinturas mostraba todo lo que hemos visto desde niños: abedules dorados, un cielo parecido al fino hielo, la gran tristeza de los días de despedida…”, dijo Konstantín Paustovski, escritor ruso.

Invierno

Levitán raramente mostraba el invierno y la nieve, anteponía siempre el otoño o la primavera. Pero una vez se embarcó en un paisaje de invierno y pintó Marzo. La obra impuso un gran cambio en el arte visual ruso del paisaje. Se reveló que nadie antes había llevado al lienzo la nieve de forma tan viva y pintoresca: sombras añiles de árboles y un vivo cielo azul. La elección de los detalles en la obra es muy escasa pero la impresión entera prueba una nota de vida reciente.

En el invierno de 1899, unos meses antes de su muerte, Levitán viajó a Crimea. Le dolía el corazón y no había ninguna esperanza para su recuperación, pero los doctores le prescribieron el viaje por el aire fresco del mar de la región y el pintor no los contradijo, sino que se alegró mucho de ver otra vez Yalta. Allí fue a visitar a su gran amigo Antón Chéjov, que también se estaba tratando en una dacha. El escritor y el pintor se enfrascaron en una conversación sobre la naturaleza de la parte europea de Rusia. Al hablar, ambos comenzaron a añorarla.

Así, Levitán tomó sus pinturas y un trozo de cartón. En treinta minutos pintó un prado nocturno con almiares mojados. Abandonó el lugar dejando el esbozo a Chéjov. El escritor lo puso en un nicho de la chimenea y lo contempló. En el sur del país, donde está Yalta, no hay crepúsculo: se pasa del sol permanente casi inmediatamente a una noche negra. En la obra de Levitán se ve el estado de esta naturaleza tan singular, cuando el día a punto de morir no consigue acabarse y la noche no se atreve a empezar, el mundo se vuelve gris y el corazón siente una angustia aguda. Para un prisionero de Yalta, la angustia del crepúsculo se mezclaba con la nostalgia por la patria.

Verano

La gran obra El lago es la principal del último periodo de la creación de Levitán. Es la única obra para la que hizo cantidad de estudios y esbozos. Trabajó mucho en ella y obstinadamente trató de crear una imagen monumental, entera y no ocasional de la naturaleza rusa. Es “el canto del cisne” del pintor, pues murió sin poder terminarla. Pero hasta en este estado la obra conmueve por su sinceridad “a lo impresionista”, por la reflexión de la frescura y la vida de la luz del sol, las nubes doradas que pasan por el cielo sin fondo y se reflejan en el agua azul del lago. Las iglesias blancas en la orilla alta, el prado verde, los campos amarillos, los árboles vivos del otoño que se aproxima, todo esto llena al espectador de fe en el futuro de Rusia.

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