Alejandro II
En el malecón del canal de Catalina en San Petersburgo se encuentra la basílica de San Salvador sobre la Sangre. Fue abierta al culto en 1907 en honor a Alejandro II, emperador ruso que el trece de marzo de 1881 en este mismo lugar fue herido de muerte. El autor del atentado fue Nikolái Grinevetski, miembro de la organización clandestina Voluntad Popular, que luchaba por los derechos de los campesinos. Estos fueron liberados en 1861 del régimen de servidumbre por decreto de Alejandro II. Los historiadores enfatizan: “El zar fue asesinado en nombre de la gente que él mismo liberó”.
Demasiado suave pero bien educado
Acercamiento a sus súbditos y aliados extranjeros
Legado de Catalina II: la expansión
Abolición del régimen de servidumbre
El futuro zar ruso, perteneciente a la dinastía Románov e hijo mayor del emperador Nicolás I y la emperatriz Alejandra, nació en Moscú el veintinueve de abril 1818.
Hasta los seis años de edad creció bajo la tutela de su madre y las niñeras de palacio. Al alcanzar esa edad, según las tradiciones rusas de la enseñanza de la nobleza, fue elegido para ser su maestro un oficial veterano, el general Karl Mérder. Sus contemporáneos afirmaban que al joven gran príncipe le gustaban mucho los desfiles militares, los ejercicios y las maniobras. Sin embargo, también son conocidas otras inclinaciones del joven Alejandro: “No quiero gobernar, mi sueño dorado es casarme con una persona digna y crear un núcleo familiar firme”, afirmó el joven futuro emperador.
Sobre Alejandro ejercía una gran influencia el eminente poeta del romanticismo, traductor y profesor Vasili Zhukovski, que compuso un plan de estudios de doce años para el joven. Zhukovski, que profesaba las ideas de la Ilustración, declaró que “su Majestad no tiene que ser científico sino ilustrado”.
Demasiado suave pero bien educado
La gente que rodeaba al futuro zar destacaba que carecía de una voluntad fuerte y que su carácter era suave, sentimental y melancólico. Uno de sus contemporáneos escribió que Alejandro “poseía un don infrecuente entre los zares: la compasión. Lloró al ver a los soldados muertos y heridos durante la defensa de la fortaleza de Sebastopol en la guerra de Crimea. Lloró al despedir a sus familiares muertos, padre, esposa y dos hijos, Alejandra y Nicolás”. Algunos historiadores afirman que los sentimientos de compasión y sensibilidad se deben precisamente a la influencia de su mentor.
En realidad, Alejandro II recibió una educación brillante: hablaba cinco idiomas y conocía a fondo la historia, geografía, matemáticas, estadística, lógica y filosofía. Le dieron clases maestras famosos científicos rusos y hombres notables de Estado: el eminente político conde Speranski, el ministro de Finanzas Kankrín, el consejero de Cancillería Vrunov y el historiador militar Zhominí, entre otros.
Acercamiento a sus súbditos y aliados extranjeros
Según las tradiciones de la casa de los Románov, al llegar a la edad adulta, el gran príncipe Alejandro viajó por el mundo con finalidades educativas y “matrimoniales”: inicialmente, en 1837, recorrió Rusia para familiarizarse durante tres meses con los inmensos territorios del país y conocer de cerca al pueblo ruso que tendría que gobernar en el futuro. Su maestro Zhukovski llamó a este viaje “el conocimiento mutuo entre la nación y el futuro emperador”.
Luego, en 1838, Alejandro realizó un recorrido por diversos países de Europa occidental, donde visitó Suecia, Dinamarca, Prusia, Suiza, Italia, Austria e Inglaterra. Durante el viaje a Prusia conoció a la princesa de Hesse-Darmstadt, Maximiliana Guillermina María (1824-1880), de la familia del gran duque de Hesse, Luis II, pero en realidad hija del barón de Grancy, lo que no suponía una alcurnia suficientemente alta para ser esposa de un zar ruso.
El joven Alejandro se enamoró de la princesa, de catorce años, y se casó con ella a pesar de la “irregularidad” de su condición y las protestas de su madre, Alexandra Fiódorovna. La princesa fue bautizada y según las tradiciones de la Iglesia ortodoxa rusa recibió el nombre de María Alexándrovna. Los jóvenes se casaron el dieciséis de abril de 1841. El matrimonio tuvo ocho hijos —seis niños y dos niñas—, el tercero de los cuales heredó el trono de Rusia como Alejandro III.
La emperatriz María Alexándrovna permaneció alejada de la corte. Por su parte Alejandro no fue un marido fiel y tenía una amante favorita, la princesa Yekaterina Dolgorúkaya, con la que tuvo cuatro hijos y se casó en matrimonio morganático tras el fallecimiento de María Alexándrovna en 1880.
La verdadera tragedia de la vida de Alejandro II fue la muerte de su hijo mayor, Nicolás, heredero al trono de Rusia y la esperanza principal de su padre para las reformas del Estado en el futuro. Nicolás falleció en la ciudad francesa de Niza a causa de una meningitis a los veintiún años de edad.
Legado de Catalina II: la expansión
Tras subir al trono en 1856 al morir su padre, Alejandro II en primer lugar puso fin a la Guerra de Crimea, que azotaba el sur de Rusia, en particular, la península de Crimea, que albergaba en la ciudad de Sebastopol la base de la Armada rusa del mar Negro. Debido a los errores en la planificación y abastecimiento militar, el país no podía resistir con éxito los ataques de sus enemigos: el imperio otomano, Francia, Inglaterra, Austria, Cerdeña y Prusia. El zar ordenó firmar la paz de París, que prohibía a Rusia tener buques de guerra en el mar Negro y el país perdió varios territorios conquistados en la época de Catalina II. Las cláusulas del acuerdo de París fueron suspendidas en 1878 cuando Rusia derrotó a Turquía en la campaña militar de los Balcanes.
En la época de Alejandro II se renovó la política de expansión del imperio hacia nuevas tierras: se sometieron al poder del zar definitivamente los territorios del este del Cáucaso, desde Osetia del Norte hasta el mar Caspio; el zar ruso culminó con éxito las operaciones militares en Asia central; y se procedió a la colonización de Siberia, la anexión de los territorios de Manchuria y la cuenca del río Ussuri. Asimismo se firmó con China la primera delimitación territorial, que le dio a Rusia salida a los mares del Lejano Oriente.
En 1867 el emperador decidió vender Alaska. Este territorio de América del Norte fue colonizado por cosacos y comerciantes rusos desde el siglo XVII. Alejandro II y sus consejeros, analizando la situación, llegaron a la conclusión de que “los gastos del mantenimiento y protección de los territorios de Alaska —muy vulnerables en aquella situación geopolítica— van a superar los posibles ingresos en el futuro”. 1 518 000 de kilómetros cuadrados fueron vendidos al Gobierno de Estados Unidos por 7,2 millones de dólares. Según las cotizaciones del año 2009, la suma equivaldría a 108 millones de dólares estadounidenses.
Abolición del régimen de servidumbre
Al emperador Alejandro II se le conoce también como “el Emancipador”. En 1861 promovió la reforma económica, política y social conocida como “la abolición del régimen de servidumbre”.
Premisas
En Rusia la nobleza poseía inmensos terrenos agrícolas pero la fortuna real de los aristócratas —pobres y ricos— se medía por el número de almas, campesinos siervos, que tenían en su haber. El censo de 1834 dio unos 14 000 terratenientes con propiedades de más de mil almas. La concentración de la propiedad de siervos era desproporcionada y en algunos casos, descomunal. El duque Nicolás Yusupov poseía 250 000 hectáreas repartidas en diecisiete provincias y pobladas por más de 17 000 siervos varones. El hetman, gobernador de Ucrania, príncipe Razumovski, poseía 140 000 almas y con sus familias rebasaba la cifra de 300 000 siervos.
El régimen de servidumbre surgió en Rusia a mediados del siglo XVI. Con los cambios políticos que se produjeron en el país en la época, como la concentración de los feudos bajo la autoridad de Moscú, se intentaba frenar la emigración de los campesinos hacia las estepas meridionales y el consiguiente despoblamiento de las regiones centrales. Se les encomendó a los nobles la administración del trabajo y residencia de los campesinos, hasta entonces libres. Esta subordinación fue reglamentada por el zar Borís Godunov en 1597. Con los monarcas del siglo XVIII, Pedro I y Catalina II, las obligaciones del campesino hacia el señor crecieron.
En el siglo XIX, salvo un pequeño número de campesinos libres, los campesinos siervos constituían la mayoría de la población rural: sus categorías y obligaciones eran de diversos tipos:
-siervos domésticos,
-siervos sometidos a la corvea (trabajo no remunerado),
-campesinos que pagan una renta (obrok).
Más que en una precaria situación económica, el drama de la servidumbre radicaba en la indignidad de su estado, en su analfabetismo total, en su hundimiento espiritual y físico. El duque Yusupov hizo cerrar una escuela y escribió a su intendente: “Sé, por experiencia, que leer o escribir no es de ninguna utilidad para los campesinos. Querría que mis súbditos transmitiesen a sus hijos únicamente las reglas de la buena moral”. Los señores podían vender o hipotecar a sus siervos y tenían el derecho a castigarlos e incluso torturarlos.
En estas condiciones, los siervos a menudo se sublevaban; de hecho solo entre 1844 y 1849, se produjeron 650 levantamientos. Las causas eran siempre las mismas: severidad excesiva, actos de brutalidad, derecho de pernada… Otra reacción eran las fugas colectivas, en las desaparecían pueblos enteros hacia el Cáucaso. En la provincia de Kurks hubo un intento de éxodo de veinte mil campesinos. La situación del campo era insostenible y constituía un cáncer para el Imperio. En varias ocasiones se había estudiado la posibilidad de la liberación de los siervos pero se complicaba con un problema económico: no podía decretarse la libertad sin acompañarla de la entrega de tierras.
En vista de esta situación, Alejandro II declaró: “Más vale abolir la servidumbre desde arriba que esperar a que comience a abolirse desde abajo”, en lo que fue el primer anuncio de su propósito en su discurso a la nobleza moscovita el treinta de marzo de 1856.
El veinte de febrero de 1861 el emperador promulgó el decreto sobre la abolición del régimen de servidumbre. Sin embargo, su ejecución planteaba serias dificultades.
Con el decreto imperial, los campesinos se convertían oficialmente en hombres libres en el sentido que esta palabra tenía en Europa occidental. Al mismo tiempo, la ley, en lugar de conceder gratuitamente las tierras que los campesinos labraban, los obligó a pagar un impuesto especial de por vida al Gobierno, que a cambio pagó un generoso precio a los antiguos señores por la tierra que habían perdido.
En numerosas ocasiones los campesinos solo tuvieron acceso a las peores tierras. Todo el territorio cedido a los campesinos se convirtió en propiedad colectiva de la obshina, la comunidad rural, que dividía la tierra entre los campesinos y realizaba tareas de supervisión. La organización de la obschina funcionó hasta principios del siglo XX, cuando comenzaron las reformas del primer ministro Piotr Stolypin.
Aunque la emancipación no transformó sustancialmente la situación económica de los campesinos, el cambio en su condición jurídica fue esencial. Las puertas al desarrollo personal y profesional de la población rural también se abrieron de par en par: desaparecieron las trabas para la creación de escuelas rurales y la posibilidad de vender la cosecha hizo que el campesinado entrase en un mundo para ellos desconocido: el comercio y la moneda. Unos, con escasa capacidad de adaptación, se empobrecieron; otros se enriquecieron. El escritor Lev Tolstói destacó que “los individuos más inteligentes, los más capaces, llegan a apropiarse de la tierra y a sujetar a otros campesinos a la condición de jornaleros”.
Al mismo tiempo los campesinos emancipados obtuvieron el derecho de circulación y residencia dentro del país. De esta manera, muchos se dirigieron primero a las tierras del sur y más tarde hacia la colonización de los inmensos territorios siberianos, a lo que contribuyó la hambruna del año 1891 y la inauguración del ferrocarril transiberiano.
Además de emancipar a los campesinos, Alejandro II emprendió otras reformas importantes: la aprobación del nuevo estatuto universitario de Rusia con una autonomía más amplia (1863); la reforma del sistema de Justicia, que creó tribunales con magistrados y jurados libres (1864); la reforma administrativa, que incluía cambios en el sistema de autogobierno de las regiones rusas y la creación de consejos regionales elegidos por el pueblo —zemstva— (1864); la reforma militar (1874); y la construcción de ferrocarriles entre otras medidas de trascendencia.
Sin embargo, la “revolución desde arriba” emprendida por Alejandro II y denominada por algunos historiadores la “época de las grandes reformas”, a pesar de que algunas de ellas eran contradictorias, tuvo muchas insuficiencias. El país necesitaba todavía una Constitución.
En 1879 el entonces jefe de Gobierno, Pável Valúyev, anotó en su diario: “En general, en todas las capas de la población aparece un descontento que es indefinido pero que abarca a todos. Todos se quejan de algo como si estuvieran esperando y deseando los cambios”.
Aprovechando el descontento de los campesinos por la distribución de las tierras, entre los círculos intelectuales surgieron organizaciones de apoyo a los agricultores y muchos se dirigieron al campo para realizar campañas de propaganda revolucionaria. Se organizaron también grupos que proclamaban el terror como el arma perfecta en la lucha contra el Gobierno.
Durante su vida Alejandro II sufrió seis atentados. El primero fue en 1866: Dmitri Karakózov disparó al monarca cuando este paseaba por el Jardín de Verano en San Petersburgo. Un policía empujó la mano del terrorista y este falló. Varias veces los caminos por los que debería transitar el zar fueron dinamitados. En 1880 Stepán Jalturin dinamitó la planta baja del Palacio de Invierno, residencia del emperador, pero Alejandro II de nuevo salió ileso.
Pocos días después de su nacimiento, el beato Fiódor predijo que Alejandro II sería poderoso, glorioso y fuerte. Y añadió: “Va a morir con botas rojas”.
El trece de marzo de 1881 a las dos y veinticinco de la tarde en el malecón del Canal de Catalina unos terroristas lanzaron dos bombas al carruaje del emperador. La primera no le provocó daños, pero la segunda, lanzada por Nikolái Grinevetski, cortó las piernas de Alejandro II. Había mucha sangre y dolor, y la muerte llegó dos horas más tarde. Una muerte con botas rojas…
En el momento del atentado el emperador se dirigía desde el Palacio de Mijaíl hacia el Palacio de Invierno para promulgar un nuevo documento de reformas políticas amplias elaborado por el ministro del Interior, Mijaíl Loris-Mélikov. El documento debería ser el primer paso en la preparación de la Constitución de Rusia.