Nikolái Przhevalski

Nikolái Przhevalski RIA Archivo

Antón Chéjov al enterarse de la muerte de este explorador escribió: “En nuestro tiempo enfermo, cuando la pereza, el hastío de la vida y la falta de fe se han apoderado de las sociedades europeas, cuando [...] por todas partes reinan la aversión a la vida y el miedo a la muerte: cuando incluso las mejores personalidades están sentadas con las manos cruzadas, justificando su pereza y lujuria con la ausencia de un propósito definido en la vida, hacen falta entusiastas, tanto como el sol […]. Ellos inspiran, consuelan y ennoblecen la sociedad. Sus personalidades son documentos vivos que indican a la sociedad que además de la gente que discute sobre el optimismo y el pesimismo, que en su aburrimiento escribe novelas mediocres, proyectos inútiles y tesis doctorales de poco valor, que se entrega al libertinaje por la negación de la vida y miente por un trozo de pan; que además de los escépticos, místicos, psicópatas, jesuitas, filósofos, liberales y conservadores, hay gente de otro orden, gente con hazañas, fe y objetivos bien determinados. Tales personas como Przhevalski son muy valiosas en particular porque el sentido de sus vidas [...] es accesible para la comprensión incluso de un niño. Siempre fue así, que cuanto más cerca uno se encuentra de la faz de la verdad, tanto más es entendible y sencillo. Se entiende por qué Przevalski pasó los mejores años de su vida en Asia Central, se entiende el sentido de aquellos peligros y privaciones a las que se sometía [...]. Al leer su biografía nadie preguntará: ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué sentido hay en esto? Pero todos dirán: tiene razón”. 

El explorador glorificado por todo el mundo y el aspirante a novelista nunca se conocieron, en caso contrario, en la fila de los personajes humanos de Chéjov también hubiera aparecido esta persona impresionante y fuerte, el viajero innato que dio a conocer el Oriente al Occidente.

Nikolái Przhevalski no solo descubrió nuevas tierras para la humanidad, sino que también estudió su geología, naturaleza, habitantes, plantas y animales. Descubrió especies de plantas y de animales como el caballo salvaje, el camello salvaje o el oso del Tíbet. En su honor fueron bautizados algunos de ellos, así como una cordillera y un glaciar. Los enormes espacios del Asia interior eran una absoluta terra incognita para los científicos y los viajeros, pero desde las expediciones del explorador ruso el mapa de esta región adquirió contornos precisos, y los posteriores investigadores solamente tuvieron que añadir detalles. Además, Przhevalski, tras regresar de sus expediciones, publicaba la información recabada en los viajes. Estas obras siempre se agotaban en las librerías rusas y extranjeras.

Gracias a él, en la zona del lago Issyk-Kul y por vía pacífica se anexionaron al Imperio ruso más de 200 kilómetros cuadrados de territorio.

En búsqueda del camino

Przhevalski no era el típico representante de la nobleza. Nunca actuó de acuerdo con los cánones, tradiciones y costumbres de la época. No le interesaba en absoluto la opinión de la sociedad. Vivía para y con sus viajes. Prácticamente no le interesaba nada más. Para él la casa, el trabajo y la fama no valían nada en comparación con el encanto de las montañas y desiertos, que se convirtieron en su segunda patria. No veía ningún sentido en las bendiciones de la civilización.

Przhevalski no se encontró a gusto ni en el Ejército, ni en los ambientes comerciales, ni en el servicio público. Siempre le atrajo la libertad, las vastas extensiones, las tierras inexploradas… Ya en la niñez soñaba con África, deliraba con Levingston y otros exploradores. Más tarde entendió que África se encontraba demasiado lejos y que equipar una expedición para ir allá sería un capricho muy caro. Sin embargo, Asia estaba más cerca y prácticamente continuaba inexplorada, pero también, se necesitaba dinero para emprender una expedición con ese destino.

A Przhevalski le tocó servir en el Ejército en una remota provincia. Quizá esto le diera un impulso adicional para convertirse en explorador. Escribió un informe en el que pidió el traslado al río Amur, a las nuevas tierras deshabitadas, pero en vez de obtener una respuesta fue puesto bajo arresto durante tres días. Al final, se encontró en el Amur, pero para entonces ya se sentía traído por otros lugares: las extensiones asiáticas.

Como resultaba prácticamente imposible encontrar a un patrocinador para un joven oficial desconocido, Przhevalski decidió ganar el dinero por su propia cuenta… jugando a las cartas.

Fue un jugador con buena suerte. Durante el año 1868 consiguió reunir una suma bastante significativa para aquel tiempo, 12 000 rublos. Ya podía acceder a su sueño y empezó la organización de su primera y única expedición a Mongolia. Antes de la partida Przhevalski salió a un acantilado del Amur y tiró la baraja de la suerte al río. “¡Adiós, río Amur y tus costumbres!”, dijo y, efectivamente, nunca más jugó a las cartas.

Las expediciones de Przhevalski

En total Przhevalski emprendió 4 expediciones.

En la primera expedición por Asia Central entre los años 1870-1873,  investigando Mongolia, China y el Tíbet, Przhevalski descubrió que Gobi no era una elevación, sino una fosa con relieve de colinas y que Nanshan no era una cordillera sino un sistema montañoso. Descubrió la altiplanicie Beyshán, la hondonada de Tsaydam, tres cordilleras en Kunlun y siete grandes lagos. Los resultados de la expedición le dieron fama mundial. A Przhevalski lo galardonaron con el premio superior de la Sociedad Geográfica, la Gran Medalla de Konstantín.

En la segunda expedición, de 1876 a 1877, Przhevalski descubrió las montañas Altyntag, dio la primera descripción del lago Lob-Nor (ahora seco) y de los ríos que lo alimentaban, Tarima y Konchedaria; la frontera de la Meseta Tibetana fue desplazada más de 300 kilómetros al Norte.

En la tercera expedición por Asia Central de 1879 a 1880 descubrió una fila de cordilleras en Nanshán, Kunlun y en la Meseta Tibetana (incluyendo la Tangla y Bokalyktag), fotografió el lago Kuku-Nor, y el curso alto del Río Amarillo y del Yangtsé.

Cuando Przhevalski emprendió la cuarta expedición, de 1883 a 1885, que era la segunda por el Tíbet, estaba ya enfermo. A pesar de esto logró descubrir una serie de nuevos lagos y cordilleras en Kunlun, al recorrer 1800 metros, indicó las fronteras de la hondonada Tsaydam, y casi 60 años antes del descubrimiento oficial del pico de la Victoria (7539 m) indicó su existencia al describirlo por primera vez.

Las expediciones de Przhevalski no eran fáciles. En algunos casos el científico visitaba tierras que nunca antes un pie humano había pisado. Era un duro trabajo y en algunas ocasiones peligroso. Así, una vez el equipo del científico fue atacado por tribus musulmanas insurrectas en el norte de China. Los viajeros, aunque heridos, lograron rechazar el ataque y a pesar de lo ocurrido, no tuvieron ninguna intención de ceder y regresar. Como resultado, la noticia sobre los valientes extraños se propagó por toda la región, y a Przhevalski empezaron a recibirlo con frecuencia como a una deidad. Se creía que tenía una defensa mágica que lo protegía contra las balas y las espadas, y que cualquier objeto dejado por él defendería el pueblo contra los ataques del enemigo.

El equipo de Przhevalski no era numeroso. Todos eran personas de confianza, que habían estado en las malas y las buenas a su lado durante más de 10 años. El primer equipo lo integraban solamente cuatro personas, pero más tarde la cantidad de expedicionarios aumentó.

En las expediciones complicadas y prolongadas encabezadas por Przhevalski, no hubo ni una pérdida humana, que es un caso excepcional en la historia de las investigaciones geográficas mundiales. El equipo siempre lo formaba gente que había servido en el Ejército ruso, lo que aseguraba una disciplina ejemplar, unidad y un excelente entrenamiento militar. Ningún otro explorador logró cubrir las rutas más extensas como lo supo hacer Przhevalski.

La expedición realizaba una intensa actividad científica como mediciones regulares de los indicadores geológicos y otros, indicaba todos los datos en los mapas y en los diarios correspondientes que llevaba Przhevalski y recogía material etnográfico, botánico y zoológico.

Przhevalski era un viajero innato. Apenas regresaba de una expedición, ya estaba listo para emprender otra, pero la necesidad de procesar los datos y publicarlos, así como los problemas de salud, alguna vez lo apartaron de su amado oficio un año o dos.

En casa, el explorador se aburría en seguida. Se sentía prácticamente ahogado entre las cuatro paredes del departamento de San Petersburgo. Pero, ante todo, le deprimía la gente. No podía quejarse de la falta de atención hacia su persona. En su honor se celebraban cenas y bailes, pero el explorador no gustaba de ese ambiente. Escribía: “Allí fue la libertad, aquí es el cautiverio dorado; aquí todo es a medida, todo viene de un molde; no hay ni sencillez, ni libertad, ni aire”. Un poco más fácil era para él soportar los periodos forzados de la vida sedentaria en la casa en la que nació, en la compañía de su querida nodriza.

Pariente de Stalin

Hoy en día, a la hora de hablar de Przhevalski, frecuentemente se recuerda la leyenda según la cual el explorador era el padre de Stalin. Todo empezó con la semejanza fenomenal que había entre el líder soviético y el gran explorador. Pero esta semejanza se notaba solamente en un par de retratos oficiales de gala.

También a los partidarios de esta versión les convenía dar por buena la información de procedencia desconocida de que el famoso viajero, 9 meses antes del nacimiento de Stalin, estaba de visita en Gori en casa de un amigo suyo, que tenía de sirvienta a la madre del futuro líder soviético.

Presuntamente ella habría tenido una relación con Przhevalski que habría dado como fruto el nacimiento de Iósif Stalin. Los partidarios de esta versión apelaron al hecho de que más tarde el explorador en varias oportunidades envió dinero a su amada georgiana, según datos también sin confirmar. También es sorprendente que después de que los bolcheviques llegaran al poder, los descendientes de Przhevalski evitaran felizmente las represiones, no obstante la procedencia aristocrática del explorador. Aun más, Stalin, que personalmente participaba prácticamente en todas los aspectos de la vida del Estado soviético, incluso en la producción de las películas, dio la orden de filmar una película biográfica de Przhevalski (este honor se otorgaba a un número muy reducido de destacados científicos rusos del pasado).

Sin embargo, haciendo una cuidadosa comparación, se puede ver, que según los diarios del explorador, Przhevalski físicamente era incapaz de encontrarse en Gori en el momento preciso, además hay sospechas de que a causa de su enfermedad fuera estéril.

Consuelo de un solitario

La vida personal del explorador no fue tan buena como la profesional. Según las observaciones de sus contemporáneos, fue indiferente hacia las mujeres. Consideraba que con su modo de vida cualquier mujer sería infeliz con él. Es conocida su frase acerca de los hijos: “En Asia Central he dejado mucha descendencia, claro que no en el sentido directo, sino en el sentido figurado: Lob-Nor, Kuku-Nor, Tíbet, etcétera, estos son mis hijos verdaderos”.

La única debilidad de Przhevalski fue el buen comer. Incluso en las expediciones prestaba mucha atención a la alimentación. Junto con el explorador solía viajar un saco bien custodiado con “delicias”, como el explorador llamaba a diferentes manjares sin los cuales la vida le parecía sin sabor. Siempre estaba dispuesto a darse un atracón, por lo que los compañeros de viaje lo apodaron “el apetito eterno”. Por eso no debe sorprender que Przhevalski fuera un hombre muy corpulento, uno de sus contemporáneos escribía que su peso ascendía a 140 kilogramos.

Przhevalski murió el 1 de noviembre de 1888. El deceso del explorador también está rodeado por un halo de misterio. Según la versión oficial, murió a causa de una fiebre tifoidea, pero algunos biógrafos aseguran que Przhevalski durante 17 años sufrió una grave enfermedad, un tipo de leucemia que además, lo privó de la posibilidad de ser padre.

Lo sepultaron, de acuerdo con su voluntad, a la orilla del lago Issyk-Kul, con traje de expedición, y en el ataúd le colocaron su carabina favorita, una Lancaster de tiro rápido. Sobre la tumba se levantó un monumento: una roca coronada por la imagen de una enorme águila.

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