Alejo II

Alejo II RIA / Serguéi Gunéyev

El patriarca Alejo II (en ruso “Alexí II”) tuvo que afrontar una tarea muy complicada e importante: la de resucitar los valores espirituales en la nueva Rusia de la década de los años 90. Alejo II se puso a la cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa en la época de la perestroika, cuando por primera vez en el periodo soviético la Iglesia tuvo la posibilidad y la esperanza de conseguir libertad y recuperar la importancia, aunque fuera en menor escala, que había tenido antes, así como de predicar la palabra de Dios y abrir nuevos templos. Las autoridades del país, que optaron por los cambios pero al mismo tiempo temían perder el control sobre el Estado, estaban buscando un líder espiritual que pudiera unir a la sociedad soviética que estaba desintegrándose. La Iglesia fue la mejor candidata.

Una figura de trascendencia histórica

En 1990 Alejo II, el obispo de Tallin y Estonia, se convirtió en el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa. Durante los más de 18 años en los que encabezó la Iglesia, en el país ocurrieron cambios fundamentales: desapareció la Unión Soviética, se dejó de perseguir a los creyentes, la Iglesia se liberó de la influencia del Estado, millones de personas llegaron a su seno, fueron reconstruidas, restauradas y construidas miles de iglesias y monasterios, se volvió a crear un nuevo cuerpo de clérigos, prácticamente aniquilado durante las represiones y se logró superar el cisma dentro de la propia Iglesia ortodoxa rusa. Alejo II llegó a ser el principal eslabón de la milenaria tradición rusa entrecortada por las revoluciones y guerras. Tal vez por eso percibía tan bien el horror de la guerra civil y se pronunciaba contra esta, tanto a través de la oración, como con sus acciones en 1991 y en 1993.

Durante los últimos decenios ninguna otra figura espiritual ha gozado de tanto respeto ni ha tenido tanta autoridad moral, no solo entre los creyentes, sino también entre los representantes del Gobierno. Esto resultó obvio el día de los funerales del patriarca, cuando varios centenares de miles de creyentes se reunieron cerca de la catedral de Cristo Salvador para dar el último adiós a Alejo II. La gente vino de todas las partes del país. Había una corriente inagotable de personas que querían despedirse del patriarca. Ningún funeral de ninguna personalidad de la política o del arte ruso de la segunda mitad del siglo XX había convocado a tanta gente.

De diácono a patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa

Alexéi Rüdiger (en ruso “Rídiguer”) nació en 1929 en Estonia. Era de linaje noble, de una antigua familia sueca que en el siglo XVIII se asentó en Rusia y tomó la religión ortodoxa. Los padres de Alexéi eran muy devotos. Su padre fue ordenado diácono en 1940 y posteriormente presbítero (“hierofante” según la jerarquía de la Iglesia ortodoxa).

Alexéi creció en Estonia, donde los usos y el estilo de vida de la Rusia zarista se conservaron más tiempo que en otras partes del antiguo Imperio por eso desde su niñez estuvo rodeado de oficiales del Ejército Blanco y personas creyentes. Desde pequeño servía en la iglesia y soñaba con ser sacerdote. Milagrosamente las represiones no afectaron al futuro patriarca ni a sus familiares, lo que resulta sorprendente teniendo en cuenta su origen y posición. En los años 90 empezaron a correr rumores sobre la supuesta colaboración de Alejo II con la KGB, lo que le abría ayudado a evitar represiones. Pero esa versión carece de fundamentos y pruebas.

A finales de los años 40 y principios de los 50 Alexéi se graduó en el Seminario y la Academia Espiritual de Leningrado (actualmente San Petersburgo) y obtuvo el grado de doctor en teología. El 15 de abril de 1950 fue ordenado diácono con el nombre de Alejo (en ruso “Alexí”), y el 17 de abril del mismo año, sacerdote. Le fue asignada una parroquia en Tallin.  

En 1961 Alejo fue tonsurado monje y unos meses después fue ordenado obispo de Tallin y Estonia, donde sirvió hasta 1986. Cuando muchos cléricos que habían empezado su camino en el seno de la Iglesia en la época de la Rusia imperial empezaron a fallecer, la institución vivió momentos difícles. Los sucedían sacerdotes jóvenes, como Alejo, que no habían contemplado el esplendor de la Iglesia ortodoxa rusa y a pesar de todo eligieron ese camino de servicio a una Iglesia presionada por el Estado ateo. Aunque las autoridades ya no recurrían a represiones sangrientas, seguían mandando a los sacerdotes al exilo, se realizaba una feroz campaña anticlerical y antirreligiosa en la prensa, se ejercía presión económica y policial sobre la Iglesia y se cerraron la mayoría de los templos y casi todos los centros de educación religiosa.

Más tarde Alejo recordaría estos tiempos difíciles del siguiente modo: “Solo Dios sabe por lo que han tenido que pasar los sacerdotes que se quedaron en la Rusia soviética en vez de irse al extranjero. Empecé mi servicio a la Iglesia en la época en la que ya no fusilaban a uno por la fe, pero lo que tuve que soportar defendiendo los intereses de la Iglesia lo juzgarán Dios y la historia”.

Y supo defenderlos. Así, en 1961 el obispo de Tallin no dejó que cerraran el famoso monasterio de la Asunción en Pühtitsa (en ruso “Piújtitsa”), en Estonia. Pudo atraer la atención de la sociedad internacional sobre este problema y salvó el monasterio. Más tarde no permitió a las autoridades locales convertir una catedral en un planetario ni derribar la iglesia de madera más antigua de la ciudad.

Ese mismo año asumió el cargo de vicepresidente del Departamento de Relaciones Exteriores de la Iglesia ortodoxa rusa.  

Puede parecer que el joven clérigo tardó poco en llegar a la cima de la jerarquía eclesiástica pero este hecho es fácil de explicar. A finales de los 50 y principios de los 60 muchos representantes del antiguo obispado ya habían fallecido y los que seguían ocupando los altos cargos fueron destituidos en 1960 por el nuevo jefe del Consejo para los Asuntos de la Iglesia Rusa Ortodoxa, que optó por la renovación de los dirigentes del Patriarcado de Moscú. Además había muy pocos clérigos jóvenes graduados en la Academia Espiritual.

En junio de 1964 Alejo fue ordenado arzobispo. Medio año después fue nombrado gerente de los Asuntos del Patriarcado de Moscú y por consiguiente, miembro permanente del Santo Sínodo. El 25 de febrero de 1968 Alejo fue ordenado metropolitano.

La relación con el patriarca Alejo I desempeñó un papel importante en la vida del obispo de Tallin. “Durante 9 años mantuve una estrecha relación con el santísimo patriarca Alejo I, su personalidad dejó una huella profunda en mi alma. En aquel entonces yo ocupaba el cargo de Gerente de los Asuntos del Patriarcado de Moscú y el santísimo patriarca me confiaba la solución de muchas cuestiones internas. Su modestia, nobleza, su alta espiritualidad ejercían una enorme influencia en mí”.  

El 29 de junio de 1986 Alejo fue nombrado metropolitano de Leningrado y Nóvgorod, conservando también el control de la eparquía de Tallin.

Otro hito de la vida de Alejo, el más importante, fue su elección como patriarca. A los 40 días de la muerte del patriarca Pemón (en ruso “Pimen”), el 3 de mayo de 1990 el alto clero se reunió para elegir al sucesor del patriarca fallecido. De hecho, fue la primera elección libre y democrática del patriarca en casi 100 años. Los delegados del Concilio fueron escogidos en las reuniones locales de las eparquías. El patriarca se elegía a través de una votación secreta de tres candidatos. Ninguno de los tres recibió más del 50% de los votos, por lo cual se realizó una segunda ronda. El obispo de Leningrado y Nóvgorod, Alejo, salió esta vez elegido. El nuevo patriarca se sentó a la cabeza de la Iglesia el 10 de junio de 1990.

Decisiones trascendentes en una época convulsa

Los años del patriarcado de Alejo II estuvieron marcados por enormes cambios sociales y políticos. Sin embargo, el patriarca logró reavivar a la Iglesia ortodoxa, que recuperó el respeto de los ciudadanos, sometidos durante 70 años a propaganda antirreligiosa y atea, así como el de las nuevas autoridades políticas, que tendían a buscar inspiración en Occidente pero entendían la importancia del apoyo de la Iglesia.

Fue durante el patriarcado de Alejo II cuando la Iglesia se separó finalmente del Estado. En los años 90 la Iglesia rusa fue equiparada con muchas otras confesiones en derechos y tuvo que adaptarse a la competencia, algo a lo que no estaba acostumbrada y en lo que perdía con frecuencia.

El patriarca prohibió a los sacerdotes dedicarse a la política y él mismo cumplía rigurosamente con la regla. Durante los enfrentamientos políticos en 1991 y 1993 no dio su bendición a ninguna de las partes y bendijo ninguna de las dos campañas militares en Chechenia.

A diferencia de los líderes de otras confesiones, el patriarca no acudió a la reunión con George Bush en 2002 en Moscú y prohibió asistir a la misma a todos los obispos. No reconoció los restos de la familia real de los Románov, fusilada en Ekaterimburgo en 1918, y no participó en la ceremonia del entierro. En 2008 se pronunció contra el reconocimiento de la independencia de las diócesis de Abjasia y Sujum y de Alania (de Osetia del Sur) de la Iglesia georgiana después de que Rusia reconociera la independencia de ambas repúblicas y mantuvo la relación con el patriarca de Georgia a lo largo del conflicto.

Otra tarea de suma importancia que tuvo que realizar Alejo fue restablecer la unión de la Iglesia ortoduxa rusa y las Iglesias escindidas de esta. Como consecuencia, las parroquias extranjeras creadas por los sacerdotes que no reconocieron el poder soviético y abandonaron el país en los años 20, regresaron al seno de la Iglesia rusa. El patriarca no logró conseguir el mismo resultado en el caso de los viejos creyentes, los cristianos ortodoxos partidarios de la vieja liturgia y cánones eclesiásticos que no aceptaron la reforma de Nikon en 1654. Sin embargo, las relaciones entre la Iglesia y los viejos creyentes se suavizaron.

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