Ana I

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El duque de Liria, un diplomático español en la corte rusa, en su correspondencia describió así a la emperatriz Ana I: “La emperatriz Ana es algo gorda y morena. Tiene una cara más masculina que femenina. En sus tratos es muy amable, afectuosa y excepcionalmente atenta. Es amante del esplendor con exceso: su corte supera en magnificencia a todas las otras cortes europeas. Demanda obedecimiento rigurosamente y desea saber todo lo que está pasando en su Estado. No se olvida de los favores que le han prestado pero recuerda muy bien todos los insultos que le han dicho. Dicen que tiene un corazón muy tierno y yo lo creo, aunque ella esconde muy escrupulosamente sus pensamientos. Puedo constatar que es una soberana perfecta...”

El duque era un diplomático profesional y sabía perfectamente que toda su correspondencia era estudiada con minuciosidad por las autoridades rusas...

Orígenes

Espinoso camino al trono

Dos semanas sin absolutismo

Ajena a los asuntos administrativos

Muerte

Orígenes

Ana fue hija de Iván V, el hermano mayor de Pedro I que gobernó con este entre los años 1682 y 1696. El monarca tuvo cinco hijas, pero sobrevivieron solo tres. Ana fue la segunda. Nació el veintiocho de enero de 1693.

Tras la muerte de Iván V en 1696 a la edad de treinta años, toda la familia se trasladó a vivir a la residencia de los zares rusos en la aldea de Izmáilovo, en los alrededores de Moscú, donde residieron doce años.

En abril de 1708, cuando Ana tenía quince años, la vida alejada de la corte acabó. Se trasladaron a San Petersburgo por orden de Pedro I, quien tenía planes para las princesas. Sin embargo, se dice que la infancia de Ana en un entorno rural moldeó para siempre la personalidad de la futura emperatriz, que nunca dejó de comportarse como una típica terrateniente rusa, con un gran gusto por las diversiones, cotilleos, rumores e intrigas amorosas.

En 1710, siguiendo la orden de su tío, Pedro el Grande, quien decidió fortalecer las relaciones entre Rusia y los países bálticos, Ana se casó con Federico Guillermo, duque de Curlandia y, lo más importante, sobrino del rey de Prusia. En aquel entonces Prusia era una de las potencias militares de Europa. Los primeros meses después de contraer matrimonio la pareja los pasó en San Petersburgo celebrando festejos y bailes. A inicios de 1711 se trasladaron a Curlandia. Pasados tan solo cuatro meses de la fecha de la boda, el joven Federico Guillermo falleció, según se rumoreaba, por comer en exceso.

A petición de Pedro I, Ana, de dieciocho años de edad en aquel entonces, se quedó a vivir en la capital de Curlandia, Jelgava. La medida permitió al emperador ruso conseguir influencia en la región: Ana gobernaba bajo la supervisión del representante ruso Piotr Bestúzhev-Riumin, quien ostentó el poder real en la región dieciséis años (desde 1712 y hasta 1727), durante la mayoría de los cuales fue también el amante de la duquesa.

En 1727 le sustituyó en su puesto de chambelán un noble curlandés, Ernst Johann Buren, más tarde conocido como Von Biron.

Hasta la muerte de Ana en 1740, Von Biron fue su favorito y tuvo gran influencia en todas sus decisiones, ya fueran personales o políticas. Existe la leyenda de que la emperatriz, que jamás volvió a casarse y tampoco dejó herederos directos al trono ruso, tuvo un hijo con Von Biron. El noble Dolgoruki en sus memorias publicadas en 1788 afirma que el hijo menor de von Biron, Carlos Ernesto, nacido el once de octubre de 1728, en realidad no fue fruto de su matrimonio, sino hijo de Ana. Los historiadores no han conseguido encontrar más pruebas pero se sabe que cuando Ana se fue de Jelgava a Moscú en invierno de 1730 parala toma de posesión del cargo, la acompañaba un niño de dos años, a pesar de que el propio Von Biron se quedó entonces en Curlandia con el resto de su familia.

Espinoso camino al trono

El diecinueve de enero de 1730, a la edad de catorce años falleció el emperador ruso Pedro II, nieto de Pedro el Grande, enfermo de viruela, y el trono se quedó sin heredero directo por la línea masculina.

El órgano ejecutivo del país, el Consejo Secreto Supremo, se reunió aquella misma noche para elegir al nuevo soberano.

A pesar de que en su testamento Catalina I designaba a su hija Isabel heredera del trono ruso en caso de fallecer Pedro II sin descendencia, los nobles prefirieron obviar ese deseo real. La joven princesa Isabel (de veintiún años de edad en aquel entonces), por su carácter más que emocional y su actitud imprevisible, les provocaba muchos recelos. Además, los nobles no sentían mucho afecto en general por los hijos de Pedro I y de Catalina I por ser aquella extranjera y descendiente de una familia plebeya.

Entonces, el Consejo dirigió su atención hacia la línea sucesoria del zar Iván V, el hermano de Pedro I. La candidatura de su hija mayor, Catalina, fue rechazada por temores de que su marido, Carlos Leopoldo, el soberano del ducado alemán de Mecklemburgo-Schwerin, interviniera en los asuntos estatales de Rusia.

Finalmente, los nobles votaron a favor de la hermana menor, Ana, que para entonces había ya vivido más que diecinueve años en Curlandia, era viuda y no tenía en Rusia ningún favorito ni partido aliado, con lo cual conformaba a todos. Les parecía ser obediente, manejable y sin inclinación al despotismo.

Dos semanas sin absolutismo

Transcurridos nueve días de la muerte del soberano ruso, el veintiocho de enero de 1730 Ana firmó en Jelgava Las Condiciones, un documento que traspasaba el poder real en el país al Consejo Secreto Supremo, dejando a la emperatriz solo las funciones protocolares. Según el documento, la emperatriz no tenía derecho de declarar la guerra ni de firmar la paz sin el Consejo, introducir nuevos impuestos, gastar los recursos del tesoro real, conceder títulos más altos que coronel, otorgar tierras, quitar la propiedad o la vida a un noble sin juicio, contraer matrimonio ni designar heredero al trono.

El quince de febrero de 1730 Ana entró en Moscú, antigua capital de Rusia. Las tropas y los altos funcionarios del Estado le prestaron juramento de fidelidad.

Sin embargo, entre la nobleza en seguida surgió el descontento por los inmensos poderes que había adquirido el reducido grupo de los miembros del Consejo Secreto.

El veinticinco de febrero de 1730 un grupo de aristócratas rusos (según diferentes fuentes, entre 150 y 800 personas), en su mayoría oficiales de las tropas de élite, se presentó en el palacio imperial para solicitar que Ana I anulase Las Condiciones firmadas en Curlandia y aceptara la monarquía absoluta. La emperatriz vaciló pero su hermana mayor, Catalina, la obligó resueltamente a que firmara la petición.

Dos semanas después de suceder a Pedro II en el trono del Imperio ruso, el uno de marzo de 1730 Ana volvió a hacer el juramento de la nación, pero esta vez en calidad de monarca absoluta.

Ajena a los asuntos administrativos

Al llegar al poder, Ana sustituyó el Consejo Secreto Supremo por un gabinete de ministros. Durante el primer año la emperatriz procuró estar presente en todas sus reuniones pero posteriormente fue perdiendo el interés hacia los asuntos estatales y en el año 1732 asistió únicamente a dos reuniones del gabinete. Poco a poco este órgano obtuvo poderes nuevos como el derecho de promulgar leyes y decretos. Los miembros del gabinete y el favorito de Ana, Von Biron, concentraron en sus manos todo el poder real.

Durante el reinado de Ana, Rusia estuvo en guerra contra Turquía y los tártaros de Crimea por la posesión de amplios territorios en las costas del mar Negro. La guerra de los años 1735 y 1739, a pesar de las grandes pérdidas humanas, no proporcionó el habitual botín al Imperio ruso: la adhesión de nuevos territorios. Tampoco se logró el derecho de mantener la flota en el mar Negro. Por otra parte, tras una guerra breve y victoriosa con Francia, al trono de Polonia accedió un monarca amigo, Augusto III.

En general, los historiadores coinciden en que las guerras de Ana I no fueron muy provechosas para el país pero contribuyeron al prestigio de Rusia en Europa. Por otra parte, también consideran que las posteriores victorias de Catalina II sobre Turquía no podrían haberse alcanzado sin los avances de la época de Ana I.

En lo económico y social se recrudeció el régimen de servidumbre para los campesinos rusos y se elevaron los tributos. La emperatriz inició una reforma tributaria que comenzó con la condonación de la mayoría de las deudas que habían acumulado los campesinos y terratenientes, tanto grandes como pequeños, y que no podrían recaudarse. Al final de su gobierno la emperatriz dejó un presupuesto sin déficit.

Sin embargo, por otra parte muchos de los ingresos del Tesoro público se dilapidaron en la reforma de la corte, que Ana amplió hasta hacerla similar a las europeas. Entre los pasatiempos de la emperatriz estaba el tiro. En las habitaciones de su palacio siempre había fusiles cargados para que Ana en cualquier momento pudiera disparar a algún pájaro a través de la ventana. Entre los cortesanos había muchos payasos y beatos.

Ana I, que desde el primer momento se sintió bastante vulnerable en cuanto a sus derechos sucesorios y siempre sospechaba de conspiraciones a su alrededor, estableció en 1730 la Cancillería de Pesquisas Secretas, que tenía licencia para espiar, detener, condenar y desterrar a los que, supuestamente, eran una amenaza para el Gobierno de la emperatriz.

Una simple frase o un gesto que pareciera tener un doble sentido era suficiente motivo para despertar sospechas y ser encarcelado y torturado. Durante los diez años del reinado de Ana fueron exiliadas a Siberia más de 20 000 personas y en torno de mil fueron ejecutadas (en 1738 la población del Imperio ruso era de aproximadamente once millones de personas).

La nobleza rusa solía atribuir la mayor parte de los abusos a la influencia alemana en la corte de la emperatriz y en todos los sectores de la vida política de la época y, en especial, a su favorito, Von Biron. Los historiadores del siglo XIX describieron al duque como una persona extremadamente ruda, mal educada, muy avara y sanguinaria. Lo acusaban de haber plagado la corte de extranjeros sedientos de poder, lo hacían responsable de todas las represalias y ejecuciones, le acusaban de robos del tesoro imperial y de la pobreza de los rusos. El eminente historiador ruso Vasili Kluchévski escribió: “Este reinado es una de las páginas más sombrías de nuestra historia y la mancha más oscura sobre ella es la emperatriz misma”.

Sin embargo, las investigaciones posteriores no confirmaron estas acusaciones. Según los datos actuales, Von Biron no fue promotor de represalias ni participó en el nombramiento de extranjeros para puestos claves del Estado. Tampoco se ha confirmado la información sobre la supuesta fortuna de Von Biron adquirida en Rusia.

Casi un siglo después de la época de Von Biron, el legendario poeta y escritor ruso Alexandr Pushkin dijo de esta figura que “tuvo la desgracia de ser alemán; en él cargaron todo el terror del reinado de Ana, que correspondía al espíritu de su tiempo y a las costumbres de la nación”.

Muerte

El cinco de octubre de 1740 Ana I se sintió mal y se desmayó. Los médicos advirtieron que la enfermedad podría ser peligrosa. La cuestión del sucesor se había resuelto ya en 1732, cuando la emperatriz estableció que el heredero al trono sería el primer descendiente masculino por la línea de su hermana mayor, Catalina.

El dieciséis de octubre se sintió mucho peor y firmó el nombramiento de Iván, el hijo de dos meses del nieto de Catalina, como heredero al trono ruso. Asimismo, confirmó el derecho de Ernst Johann von Biron al puesto de regente hasta la mayoría de edad del pequeño Iván.

El diecisiete de octubre de 1740, a la edad de cuartenta y siete años y tras diez años en el trono del Imperio ruso, Ana I falleció. Los doctores atribuyeron su muerte a una enfermedad renal.

El reinado de Iván VI fue uno de los más cortos de la historia de los gobernantes rusos: fue emperador tan solo trece meses.

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