Lev Landáu

Lev Landáu RIA / Boris Caufman

Lev Landáu amaba la física, la vida y las mujeres y, al parecer, se trataba de un sentimiento recíproco.

De frente ancha y cabellos rebeldes, este físico fue un genio que marcó una época de la ciencia soviética con sus obras destacadas y conocidas mundialmente. Sus colegas decían que “en el inmenso edificio de la física del siglo XX no hay ninguna puerta cerrada para Landáu”.

Landáu nació en una familia judía hace más de un siglo, en 1908, y ya a sus 14 años pasó a ser estudiante de la Universidad de Bakú (capital de Azerbaiyán) aprendiendo ciencia en dos facultades a la vez: la de Física y Matemáticas y la de Química. El científico siempre bromeaba diciendo que “aprendí a integrar a la edad de 14 años y siempre supe diferenciar”. Y no se alejaba demasiado de la verdad con esta broma. Apenas llegó a la mayoría de edad ya tenía dos obras publicadas sobre física teórica.

En 1929 Landáu se fue del país (lo que no era nada fácil en tiempos soviética) para trabajar con otro físico genial, Nils Bor, al que durante toda su vida consideró su único maestro.

Por extraño que parezca, el genial físico nunca entendió nada de máquinas, ni cómo funcionan, ni tampoco cómo arreglarlas y resultaba absolutamente sorprendente para él observar a su hijo arreglar un reloj o una bicicleta. Así, cuando le preguntaron si tenía un laboratorio donde trabajar, afirmó que le interesaban solo los fenómenos aún no explicados y añadió que la investigación de los fenómenos ya existentes no se podía considerar un “trabajo”. El científico nunca hacía borradores, pues era capaz de escribir fórmulas enormes sin cometer ningún error.

Aún siendo adolescente, Landáu se enamoró tanto de la ciencia que se prometió a sí mismo no fumar ni beber nunca y tampoco casarse jamás. Las dos primeras promesas no resultaron difíciles de cumplir, algo que no ocurrió con la de no casarse. A sus 27 años Landáu pasó a ser un “hombre de familia”, lo que no le impidió de ninguna manera seguir amando a otras mujeres. Lev advirtió a su esposa desde el primer momento de que quería un matrimonio libre, sin condiciones ni obligaciones. Su mujer no tuvo otro remedio que estar de acuerdo. El físico dividía a las mujeres en 4 tipos según su belleza y hasta sus números de teléfonos los apuntaba no en orden alfabético, como se hace generalmente, sino en relación a su belleza.

Siempre optimista y sonriente, el genio estableció en su familia una regla: su mujer debía pagarle una multa por cada mueca de descontento que apareciese en su rostro. La idea es desde luego extravagante, pero, al parecer, funcionaba perfectamente.

Lev Landáu no solo adoraba clasificar a las mujeres, sino también a sus colegas. Por ello elaboró una lista en la que incluyó a diferentes físicos calificándolos con notas del 0 al 5, siendo el 0 la nota más alta. Este fue el grado que solo mereció, según Landáu, Isaac Newton. Albert Einstein recibió un 0,5. Los padres de la física cuántica moderna, Niels Bohr, Werner Heisenberg, Paul Dirac y Erwin Schrodinger, recibieron un 1 y a sí mismo se otorgó un 1,5, que posteriormente se quedó en un 2.  

Con tal energía, enorme volumen de talento y amor infinito por la humanidad, no es de extrañar que Lev Landáu creara su propia academia de física. Pero no era nada fácil superar los exámenes para ser uno de los pocos y selectos estudiantes de Landáu. Exigía de sus futuros alumnos conocimientos básicos de todas las esferas de la física. Durante los 30 años en que existió esa escuela, solo 43 hombres lograron superar los exámenes de ingreso con éxito. Pero los afortunados que pasaron fueron recompensados por su intensa labor, porque trabajar junto al genial físico, según sus contemporáneos, era un verdadero placer. “Soy un manzano dorado pero vale la pena sacudirme lo suficiente como para que entregue una manzanita de oro”, decía Landáu respecto a las obras de sus estudiantes, cuyos temas muchas veces ideaba el propio físico.

Landáu podía trabajar horas sin parar y siempre afirmaba que “si uno para de trabajar, luego le crece un rabo y vuelve a vivir en lo alto de los árboles” parafraseando el dicho “el trabajo convirtió al mono en un hombre”.

Este científico de enorme potencial, durante su vida redactó numerosas obras, entre las cuales destaca Curso de física teórica en 10 volúmenes y casi 50 títulos más sobre diferentes aspectos de la física cuántica y el diamagnetismo y elaboró la primera teoría sobre la formación de las turbulencias en un fluido.

En 1962 Lev Landáu recibió el premio Nobel por sus estudios sobre la superfluidez del helio. Y fue la primera vez en la que un ganador de este premio fue galardonado en un hospital.

Nada y nadie dura para siempre y no es el ser humano quien decide la medida de su vida. En enero de 1962 Landáu sufrió un accidente automovilístico al chocar de frente con un camión. Todos los pasajeros salieron ilesos menos Landáu. Las consecuencias del accidente no fueron pequeñas y hasta su muerte, pasados 6 años, no se recuperó totalmente.

El genial físico era tan apreciado por sus colegas y conocidos que de todo el mundo enviaron a Rusia medicamentos y remedios y científicos rusos sintetizaron en una sola noche un medicamento especial para aliviar los sufrimientos de Lev.

Pero el accidente fue tan grave que no hubo posibilidad de ayudarle. El principal temor de Landáu era no poder volver a trabajar, ya que el trabajo ocupaba el primer lugar en la fórmula de la felicidad según el científico. Los otros dos eran para el amor y las relaciones personales.

Lev Landáu logró llevar su vida tal y como quería. Vivió según sus principios y su moral (por la que detuvo su trabajo en un proyecto de creación de una bomba atómica en los años 50 y tuvo que pasar un año en prisión, entre 1938 y 1939, por sus diferencias ideológicas con el Gobierno), en un mundo no solo poblado por seres humanos, sino también por la física y las matemáticas.

Landáu decía que “el talento es la capacidad de crear algo nuevo en la ciencia”. No solo era talentoso, sino que era realmente genial. Un científico genial y un hombre genial.

“Viví mi vida bien. Siempre logré hacer todo lo que quise”, fueron sus últimas palabras.

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