Mijaíl Glinka
A Mijaíl Glinka lo llaman con frecuencia “el Pushkin de la música”. Al igual que el poeta ruso inauguró la época clásica de la literatura rusa con sus obras, Glinka fue el fundador de la música clásica rusa. Como Pushkin, sumó lo mejor de sus predecesores y al mismo tiempo los superó alcanzando un nivel mucho más alto. Piotr Chaikovski incluso lo equiparó con Mozart. Desde su aparición, la música rusa ocupa una posición relevante en la cultura musical mundial.
El primer compositor ruso
Las personalidades de importancia como Glinka se vuelven a menudo víctimas de su exclusividad. Sus obras se convierten en un modelo obligatorio a seguir. Sus biografías se depuran de cualquier historia cuestionable o polémica, se crean alrededor de ellas numerosos mitos. Esto ocurrió con frecuencia durante la época soviética. La galería de los artistas aprobados por el Gobierno bolchevique incluía al “primer poeta ruso”, Alexandr Pushkin; al “primer pintor realista”, Iliá Repin; y, por supuesto, al “primer compositor ruso”, Mijaíl Glinka. Fue muy valorado por su actitud hacia la creatividad popular, que expresaba concisamente en la frase: “La música la hace el pueblo y los compositores la arreglamos”. Este enfoque respetuoso no pudo sino conquistar a los profesores de música rusa.
La tradición rusa llevada a la orquesta
Desde pequeño, Glinka respetó y se interesó mucho por la música popular. Le gustaba escuchar el coro de los siervos en la casa de sus padres. Anotaba y aprendía canciones populares y terminó siendo el primer compositor que unió exitosamente el folclore y la música sinfónica. No obstante, hay muy pocas melodías populares auténticas reproducidas con exactitud en su obra. En cambio, muchos de sus propios temas musicales no se pueden distinguir de los populares reales. Cabe señalar que la entonación de las canciones populares, su idioma musical, se hizo natural en Glinka.
El interés por los orígenes y la identidad nacional caracterizó el siglo XIX. En Rusia la conciencia nacional se mostró con una intensidad particular tras la victoria sobre Napoleón, en 1812. Por ejemplo, si antes la nobleza rusa hablaba y escribía en francés, después de la guerra la lengua rusa recuperó su posición principal. Los eventos del año 1812 también cambiaron la percepción del papel que desempeña el pueblo en la historia. Se hizo evidente por primera vez que en un momento crítico, las masas manejaban el destino del país. Este “descubrimiento” no solo impulsó a varios hombres de Estado —incluido el emperador Alejandro I— a desarrollar proyectos de abolición de la servidumbre y agradecer de tal modo a los campesinos que formaran una parte significativa del Ejército ruso, sino que también ayudó al desarrollo del arte.
Antes de Glinka, la gente corriente como los campesinos o los ciudadanos raramente participaban en la ópera rusa. Solo actuaban como personajes secundarios de vez en cuando. Glinka puso al pueblo en la escena como un participante activo de la historia. El campesino Iván Susanin en su ópera no es un personaje corriente, sino un gran héroe que salva a todo el país. Encarna cualidades humanas elevadas como el coraje, la inteligencia, la bondad, la pureza de espíritu y la integridad. Por primera vez un plebeyo se convierte en protagonista de una ópera monumental y por primera vez actúa como el símbolo de la nación entera, como la personificación de sus mejores características espirituales.
Música nacional
Además del importante acontecimiento de la Guerra Patria de 1812 contra Napoleón, la personalidad de Glinka se modeló por los estudios en el Internado de Nobleza de San Petersburgo, famoso por el clima de pensamiento libre y por sus profesores progresistas. Uno de los profesores de Mijaíl fue un compañero de clase de Pushkin y el futuro decembrista Vilguelm Kujelbéker. No es casualidad que tras la derrota del movimiento decembrista y los arrestos de los rebeldes, Glinka fuera convocado a un interrogatorio dado que tenía varios amigos entre los detenidos.
La formación ideológica y artística del futuro compositor estuvo influida por la literatura rusa, su interés por la historia, la cultura y la vida popular y, principalmente, por la comunicación directa con los principales escritores y poetas de aquella época: Alexandr Pushkin, Vasili Zhukovski y Alexandr Griboyédov, entre otros. Además, en el ámbito musical fueron muchos los compañeros y maestros de Glinka.
En la primera mitad de la década de 1830, durante sus viajes por Italia, Austria y Alemania, el músico se aproximó a muchos compositores europeos, como Vincenzo Bellini, Gaetano Donizetti, Felix Mendelssohn o Hector Berlioz.
Es sorprendente que fueran precisamente los viajes lo que diera un gran impulso creativo a Glinka para componer sus obras más conocidas. Hacia 1820 se preparaba para convertirse en ser compositor: daba clases y empezó a escribir romances y pequeñas piezas instrumentales. Pero al verse solo en el extranjero en 1830, Glinka se dio cuenta de su vocación: “La idea de la música nacional se iba aclarando. Surgió la intención de crear una ópera rusa”, escribió el compositor en sus memorias. Esta idea se materializó con su vuelta a San Petersburgo: en 1836 terminó de escribir la ópera La vida por el zar, que narra los acontecimientos de 1612. En aquella época el destino del Estado estaba bajo una amenaza: en vísperas de la elección del nuevo monarca, el futuro Miguel I, un destacamento de polacos pretendía entrar en su residencia para matar al joven y no permitir que se restableciera el orden en tierras rusas. Pero a costa de su propia vida, el campesino Iván Susanin decidió salvar al futuro gobernante y desvió a los polacos a una zona pantanosa.
La ópera era innovadora, no solo por su contenido, sino también por su interpretación, complejidad y por la claridad de las partes vocales. Cabe mencionar que Glinka estudió en prestigiosas escuelas de canto de ópera, primero en Rusia y posteriormente en Italia. El virtuosismo de ciertas partes vocales de sus óperas no tenía competencia entre los músicos de su época. Mediante su participación activa, a partir de su trabajo se fundó la escuela vocal rusa.
Normalmente el primer paso para la creación de una ópera es componer el libreto, pero a Glinka no le gustaba ninguna de las versiones propuestas por los diferentes autores, incluso por poetas famosos. Por ello compuso primero la música. El compositor puso las notas en la partitura para el autor del texto, el barón Rozen, y después este creó el texto. Además, Glinka corregía continuamente la letra, por lo que se le puede considerar, como mínimo, coautor del texto.
La ópera se estrenó el 27 de noviembre de 1836 y fue muy bien valorada, tanto por parte del público ruso como por los críticos y expertos extranjeros. En una carta a su madre, Glinka escribió: “Anoche se cumplieron mis deseos y mi labor de muchos años terminó con un triunfo brillante. El público acogió mi ópera con un extraordinario entusiasmo, los actores lo dejaron todo por el trabajo, el emperador me dio las gracias y conversó mucho conmigo”.
Esta ópera se puede considerar como central en la trayectoria del compositor. Aunque su argumento no se inscribiera debidamente en el contexto de la visión soviética de los años 1930-1940 sobre la historia y el destino de Rusia, la obra obtuvo una segunda vida bajo el título de Iván Susanin y llegó a ser una referencia para los compositores soviéticos. Pero previamente el texto fue redactado de nuevo con cambios considerables y de forma algo tosca. La proeza en aras de la patria se convirtió en la trama más importante (el zar ni se menciona en esta versión), mientras que Glinka dio mucha importancia a la glorificación de la monarquía. De hecho, según su propia interpretación, el destino de Rusia y del zar estaban estrechamente entrelazados.
Ruslán y Liudmila: La poesía hecha ópera
El éxito de 1836 animó al compositor. Tras el estreno, empezó a componer la ópera Ruslán y Liudmila, según el poema homónimo de Pushkin. Glinka se volvió a mostrar como un músico innovador: esta ópera sentó las bases para el teatro de ópera de cuento épico, anteriormente desconocido en Europa: una mezcla extravagante que presenta distintos géneros musicales e imágenes: épica, lírica, oriental, fantástica (precisamente en el mismo estilo, Chaikovski creó los ballets La bella durmiente, El Cascanueces, etc.).
La ópera cuenta la historia de una pareja de enamorados, Ruslán y Liudmila, que están separados por voluntad de un mago malvado que ha secuestrado a la joven y la ha encerrado en su palacio. Ruslán empieza la búsqueda de su amada, mientras dos competidores suyos aspiran también a conquistar su mano. Al final, Ruslán vence a sus rivales y al mago y salva a Liudmila.
El compositor tardó cinco años en escribir la obra. Numerosas circunstancias dificultaban la creación: un matrimonio tormentoso que terminó en divorcio; el servicio en la capilla de canto de Palacio, que le consumía parte de sus energías; y el fallecimiento trágico de Pushkin en un duelo que destruyó los planes de trabajar conjuntamente.
A pesar de ello, el trabajo avanzaba, mientras aparecían otras obras, romances y piezas.
El estreno de Ruslán y Liudmila el 27 de noviembre de 1842 trajo grandes sufrimientos a Glinka. Las aspiraciones innovadoras del compositor fueron malinterpretadas por el público: su música estaba lejos de los estándares de la escuela francesa e italiana.
Luego Glinka pasó varios años en París (1844-45) y España (1845-47). En París se celebró con gran éxito un concierto de Glinka. Recordándolo, el músico escribe en sus memorias: “Soy el primer compositor ruso en introducir al público parisino mi nombre y mis obras compuestas en Rusia y para Rusia”.
El viaje por España le despertó por enésima vez el interés por el folclore, pero esta vez por el español y el gitano. El compositor empezó a estudiar español para preparar su viaje y continuó haciéndolo durante su estancia en España. Podía pasar horas escuchando a los cantantes callejeros, anotaba sus melodías. En realidad, Glinka fue el primero entre los extranjeros que visitaron España en prestar atención y estudiar el flamenco, cuya popularidad iba en aumento en aquel entonces.
Conocedor de culturas
Antes de Glinka existía en Europa y Rusia una imagen errónea de España que no tenía nada que ver con los motivos, canciones y danzas nacionales. Los llamados temas españoles de los compositores europeos no contenían nada español y fue el músico ruso quien en sus composiciones mostró la idiosincrasia del sonido de la música tradicional española. Sus piezas sinfónicas Jota aragonesa (1845) y Recuerdos de una noche estival de Madrid (1848-1851) fueron obras sobre el “tema español” totalmente novedosas.
Tras la vuelta a casa, Glinka compuso la fantasía sinfónica Kamárinskaya, basada en dos canciones rusas, una lírica, de boda y otra viva, de baile. Con esta obra, al crear una combinación hábil y atrevida de diferentes ritmos, caracteres y ánimos, Glinka estableció un nuevo tipo de música sinfónica y sentó las bases para su desarrollo posterior. Así comentó Piotr Chaikovski la obra de Mijaíl Glinka: “Como un roble en la bellota, toda la escuela sinfónica rusa está contenida en la fantasía sinfónica Kamárinskaya”.
Glinka pasó los últimos diez años de su vida entre Rusia y el extranjero. Solo unos pocos admiradores suyos le apoyaron en esta época. El ambiente de sorda animadversión deprimía al gran compositor. La creatividad de Glinka disminuyó considerablemente. No obstante, él siguió probando sus fuerzas con nuevos estilos y escuelas.
Glinka comenzó a estudiar las corales rusas, la obra de los viejos maestros, composiciones corales de Johann Sebastian Bach... Fue el primer compositor secular en componer y reinterpretar las melodías sacras al estilo ruso.
Una enfermedad inesperada acabó con su carrera y Glinka no logró realizar mucho de lo ideado. Sin embargo, los compositores rusos de generaciones posteriores reflejaron las ideas del gran compositor en su obra.