Militares extranjeros en el Ejército ruso
El alemán Barón de Münchhausen, capitán de caballería; John Paul Jones, almirante y héroe de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos; Minnich y Lassi, mariscales de campo; von Clausewitz, teórico militar alemán autor del famoso tratado De la guerra; y Agustín de Betancourt, general e ingeniero español... Todos estas personas tienen algo que les une: su servicio en el Ejército ruso. Parte de estos militares extranjeros se quedó en Rusia para siempre, para otros fue tan solo un episodio de su trayectoria militar, pero muchos de ellos dejaron su huella en la historia rusa.
La primera aparición importante de especialistas militares en Rusia coincide con los intentos de reorganizar el Ejército ruso al estilo europeo emprendidos por los primeros monarcas de la familia de los Románov, Alejo I, y su hijo mayor Teodoro. El motivo de ello era muy simple: el enorme país no disponía de un Ejército regular.
Pedro el Grande y la gran afluencia de oficiales extranjeros a Rusia
En 1695 en la plantilla del Departamento de Extranjeros (que se dedicaba a la contratación de oficiales para nuevos regimientos) figuraban 178 oficiales extranjeros y 1000 oficiales rusos. Fueron estos extranjeros los que formaron dos regimientos “para juegos militares” para el entonces niño Pedro y fueron estos los regimientos (Semiónovski y Preobrazhenski) los que posteriormente constituyeron la guardia personal y, más tarde, se convertirían en los más afamados del Imperio ruso.
“La gran Embajada” con que salió de Rusia de incógnito el joven zar Pedro en 1698 fue nominalmente encabezada por el suizo François Lefort, su tutor militar y amigo personal de absoluta confianza, que llegó a ser almirante y general ruso.
En ese año “la gran Embajada” contrató a 700 oficiales más, necesarios para los ambiciosos planes del zar de reformar el Ejército cuanto antes en vista de una inevitable guerra contra Suecia para recuperar la salida al mar Báltico pensada por Pedro.
Tres años después, la tercera parte de todos los oficiales de las tres divisiones de tropas regulares rusas consistía en oficiales extranjeros, la gran parte de ellos en los cargos de oficiales mayores. En los cinco años posteriores Rusia realizó otras dos contrataciones de gran volumen pese a que durante la batalla de Narva contra el rey sueco Carlos XII la mayoría de estos oficiales se rindió junto con el comandante jefe, el duque Charles Eugène de Croÿ. Pero al mismo tiempo fue imposible castigarlos, ya que Rusia todavía no disponía de la cantidad necesaria de oficiales preparados.
El núcleo de oficiales de la flota rusa también lo formaban marinos extranjeros. El oficial holandés Cornelius Cruys, futuro vicealmirante ruso, tenía 40 años cuando Pedro I lo invitó al servicio ruso. En 1697, cuando Cruys llegó a Rusia, el país todavía no disponía de su flota y Cruys tuvo que remangarse: comenzó la construcción de buques en la ciudad de Vorónezh, en el sur del país, levantó el mapa de la cuenca del río Don, acondicionó el puerto de Kronshtadt, la principal y primera base naval rusa en el Báltico y rechazó los ataques suecos contra dicho puerto y San Petersburgo. Por “varar dos buques viendo al adversario” fue condenado al ahorcamiento pero fue perdonado por Pedro I y enviado al exilio a la ciudad de Kazán. En 1719 fue nombrado vicepresidente del Almirantazgo ruso. Antes de morir en 1727 pidió que sus restos fueran enviados a Holanda.
Durante muchos años Pedro I estuvo formando oficiales rusos. Legislativamente lo hizo a través de una ley que obligaba a servir al Estado a todos los nobles rusos. La primera “purga” entre lansquenetes extranjeros, muchos de los cuales no tenían ganas de derramar la sangre en un país ajeno, fue llevada a cabo en 1711, bajo el pretexto de que varios de ellos actuaron mal durante la fallida campaña de Rusia contra Turquía. Pero quizá la principal causa de ello fue la aparición de una generación de oficiales rusos, por lo cual se decidió despedir a los peores de ellos.
Técnicamente la contratación se organizó del siguiente modo: los empleados del correspondiente departamento se movían por las tabernas de ciudades europeas y ofrecían a oficiales la firma de contratos donde se indicaba su salario y grado. Después, los aventureros se dirigían a Rusia y se presentaban en lo que era el Ministerio de Exteriores, donde se comprobaba su currículo y documentos. El siguiente paso era dirigirse al Voyenni Prikaz (análogo del Ministerio de Guerra), donde les asignaban el cargo y les pagaban los primeros meses.
Muchos solicitaban el ingreso por su propia cuenta. El típico lansquenete, mercenario y “cazador de suerte y grados” de la primera mitad del siglo XVIII fue el mariscal de campo Burkhard Christoph von Münnich.
Nacido la localidad alemana de Neuenhuntorf, en el ducado de Oldenburg, en la familia de un ingeniero militar, durante toda su vida intentó dominar ante los demás. A una edad muy temprana se incorporó al Ejército francés como ingeniero militar. En los primeros 20 años de su carrera, este típico representante del mundo muy “globalizado” de profesionales militares de aquella época sirvió en cinco Ejércitos. Sirvió, entre otros, bajo el mando del Príncipe Eugenio de Saboya o el duque de Marlborough.
Al enviar a Pedro el Grande su tratado sobre fortificación fue invitado al servicio ruso. Estuvo encargado de las fortificaciones de Riga y Kronshtadt y mandó la construcción del canal de Ladoga. Dirigió tropas en las guerras contra Polonia y Turquía y en 1734 tomó la ciudad de Dánzig (Gdansk) después de un cerco prolongado, mostrando su experiencia de ingeniero militar, cosa que volvería a mostrar en el asedio de muchas fortalezas más, especialmente en las guerras contra Turquía.
De carácter bastante hipócrita y complicado y experto en intrigas cortesanas, hizo una brillante carrera en el Ejército ruso, ascendido a mariscal de campo en el 1732 y a presidente del Consejo Militar en 1736.
Odiado por muchos contemporáneos suyos y por sus propios soldados, ganó, sin embargo, buena reputación como soldado y profesional al llevar a cabo muchas reformas en el Ejército. Su papel ha sido bastante revalorizado por modernos historiadores rusos.
Barón von Münchhausen
La emperatriz rusa Ana, dando mucha preferencia a los extranjeros, contrataba oficiales de toda Europa.
Así ingresó en el servicio ruso tal vez el extranjero más conocido de la época.
El humilde capitán de coraceros Karl Friedrich Hieronymus, barón von Münchhausen, nacido en Hannover, empezó a servir como paje de Antonio Ulrico II, duque de Brunswick-Luneburg, y más tarde se unió al servicio ruso junto con el duque, quien entabló relaciones con la sobrina de la emperatriz Ana.
Bajo el mando de Antonio Ulrico II, el joven oficial fue ascendido en 1740 a teniente de coraceros y participó en dos campañas militares contra Turquía. Cuando la vieja guardia rusa (el regimiento Preobrazhenski) subió al trono a la hija de Pedro el Grande, Isabel, el barón se encontraba junto con su regimiento en Riga. Pronto ascendido a capitán, pidió permiso para marcharse por asuntos personales a su patria. Después solicitó una prórroga del permiso pero cuando esta alcanzó unos 4 años Münchhausen fue retirado de la plantilla del regimiento.
Maestro de la improvisación verbal, alimentaba de distintas historietas sobre sus aventuras a sus amigo, hasta que desgraciadamente entre sus invitados apareció el escritor Rudolf Erich Raspe, quien estando en Londres creó un personaje literario, una especie de antihéroe, cómico y bufón que llevaba su nombre. Así surgió la famosa Narración de los Maravillosos Viajes y Campañas del Barón Münchhausen en Rusia, que inmortalizó al personaje. Cuando el verdadero Münchhausen se enteró de la publicación de este libro y quiso presentar una querella contra el ofensor ya resultó tarde: en 1786 otro escritor, Gottfried August Burger, tradujo las historias de Raspe y las amplió con unas nuevas aportaciones del folclore popular. Bajo el título Viajes maravillosos por mar y tierra: Campañas y aventuras cómicas del barón de Münchhausen, estas historias recorrieron casi todo el mundo, Rusia incluida, donde se conocieron ampliamente en sus versiones infantiles.
A partir de este momento y hasta su muerte el barón no pudo vivir tranquilo por las interminables acusaciones de mentiras y bromas, aunque fue considerado al mismo tiempo un honrado hombre de negocios…
De galopín transportaba esclavos negros a América
La emperatriz Isabel, hija de Pedro I, que no quería a “los alemanes”, no les contrataba sin mucha necesidad, sobre todo a los generales.
Su sucesor, Pedro III, quien empezó a gobernar emitiendo su famoso decreto que liberaba del servicio obligatorio a la nobleza, sin quererlo asestó un fuerte golpe al Ejército ruso, ya que la retirada de oficiales, muchos de ellos terratenientes, a sus fincas fue general. Sobre todo en el caso de la flota, donde profesionalizar un oficial de la marina duraba varios años.
Muy pronto Pedro III fue derrocado por su esposa, la futura emperatriz Catalina la Grande, pero con ella la situación militar en Europa cambió mucho a favor de Rusia y el Ejército ruso ya se consideraba el más fuerte del continente, cosa que hizo la contratación de oficiales extranjeros más selectiva. Incluso por disposición de Catalina se introdujo cierta discriminación durante su ingreso al servicio ruso: los extranjeros podían ingresar solo con un grado menor, es decir, un teniente coronel se contrataba con grado de mayor, etc.
Dicha regla, vigente hasta inicios del siglo XIX, únicamente podía ser modificada en algunos casos con el consentimiento del monarca.
El ejemplo contrario, el de ascender en grado en reconocimiento de meritos en otro país, fue el caso del famoso y más valiente almirante en la Marina rusa, el entonces capitán John Paul Jones. El escocés Jones nació en Gran Bretaña y de niño sirvió como galopín en los barcos que transportaban esclavos negros de África a América del Norte. En 1775 Jones ofreció sus servicios a los padres fundadores de EE. UU., que no tenía flota.
Muy pronto se convirtió en uno de los fundadores de la flota estadounidense, amigo de George Washington y héroe de la Guerra de Independencia, al hostigar en el año 1778 las costas británicas en unas extremadamente valientes operaciones de desembarco y obtener la victoria de Flamborough Head en 1779.
Finalizada la guerra, el Congreso norteamericano no consideró oportuno ascenderle a almirante. No se sabe si fue esta la razón, pero en 1788 el afamado héroe recibió el grado de contralmirante de la flota rusa y comenzó a servir en la Armada de Catalina II en la guerra contra el Imperio otomano (1788-1789), que se desarrolló en el mar Negro.
El atrevido norteamericano de origen británico hostigó a los turcos en la batalla de Ochakov, cubrió los regimientos de Suvórov con fuego de artillería y con desembarcos durante la batalla de Kinburn. Directo y sincero, no participaba en las intrigas, debido a lo cual pronto cayó en desgracia ante el omnipotente príncipe Potiomkin (esposo clandestino de Catalina II) y tuvo que retirarse del servicio ruso. El conde Suvórov le regaló a su compañero de armas un abrigo de marta cebellina en la despedida. Llegó a París, donde le ofrecieron encabezar la flota revolucionaria pero no le dio tiempo a hacerlo. Murió a la edad de 45 años en 1792. Sus memorias sirvieron de base para algunas novelas de Alexandre Dumas y Fenimore Cooper.
Napoleón retiró su solicitud y volvió más tarde…
El mundo de los militares de aquel siglo era tan internacional que no es de sorprender un caso… En la época de las victorias más brillantes de Napoleón, el general del Ejército ruso Vimpfen, exmilitar prusiano, legalmente súbdito de Napoleón fue hecho prisionero y, cuando ya esperaba que le fueran a fusilar, el emperador francés simplemente compartió con él una copa de vino.
¿A qué se debería esta condescendencia? ¿Quizá a que el mismo gran emperador simplemente recordó su historia personal, cuando él en persona, entonces un modesto teniente de artillería, solicitó el ingreso en el servicio ruso en 1788?
En aquel entonces fue enviado a Córcega el teniente general ruso Zaborovki para contratar a oficiales para la guerra contra Turquía (por cierto, muy al estilo de la época, para flotillas piratas, con el fin de obstaculizar las comunicaciones marítimas turcas), entre otros objetivos suyos. En su informe figuran dos oficiales franceses que solicitaron el ingreso al servicio ruso: Uno era un capitán de una galera, el marqués de Traverse (cuyonombre lleva ahora un archipiélago al sur del océano Atlántico), que llegó a ser el ministro de Asuntos Navales de Rusia en los años 1811-1831 y el principal promotor del famoso viaje antártico de Bellingshausen. El otro era el teniente de artillería Bonaparte.
Puesto que la norma establecida por Catalina permitía contratar a oficiales extranjeros solo bajándoles un grado, el ambicioso Napoleón se indignó y recogió sus papeles y solicitud… para volver a encontrarse con el Ejército ruso al cabo de unos años, mientras que el general Zaborovki, en 1812, ya retirado, abandonó a Moscú junto con los demás refugiados.
"Ha venido un general español, se hospedó en una hostería…"
Así avisó el periódico capitalino ruso Sankt Petersburskie Vedomosti (Noticias de San Petersburgo) sobre la llegada a la ciudad a finales de 1807, por invitación del emperador ruso Alejandro I, del general de ingeniería Agustín de Betancourt y Molina, uno de los ingenieros más conocidos de Europa. Llegó para quedarse.
Trabajó para el Departamento de Vías de Comunicación, en el cual sirvió 16 años, hasta su muerte en 1824. Hasta ahora es recordado en San Petersburgo y en Moscú por las numerosas obras públicas que emprendió: el puente sobre el río Málaya Nevka, en San Petersburgo; la modernización de la fábrica de armas de Tula y la de cañones de Kazán; el cálculo (junto con August Monferran, el arquitecto y autor del proyecto) de las estructuras de la catedral de San Isaac de San Petersburgo; etc. A los moscovitas les encanta el edificio del Picadero (Manezh), ahora una enorme sala de exposiciones en el mismo centro de la capital, que en su época sorprendió a todos: un amplísimo edificio de 600 metros cuadrados sin columnas internas que lo soportaran.
El servicio práctico de un teórico de la guerra
Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz fue un emblemático teórico e historiador militar, conocido en la ciencia militar moderna por su tratado De la guerra, en el que presenta en ocho volúmenes los conflictos armados, desde su planteamiento y motivaciones hasta su ejecución, abarcando comentarios sobre táctica, estrategia y hasta filosofía de las guerras.
Nacido en el pueblo de Burg (Magdeburgo) del reino de Prusia, en el seno de una familia acaudalada pero de clase media, Carl y dos de sus hermanos fueron los primeros miembros de su familia en llevar la mención honorífica de “von” de la nobleza.
Cuando Carl von Clausewitz se incorporó al Ejército ruso, al igual que muchos oficiales que llegaron a Rusia para seguir luchando contra Napoleón tras perder las guerras contra él en sus respectivos países, ya tenía 32 años y contaba con una importante experiencia como oficial del Estado Mayor y su carrera iba en ascenso hasta que Prusia quedó derrotada por Napoleón y abandonó su alianza con Rusia.
En 1812, en plena preparación para la invasión napoleónica a Rusia, como muchos otros militares de su país se opuso a la política prusiana de apoyo a Francia con contingente alemán. Muchos de estos oficiales (entre ellos Gneisenau, Boyen y el propio Clausewitz) solicitaron la baja voluntaria del Ejército y se dirigieron de forma clandestina a Rusia, con la esperanza de que el Ejército ruso liberara a Prusia del dominio francés.
Sin conocimiento del idioma ruso, Clausewitz fue ascendido de oficial encargado de enlace a jefe del Estado Mayor de uno de los cuerpos rusos; participó en la gran batalla de Borodino y presenció la retirada francesa de Moscú y su definitiva derrota en el río Berezina, donde la Gran Armee perdió toda su artillería.
Al ser expulsado de Rusia el ejército napoleónico, Clausewitz y otros oficiales prusianos regresaron para formar parte del Ejército de su país, ya en calidad de aliado ruso.
Fin de la época
A partir de 1844 las reglas de contratación se endurecieron. El Gobierno prohibió volver a aceptar a oficiales que anteriormente hubieran abandonado el servicio ruso y desde 1890 quedaron anuladas todas las disposiciones antiguas sobra la contratación de especialistas militares extranjeros.
Terminaba la época internacional y de caballerosidad militar, se acercaba el siglo XX y además el país no necesitaba mercenarios, al disponer ya de sus dinastías de militares, muchas de las cuales tenían origen en los lansquenetes que habían llegado a Rusia hacía siglos.