La casa Románov
La dinastía Románov
En 1613 una asamblea de los boyardos —nobles rusos— designó a Miguel Románov nuevo monarca del país. De esta manera se puso fin a la Época de Revueltas, período de desorden político, económico y social agravado por la invasión polaca.
Inicialmente la familia de los Románov siguió la antigua costumbre de traspasar el trono al varón primogénito. Así, a Miguel lo sucedió Alejo y después su nieto Teodoro.
El conflicto sucesorio se originó cuando el trono de Rusia fue compartido por los zares Iván V y Pedro I bajo la regencia de la princesa Sofía, hermana mayor de Iván. Tras una serie de pugnas internas entre los boyardos, Pedro I se hizo con la corona. Fue él quien estableció las nuevas reglas sucesorias: decretó que fuera el propio monarca quien designara a su heredero.
De esta manera, Pedro I le dejó el trono a su esposa, Catalina, pero tras su muerte el poder volvió al linaje Románov con el mandato de Pedro II. Más tarde se sentaron en el trono la hija de Iván V, Ana I, Iván VI e Isabel I.
Después de la emperatriz Isabel el linaje directo de los Románov se extinguió dado que al trono ruso accedieron miembros de la casa real alemana Holstein-Gottorp, aunque la dinastía conservó el nombre de Románov. Catalina II arrebató el trono a su hijo, Pablo, pero este, tras ser finalmente coronado a la muerte de su madre, reinstauró el antiguo orden de sucesión: de padre a hijo mayor.
El resto de emperadores rusos designaron a sus hijos herederos legítimos. El último Románov, Nicolás II, abdicó en 1917. Tras la Revolución de Octubre la mayoría de los miembros de la casa Románov fueron asesinados por los bolcheviques y solo algunos representantes de la familia pudieron emigrar.