Lev Trotski
Lev Trotski es una destacada y controvertida personalidad del movimiento obrero comunista internacional, autor de la teoría de “la revolución permanente” y uno de los líderes de la Revolución bolchevique de 1917 en Rusia. Organizó el Ejército Rojo, que triunfó en la guerra civil rusa, y fundó la IV Internacional Comunista. Trotski fue el colaborador más cercano de Vladímir Lenin y debería haberle sucedido en los máximos puestos del Partido Bolchevique y del Gobierno soviético. Pero la historia, como a menudo sucede, tuvo otro desenlace y le deparó a Trotski un destino trágico.
Procedencia e inicio de la actividad revolucionaria
En las revoluciones rusas de 1905 y 1917
Orden de Stalin: Misión cumplida
Calle Viena 45, colonia Coyoacán, México, D.F. Esta es la dirección de la última residencia del autor del pensamiento trotskista. En el patio de la mansión, rodeada por altos muros, hay un monolito rectangular de cemento gris con la figura de la hoz y el martillo y una bandera roja. Sobre el monumento está escrito “LEON TROTSKY” y en su parte inferior hay una placa con el nombre de Natalia Sedova, segunda esposa del revolucionario.
A pocos metros de la tumba de Trotski hay una sala con unos cuarenta asientos. Aquí se reúnen trotskistas mexicanos e invitados extranjeros. Esteban Volkov, nieto de Trotski, famoso químico mexicano, creador de varios tipos de esteroides para deportistas, a menudo suele compartir los recuerdos sobre su abuelo. El más impactante se refiere a la noche del veinticuatro de mayo de 1940.
Un comando de veinte personas encabezado por David Alfaro Siqueiros, acérrimo seguidor de Stalin y famoso pintor muralista mexicano, penetró en el patio. Los terroristas dispararon contra la casa del guardaespaldas formando una cortina de fuego para impedir que estos acudieran en socorro de Trotski, quien dormía junto con su esposa y su nieto en la casa vecina. En unos instantes el otro grupo de atacantes rodeó el dormitorio del revolucionario y abrió fuego desde los umbrales de las tres puertas de la habitación. Natalia empujó a su esposo de la cama al piso. Ambos se escondieron en un rincón. Más tarde en las paredes de la habitación localizaron doscientos impactos de balas. Esteban Volkov dormía en otro cuarto. Los atacantes no lo detectaron en la oscuridad, posibilitándole, primero, tirarse al suelo y después, escaparse al patio. Una bala perdida le rozó un dedo del pie y esta fue la única herida entre los habitantes de la casa y el comando atacante. Desde aquel entonces Lev Trotski solía decirle cada mañana a su esposa: “Qué bueno que no nos hayan matado todavía. Viviremos un día más”.
Procedencia e inicio de la actividad revolucionaria
La vida de Leiba Bronshtéin (“Lev Trotski” era su seudónimo) comenzó el veintiséis de octubre de 1879 en el sur de Ucrania, entonces parte del Imperio ruso. Nació en una colonia de agricultores judíos y fue el quinto hijo. Estudió por un breve periodo en un colegio público reservado a hijos de “buenas familias” de clase media. A los dieciesite años se adhirió a un círculo de estudios marxistas. En aquel entonces las posturas ideológicas del joven cambiaban constantemente. Sin embargo, con el tiempo apostó definitivamente por las doctrinas de Karl Marx y decidió poner las ideas en práctica. Por escribir y difundir folletos antigubernamentales fue arrestado en 1898, permaneció encarcelado en la ciudad de Odesa durante dos años y más tarde fue condenado a dos años de destierro en Siberia. En 1902 logró escapar de su lugar de reclusión escondido en un carro de paja. Consiguió obtener un pasaporte falso que cumplimentó con el apellido “Trotski”. Así se llamaba el jefe de los carceleros en Odesa y con este nombre Leiba Bronshtéin entró en la historia del siglo XX.
En 1902 comenzó su primer exilio en Europa, donde conoció a los máximos dirigentes de la socialdemocracia marxista, entre ellos a Vladímir Lenin. Bajo su orientación, Trotski escribió artículos teóricos para la prensa socialista clandestina y legal. Es entonces cuando se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), precursor del Partido Comunista. En los inicios mismos de su fundación el Partido se dividió en dos corrientes, los bolcheviques y los mencheviques, fracción radical y moderada del POSDR respectivamente. Trotski, después de acaloradas discusiones con Lenin, se distanció de los bolcheviques y se alineó con los mencheviques aunque sin compartir plenamente sus ideas y sin establecer con ellos fuertes vínculos. Pronto Trotski rompió con ambos bandos, hasta que en el año 1917 de nuevo se afilió al partido bolchevique. Estos vaivenes ideológicos le permitieron a Lenin calificar una vez con sarcasmo la conducta de Trotski de “prostitución política”.
En las revoluciones rusas de 1905 y 1917
El diecisiete de octubre de 1905 el emperador ruso Nicolás II firmó el Manifiesto sobre las Libertades Civiles (de expresión, prensa, reunión) y la creación de la Duma (Parlamento). El documento suponía una concesión seria del zar a la oposición. Mientras tanto Trotski en su discurso del dieciocho de octubre intentaba convencer a los rusos de que no se fiaran de las promesas de zar: “Ahora, cuando hemos torcido el pescuezo a la pandilla gobernante, ella nos promete libertad. No os apresuréis a festejar la victoria, todavía no es plena. El Manifiesto zarista es papel mojado. Nos lo han dado hoy ¡y mañana lo romperán en pedazos, como hago yo ahora mismo!”. Con estas palabras y bajo los entusiastas aplausos de la muchedumbre, Trotski rompió el documento. La inmensa popularidad del revolucionario en los años posteriores se debe, precisamente, a su inimitable manera de enardecer a la gente con discursos elocuentes y convincentes. Al mismo tiempo, según los testigos, el carácter soberbio e individualista dejó a Trotski sin afiliación precisa en las corrientes revolucionarias de aquel entonces. En 1907 el revolucionario fue detenido y condenado al destierro perpetuo en Siberia pero, igual que cinco años antes, escapó por el camino y se refugió en Europa.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, que, según los marxistas, fue un período fecundo para la “fermentación” revolucionaria, Trotski no cesó su actividad propagandística. Estaba convencido —igual que su mentor Vladímir Lenin— de que el objetivo de los revolucionarios era convertir cualquier guerra entre los Estados capitalistas en una guerra de clases, de los pobres contra los ricos. Debido a estas opiniones radicales Trotski tenía que cambiar con frecuencia de domicilio —había sido expulsado sucesivamente de Francia y España—. En primavera de 1917, al enterarse de la Revolución de Febrero en Rusia, la abdicación del zar y la instalación del Gobierno provisional, Trotski se apresuró a volver a su patria desde EE. UU., donde residía en el exilio. En la ciudad de Petrogrado (actual San Petersburgo) Trotski se sintió muy a gusto. Reinaba la atmósfera adecuada para interminables discursos y discusiones políticas donde podía expresar su incansable e impetuoso carácter. El político se presentaba en mítines y reuniones obreras, cosechando gran popularidad en poco tiempo. Pero una acción algo fortuita le favoreció decisivamente e influyó para que los bolcheviques lo aceptaran en sus filas y lo eligieran miembro del Comité Central del POSDR. Esto sucedió a principios de julio de 1917 tras un fallido intento de la toma del poder, después del cual todos los líderes bolcheviques fueron arrestados en San Petersburgo. Entonces Trotski a través de la prensa se dirigió al Gobierno provisional con la arrogante petición de ser arrestado también ya que compartía las ideas de los detenidos. Fue detenido pero al cabo de unos días el Gobierno provisional, presionado por la opinión pública, tuvo que poner en libertad a todos los líderes bolcheviques: a Lenin, Zinóviev, Kámenev y al propio Trotski.
Empezó entonces el periodo de estrecha cooperación entre Trotski y Lenin, que antes eran incapaces de llegar a ningún tipo de acuerdo. Trotski apoyó el rumbo de Lenin hacia la preparación de un levantamiento armado con el fin de tomar el poder en el país. Dirigía todo el trabajo hacia la realización práctica de la insurrección. Así escribía el bolchevique Pável Arséniev al recordar la noche anterior a la Revolución de Octubre de 1917: “Sobre todo me cautivó el inmortal discurso del camarada Trotski [...]. Parecía un metal en fundición, cada palabra suya quemaba el alma, despertaba el entusiasmo y excitaba la valentía, y hablaba sobre la victoria del proletariado. Todo el mundo le escuchaba conteniendo el aliento, yo veía que muchos contraían los puños, cómo se formaba la plena resolución y firmeza de seguir a Trotski sin titubeos a cualquier lugar que él indicara”.
La Revolución bolchevique de octubre puso a Trotski en el primer plano de la vida política del país. En ausencia de Lenin estuvo al frente del Estado Mayor de los bolcheviques en Petrogrado, que era el Soviet de los Diputados del Pueblo, organizando los preparativos para el derrocamiento del Gobierno provisional el veinticinco de octubre de 1917. Paulatinamente se fue convirtiendo en el símbolo del bolchevismo, a veces hasta ensombreciendo la propia figura de Lenin.
Después de la Revolución de 1917 los dos líderes —Lenin y Trotski— estaban convencidos de que los bolcheviques podrían retener el poder solos, sin coaliciones con otros partidos socialistas. El uno de noviembre Lenin destacó en una de las reuniones: “Trotski ya hace mucho dijo que la unión [con otros partidos socialistas] era imposible. Trotski lo entendió y desde entonces no ha habido un bolchevique mejor”.
Durante la primera etapa de la Revolución, Trotski se convirtió en el hombre de confianza de Lenin y este le encomendó varias misiones complicadas. En el primer Gobierno soviético Trotski fue nombrado comisario del pueblo (ministro) de Asuntos Exteriores. Como máximo representante de la incipiente diplomacia soviética estuvo encargado de firmar con Alemania el Tratado de Brest-Litovsk, acuerdo de paz bilateral que supondría para Rusia una pérdida considerable de sus territorios pero conllevaba el armisticio prolongado que necesitaban los bolcheviques para afianzar el poder. Trotski desafió las órdenes de Lenin, negándose a aceptar las condiciones de los alemanes. Estos, aprovechando el momento de indecisión entre los bolcheviques, iniciaron la ofensiva hacia Petrogrado. Lenin destituyó a Trotski, la paz fue firmada y la vanguardia alemana detenida por la flota del mar Báltico y por los destacamentos obreros que pronto serían el núcleo del Ejército Rojo. Este episodio en Brest-Litovsk nunca le fue perdonado a Trotski por sus adversarios políticos.
En marzo de 1918 Trotski fue nombrado comisario del pueblo para Asuntos Militares (ministro de Defensa). Desde ese puesto se encargó de la creación, promoción y dirección del Ejército Rojo. Trotski implantó una férrea disciplina. Ordenó que “los desertores, cobardes y traidores fueran fusilados en juicios sumarísimos”. A la comandancia de regimientos y divisiones fueron invitados los ex oficiales del Ejército zarista leales al nuevo régimen político.
En condiciones de guerra civil y de invasiones extranjeras por todos los flancos, había que conservar el poder de cualquier modo. Trotski, a diferencia de la mayoría de los bolcheviques más humanistas, estaba listo para medidas excepcionales. Eso era lo que más apreciaba Lenin de él. Se atribuye a Trotski la idea de construir campamentos de concentración para los enemigos del nuevo poder. En 1918 Trotski fue encargado de encabezar la máxima autoridad político-militar: el Consejo Militar Revolucionario. El presidente del Consejo recorría constantemente los frentes en un tren blindado supervisando las operaciones militares. Con la llegada de la paz el papel del Ejército Rojo disminuyó por lo que Trotski optó por nuevos campos de acción. Fue comisario del pueblo de Transporte pero, como siempre, prefería las palabras y discursos a las acciones reales. Mientras tanto, la situación política y económica en el país estaba cambiando con la llegada de una nueva generación de bolcheviques para los cuales la lealtad a las ideas puras revolucionarias ya no era tan importante como la preservación del poder en sus manos. Los rusos, además, cansados por las guerras y la miseria absoluta, exigían cambios positivos como la derogación de la política del comunismo de guerra.
Para Trotski el objetivo clave siempre fue la revolución mundial, mientras que la revolución en Rusia era tan solo el primer paso en esta dirección. La revolución socialista tenía que ser permanente y ramificarse a otras potencias europeas para que el proletariado de todos los países se uniera venciendo a las clases opositoras. El proletariado de Rusia debería inmolarse a favor del comunismo universal. Era la teoría de la “revolución permanente” de Trotski.
El veintidós de enero de 1924 murió Vladímir Lenin. Poco antes de morir, el líder de la revolución escribió sobre Trotski: “Se diferencia no solo por sus capacidades destacadas. Personalmente él es, quizás, la persona más capacitada en el actual Comité Central pero es demasiado arrogante y se excede en la predilección por los asuntos administrativos”. Lenin advertía sobre el inevitable choque entre Trotski y el secretario general del Partido Bolchevique, Iósif Stalin. Efectivamente, en la lucha entre bastidores por el poder en la Rusia soviética, Trotski no fue tan fuerte como en las batallas ideológicas. Estaba convencido de su superioridad intelectual ante sus rivales políticos y por eso invirtió poco tiempo en la lucha abierta por la sucesión en la cúspide del poder. Además, uno de sus mayores fallos fue la subestimación de la figura de Iósif Stalin, su rival implícito. Lo despreciaba y lo tachaba de pueblerino inculto. En 1925, por decisión del Comité Central del partido, Trotski fue destituido del cargo de comisario militar. Solo entonces entendió lo frágil y efímero de su posición en la jerarquía bolchevique.
Trotski empezó a organizar la oposición dentro del Partido Comunista pero ya era demasiado tarde. En diciembre de 1925 en el XIV Congreso, la oposición liderada por Trotski, pese a contar en sus filas con prestigiosos bolcheviques de la “vieja guardia”, fracasó por completo. En octubre de 1926 Trotski fue “separado” del órgano superior del partido —el Buró Político— y al cabo de un año, expulsado también de su Comité Central.
En enero de 1928 los agentes de los servicios especiales entraron en el apartamento de Trotski, lo vistieron a la fuerza y lo llevaron a la estación de Kazán en Moscú. En seguida el tren partió en dirección al lejano territorio asiático de Kazajistán. Stalin todavía no amasaba tanto poder para aniquilarlo físicamente. También eso explica la relativa libertad que tuvo Trotski en la ciudad de Alma-Atá: pudo escribir artículos y mantener correspondencia. Mantenía consigo casi todo su archivo de documentos políticos, un total de veintiocho cajas. Pero este período de “libertad” no duró mucho tiempo. El veinte de enero de 1929 Stalin ordenó su expulsión de la URSS por “actividad contrarrevolucionaria que se manifestaba en la organización de un partido antisoviético ilegal”. Trotski tuvo que abandonar el país.
Durante el exilio escribió varios ensayos (Historia de la Revolución rusa, La revolución traicionada y la autobiografía Mi vida) y numerosos artículos sobre temas de actualidad (estalinismo, nazismo, fascismo, la guerra civil española). En uno de sus textos predijo la Segunda Guerra Mundial y el ataque alemán contra la URSS. Desde el exilio también encabezó la oposición comunista disidente, que formaría la IV Internacional.
En agosto de 1936 en Moscú empezó el juicio abierto contra los trotskistas. Durante todo el proceso judicial Trotski fue la propia encarnación del mal. Fue acusado de “asesinato y homicidio en grado de tentativa de destacados bolcheviques”, al igual que de “mantener contactos con los servicios secretos extranjeros”. Fue condenado en rebeldía a la pena capital. Muy mala suerte corrieron sus familiares: su primera esposa, Alexandra Sokolóvskaya, dos hijos, Lev y Serguéi, su hija Zinaída, su cuñada, dos sobrinos y dos yernos fueron fusilados durante las purgas estalinistas en los años 1937-1938. En esta época desaparecieron tres nietos de Trotski. Hoy día en México, además del nieto Esteban Volkov, viven tres bisnietas de Trotski, una se encuentra en Estados Unidos y varios tataranietos están en Rusia, México e Israel.
Mientras tanto, Trotski y su segunda esposa, Natalia Sedova, se fueron a Noruega. El Gobierno de este país, por temor de empeorar las relaciones con la URSS y, en especial, por el miedo de perder el lucrativo contrato de la exportación de pescado, intentó deshacerse del incómodo inmigrante. Lo pusieron bajo arresto domiciliario y no le dejaron mantener correspondencia escrita. Cuando ya no podía aguantar la presión, Trotski solicitó permiso para viajar a México, donde lo habían invitado el conocido pintor y convencido trotskista Diego Rivera y su esposa, también pintora, Frida Kahlo. El Gobierno noruego, muy aliviado por esta noticia, inmediatamente autorizó la partida y el nueve de enero de 1937 Trotski y su esposa llegaron triunfales a México.
Desde el puerto de Tampico ambos se trasladaron a la capital mexicana en el tren presidencial y en compañía de altos funcionarios gubernamentales. El presidente, Lázaro Cárdenas, concedió asilo político a Lev Trotski —o “León Trotsky”, como lo llamaban los mexicanos— y destacadas personalidades mexicanas le pedían audiencia.
La gente de su entorno asegura en sus memorias que por primera vez en muchos años Trotski pudo sentirse libre, vivir en una cómoda mansión, la Casa Azul, con Diego Rivera y Frida Kahlo, situada en la colonia Coyoacán de la capital mexicana. Pero este idilio no duró mucho tiempo. Primero, Trotski discutió con Rivera y se fue a vivir a su propia mansión en la calle Viena de la misma colonia. La segunda causa de la pérdida del paraíso mexicano fue mucho más seria. En realidad, fue mortal.
El Gobierno soviético junto con sus aliados comunistas-estalinistas mexicanos se había fijado el objetivo de “aniquilar” al antiguo líder revolucionario. Su nieto Esteban Volkov afirma que contra su abuelo fueron esgrimidos los mismos métodos que Stalin solía utilizar contra sus enemigos políticos en la Unión Soviética: primero desencadenar una campaña de calumnias y de desprestigio para después aniquilarlo físicamente. Los estalinistas mexicanos en los medios de información locales acusaron a Trotski de traición a la causa del comunismo y de conspiración contra la Unión Soviética. El ataque con difamaciones fue tan fuerte que un día Trotski afirmó: “Me parece que los periodistas están a punto de cambiar la pluma por una ametralladora”.
En febrero de 1940 Trotski redactó su testamento político, en el cual decía: “Durante 43 años de mi vida consciente fui revolucionario y durante 42 años luché bajo las banderas marxistas. Si tuviera que empezar desde cero, intentaría esquivar algún que otro error pero el rumbo principal de mi vida quedaría inalterado. Moriré siendo un revolucionario proletario, marxista, materialista dialéctico y, en consecuencia, ateo inconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad ahora no es menos ferviente, sino más sólida que durante mi juventud”.
Orden de Stalin: misión cumplida
Tras el atentado fallido de mayo de 1940, los trotskistas americanos hicieron una recolecta para reforzar la seguridad de la mansión de Trotski: se levantaron murallas a su alrededor, se construyeron varias torretas de vigilancia y las ventanas de la casa principal fueron blindadas con hojas de acero. El dormitorio de Trotski y Sedova fue aislado del resto de la casa con puertas blindadas. Sin embargo, el “padre de la revolución permanente” no redujo su amplio círculo de amigos y visitantes. Los servicios secretos soviéticos organizaron una complicada operación para infiltrar en el entorno de Trotski a un agente. Era un hombre joven que se presentaba como Frank Jackson o Jacques Monard, y cuyo nombre real era Ramón Mercader, de origen español.
El veinte de agosto de 1940 durante una audiencia con el revolucionario en su despacho, Mercader le pidió que leyera un trabajo suyo sobre el trotskismo en los Estados Unidos. Bajo la capa guardaba su arma, un pico de alpinista recortado. Cuando Trotski, sentado a la mesa, se inclinó hacia el manuscrito, Mercader, de pie a su espalda, le asestó un golpe en la cabeza. Aunque el golpe resultó muy fuerte —la herida tenía una profundidad de siete centímetros— Trotski pudo oponer resistencia y hasta salir corriendo de la habitación, pidiendo socorro. Fue trasladado al hospital pero murió inconsciente al día siguiente. Una semana después fue incinerado y sus cenizas fueron sepultadas en el patio de su mansión en Coyoacán. Su esposa, Natalia Sedova, murió más de veinticinco años después y ahora yace a su lado. El asesino, Ramón Mercader, fue detenido por los guardaespaldas y condenado a veinte años de prisión por la justicia mexicana. Tras su liberación apareció en Moscú, donde recibió la máxima condecoración, título de Héroe de la Unión Soviética, y vivió hasta el año 1978 en Cuba. En el cementerio de Kúntsevskoye, en Moscú, en un rincón apartado yace Ramón Ivánovich López, en realidad, Ramón Mercader.
Hace unos años en México se subastó el pico de alpinista con el que, supuestamente, fue asesinado Trotski. El arma mortal tenía huellas de sangre. El nuevo propietario se dirigió al nieto, Esteban, con la propuesta lucrativa de hacer un análisis genético para que el objeto tuviera un certificado de autenticidad. Volkov se negó, considerando la petición una burla a la memoria de su célebre abuelo.
A Volkov con frecuencia le preguntan si está al tanto de las millones de víctimas inocentes del experimento socialista del siglo XX en Rusia y en otras partes del mundo. En este experimento un papel destacado lo jugó Lev Trotski. Esteban replica, citando cada vez el famoso aforismo de su abuelo: “Una revolución no se hace con guantes blancos”.