Religión en la Rusia moderna
Desde finales de los años ochenta la religión en Rusia, tanto en su presencia externa como en su faceta más espiritual, ha experimentado grandes cambios.
La llegada de la esperada libertad de culto
Diversidad y nuevos participantes
La llegada de la esperada libertad de culto
En 1988 Rusia celebró el primer milenio de la entrada a gran escala del cristianismo en su territorio y el veinticuatro de agosto de 1990 fue suprimido del Consejo de Ministros de la URSS el Consejo para Asuntos Religiosos. Durante los setenta años anteriores a esa fecha la religión, el clero y hasta la propia fe estuvieron perseguidos de algún modo hasta que por fin llegó la tan esperada libertad de conciencia y de culto, libertad que a su vez sirvió de prueba de fuego para los representantes de todas las confesiones de Rusia. Por un lado había problemas materiales ya que muchas iglesias, monasterios, mezquitas, sinagogas y otros templos estaban en ruinas; asimismo había que volver a crear seminarios y otros centros educativos religiosos. Por otro lado, en comparación con la época de los últimos zares rusos, los Románov, las confesiones tradicionales del país tenían que adaptarse a las nuevas condiciones de una Rusia democrática, a la globalización y a la secularización de la conciencia y a la divulgación del politeísmo.
A pesar de todas las dificultades por las que pasaba Rusia desde finales de los años ochenta, el número de organizaciones religiosas no dejaba de crecer: en veinte años su número aumentó de 3000 a 23 000 comunidades registradas.
A finales de la década de los ochenta los representantes de diferentes confesiones tuvieron que tratar con una sociedad excepcional que durante los setenta años del “experimento bolchevique” prácticamente había perdido la conexión con la vida espiritual y tenía una idea mínima y muy vaga de la religión y de los diferentes cultos. Por su parte, la sociedad rusa se entregó al “culto al consumo”, mientras que las reformas económicas privaban a millones de personas de sus ahorros y, con ellos, de la seguridad futura. Por lo tanto, las necesidades espirituales de la gente también cambiaron.
En la época soviética la absoluta mayoría de las comunidades religiosas era clandestina y la literatura religiosa se divulgaba en secreto. Incluso a principios de la década de los años ochenta hubo casos en los que los fieles que se reunían solo para leer el Evangelio eran procesados y condenados a penas de entre seis y ocho años de prisión. En estas condiciones, los cristianos rara vez podían asistir a misa.
Solo entre un 5 % y un 7 % de la población se consideraba creyente en aquel entonces (actualmente este índice es del 50 %), y solía ser gente de edad avanzada que se había familiarizado con la religión en su niñez gracias a sus padres, que habían crecido en la Rusia prerrevolucionaria. Pero incluso entre estas personas había quienes apenas sabían algo sobre religión.
A finales de la perestroika tanto para los creyentes como para los ateos la religión se había convertido en una parte de la ideología o de la cultura (y antes la religión se entendía solo como la ruta hacia el Dios, hacia la salvación de alma). Esta actitud hacia la religión se venía formando en muchos países occidentales desde los años sesenta del siglo XX. En el caso de Rusia a finales de los ochenta la religión desempeñó un papel esencial en la formación y el fortalecimiento de la conciencia nacional de muchos pueblos que vivían en el territorio del país.
Como consecuencia, en el Estado empezó un proceso de rehabilitación de la religión. En 1988 se celebró el primer milenio del “bautismo de Rusia” y se empezaron a restaurar y a abrir tanto iglesias (no solamente ortodoxas, sino también católicas y protestantes), como mezquitas y templos budistas. Los misioneros extranjeros empezaron a frecuentar Rusia y se les permitió no solo comunicarse con los creyentes, sino además el acceso a colegios y centros docentes superiores para que distribuyeran literatura religiosa y hablaran sobre la fe. Podían incluso transmitir sus sermones por televisión.
Casi todas las organizaciones religiosas registradas actualmente en Rusia aparecieron en aquella época, durante los primeros años de la libertad de culto. Desde el año 1992 no han surgido muchas comunidades nuevas de esta índole.
En 1992 la situación política y social en el país empezó a cambiar. A la euforia por la llegada de la economía de mercado y la democratización le siguió la decepción de la mayoría de los ciudadanos afectados por las reformas económicas. Entonces los llamamientos a seguir el camino de Rusia en lugar de tomar el ejemplo de Occidente empezaron a sonar con más fuerza.
En este ambiente, el papel de la Iglesia rusa ortodoxa volvió a ganar importancia. Durante la difícil década de los años noventa la Iglesia fue una de las instituciones sociales más sólidas y de más confianza para los ciudadanos rusos. Esto se reflejó en el crecimiento de la cantidad de fieles en los templos ortodoxos: el número de parroquias registradas creció de 3500 en 1990 a 11 000 en 2001.
La política estatal hacia a la religión también fue transformándose paulatinamente. El principio legal de la separación entre Iglesia y Estado comenzó a difuminarse con la presencia cada vez más evidente de la Iglesia en colegios, instituciones públicas, Ejército y Policía. Asimismo, el Estado, haciendo caso omiso a la ley, prestaba ayuda financiera a la Iglesia para restaurar catedrales y monasterios. Como consecuencia, el estatus de la religión cristiana ortodoxa en comparación con otras confesiones también representadas en Rusia cambió. La Iglesia ortodoxa se convirtió en la institución religiosa más privilegiada por el Estado.
Sin embargo, todos estos factores no se transformaron en un aumento de la religiosidad dentro de la comunidad ortodoxa. Durante los últimos veinte años el núcleo activo estable de la esta comunidad ha sido de un 6 % o un 7 %. Otras confesiones tampoco han logrado aumentar considerablemente su feligresía, a excepción de ciertos casos.
Diversidad y nuevos participantes
Los ciudadanos de la Unión Soviética esperaban encontrar en los valores religiosos "tierra firme", algo a lo que agarrarse cuando las instituciones sociales, políticas e ideológicas colapsaron. No en vano a principios de los años noventa ganaron mucha popularidad diferentes magos, adivinos, astrólogos, curanderos y personajes similares. Algunos de ellos llegaron a intervenir en estadios, sus sesiones se transmitían por la televisión y sus libros se editaban en tiradas de millones de ejemplares.
El tradicionalmente amplio abanico de las confesiones de Rusia (ya antes de la revolución de 1917 en Rusia había más de veinte movimientos religiosos diferenciados) se enriqueció en los noventa con decenas de nuevas corrientes. Unas venían del extranjero, como las llamadas “sectas totalitarias”, por ejemplo, Aum Shinrikyō o Verdad Suprema y la Iglesia de la cienciología, mientras que otras tenían sus raíces en Rusia, como la Hermandad Blanca.
Es interesante que durante un periodo en Rusia existiera un ambiente favorable hasta para las sectas más peligrosas. En 1990 el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, tuvo un encuentro personal con el autoproclamado profeta coreano Sun Myung Moon, el fundador de la Iglesia de la Unificación. En 1991, en el principal centro docente superior del país, la Universidad Estatal de Moscú Lomonósov, se inauguró una biblioteca de la cienciología y el decano de una de las facultades recibió el título de Doctor en Cienciología.
No obstante, las corrientes religiosas alternativas no han alcanzado una popularidad considerable. A mediados de los años noventa ninguna de ellas contaba con más de 5000 seguidores y en ocasiones se trataba tan solo de unas docenas.
En el periodo entre 1994 y 1999 se celebraron una serie de campañas “anti sectas” promovidas por organizaciones sociales y políticas, los medios de comunicación y la Iglesia ortodoxa rusa. En este caso la Iglesia tenía como objetivo deshacerse de sus “rivales” más indeseados: la Iglesia católica apostólica romana, con la que siempre ha mantenido relaciones complicadas; y las sectas totalitarias que solían usar la religión para encubrir actividades comerciales y destruían la vida de sus seguidores, privándolos de todo y separándolos del seno familiar. Las autoridades dejaron de contactar con los representantes de las sectas, les prohibieron el acceso a los centros de educación y les obstaculizaron el registro y el alquiler de oficinas. En general, la influencia en el país de este tipo de organizaciones religiosas se ha reducido hasta desaparecer. Para disminuir la influencia de la Iglesia católica y detener el proselitismo restringieron la actividad de los misioneros y algunos clérigos extranjeros fueron deportados.
Sin embargo, la competencia entre las confesiones por su influencia en la sociedad y por la atracción de nuevos adeptos sigue siendo muy alta. Y esta competitividad se parece, en cierto sentido, a la lucha de los partidos políticos por el electorado durante los comicios, ya que ambos fenómenos son consecuencia directa de la democracia. No obstante, es precisamente la Iglesia ortodoxa la que menos preparada está para este tipo de competencia, ya que durante siglos fue la religión oficial del Imperio ruso y por ello le es más difícil adaptarse a la sociedad moderna de la información, donde hay libertad de elección. En el año 2000 se aprobó el documento "Las Bases del Concepto Social de la Iglesia Rusa Ortodoxa", trascendental en la historia de la Iglesia. En este documento por primera vez se formulan las tareas sociales de la Iglesia rusa, así como los objetivos y los mecanismos de la colaboración de la Iglesia con la sociedad y el Estado
En 1997 se aprobó la vigente Ley de Libertad de Conciencia. Este documento prohíbe de hecho la actividad de los misioneros extranjeros en territorio ruso, priva a las organizaciones religiosas que existen oficialmente en Rusia desde hace menos de quince años de los derechos civiles esenciales y obliga a las comunidades independientes a unirse a las comunidades religiosas ya existentes desde la época soviética.
La figura más importante de la vida de la nueva Rusia entre los representantes de diversas religiones fue, sin duda, el patriarca Alejo II (“Alexí II” en ruso). Durante dieciocho años no solo encabezó la Iglesia ortodoxa rusa, sino que fue una autoridad espiritual muy importante en un país que dejaba trabajosamente su pasado ateo. Durante su patriarcado, en Rusia se abrieron miles de iglesias y monasterios y la gente volvió a los templos. Uno de los aspectos clave de la actividad de Alejo fue la reunificación de la Iglesia ortodoxa rusa, dividida en varias partes. En 2007, se produjo la unificación largamente esperada de la Iglesia ortodoxa rusa fuera de Rusia con el Patriarcado de Moscú. El Patriarca buscó también la vuelta de los “viejos creyentes” al seno de la Iglesia, aunque en este caso el esperado reencuentro no llegó a producirse.