Metro de San Petersburgo

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Los “palacios subterráneos” de San Petersburgo se extienden a lo largo de 108,7 kilómetros y cuentan con 63 estaciones repartidas entre las 5 líneas que componen la red. Al igual que en el metro moscovita, las estaciones antiguas están ricamente decoradas, destacando la magnitud “imperial” de la época de Stalin, y las más recientes muestran un diseño más funcional.

No obstante, San Petersburgo tiene una imagen simbólica creada por los literatos clásicos rusos, como Pushkin y Dostoyevski, según la cual la ciudad se puede caracterizar como un espacio urbano fantástico que apareció del agua, de un pantano gigante. ¿Cómo fue posible construir un metro tan desarrollado en una ciudad levantada “contra viento y marea”, que cuenta con más de cincuenta ríos y canales y cuyo protagonista, el río Neva, alcanza unos 24 metros de profundidad?

Los primeros proyectos de construcción de ferrocarriles subterráneos en la capital norteña salieron a la luz ya a finales del siglo XIX e ingenieros destacados de la época, periodistas y políticos los discutieron seriamente. Sin embargo, entonces el gobierno de la ciudad no aprobó ninguno de los proyectos propuestos debido a los grandes riesgos que hubieran surgido una vez comenzada la construcción. Uno de los más detallados y ponderables fue el del ingeniero Balinski, que implicaba el montaje de unos 11 puentes sobre el Neva y sus ramales, pero fue rechazado por el mismo emperador Nicolás II. Hasta finales de la década de 1930 no se volvió a plantear la cuestión de la construcción del metro en Leningrado; entonces, se elaboró un proyecto cuya realización estuvo paralizada los años de la Gran Guerra Patria, cuando todos los pilares de montaje se inundaron. La construcción se reanudó en 1946 y en 1955 fue inaugurada la primera línea que transcurre entre las estaciones de Deviátkino y Prospekt Veteránov.

Las estaciones y vías del metro de San Petersburgo configuran la red de transporte urbano más profunda del mundo, con una media de unos 60 metros bajo tierra, estando la estación más profunda a unos 110 metros. Los túneles son estrechos, su diámetro es de unos 5,5 metros (mientras que en Moscú son de unos 6 metros). La construcción de estos es extraordinariamente sólida. El periodista soviético Stvolinski en uno de sus ensayos habló del metro petersburgués en una manera muy constructivista: “Caminas por un tubo metálico liso, extendido a lo largo de cientos de metros. Bajo tus pies está el hormigón puesto sobre una lámina metálica, esta lámina se asienta a su vez en el hormigón colocado sobre el hierro colado. Y solo después se encuentra el derrubio”.

Pero aún así, debido a las dificultades geológicas, durante la construcción se produjo el derrumbe del túnel entre Plóschad Múzhestva y Lesnaya. Ahora algunas estaciones situadas en las zonas de mayor riesgo de inundación poseen puertas de andén, que separan el propio andén de las vías por donde transcurren los trenes del metro y se abren simultáneamente con las puertas de los vagones que llegan a la estación. Los trenes que pasan entre estaciones de este tipo tienen el nombre alternativo de “ascensores horizontales”. Estos detalles hacen que se intensifique la sensación de estar en un espacio verdaderamente aislado, liberado de cualesquier signo espacio-temporal, un “no-lugar”. Quizá esta sensación se deba también a aquella filosofía de San Petersburgo como ciudad fantasma y a toda la larga historia de la construcción de su subterráneo. Y llegan a la memoria las líneas de Julio Cortázar que abordan el fenómeno, digamos, psicológico del metro como tal: “Había empezado a sentir, a decidir que un vidrio de la ventanilla en el metro podría traerme la respuesta, precisamente aquí, donde todo ocurre bajo el signo de la más implacable ruptura, dentro de un tiempo bajo tierra que un trayecto entre estaciones dibuja y limita así, inapelablemente abajo”.

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