El teatro ruso del siglo XX
El teatro del siglo XX se desarrolló en medio de grandes crisis, guerras, cambios políticos y sociales que determinaron su historia y transformaron la mentalidad de la sociedad, de los dramaturgos y del público de la época.
La revolución de 1917 cambió radicalmente toda la vida de Rusia y marcó una nueva etapa también en el desarrollo del teatro del país. El nuevo Gobierno entendía perfectamente su importancia. El 9 de noviembre de 1917 el Consejo de Comisarios del Pueblo publicó un decreto por el cual todos los teatros rusos pasaban a ser gestionados por el Departamento de Artes de la Comisión Estatal de Educación. Dos años más tarde los teatros fueron nacionalizados.
El teatro estaba completamente involucrado en la construcción de la nueva vida. En los primeros años después de establecido el poder soviético en Ucrania, Georgia, Armenia y Azerbaiyán se organizaron agrupaciones profesionales y los teatros empezaron a recibir financiación del presupuesto estatal. De 1919 a 1921 se abrieron teatros en Kiev, Tbilisi, Bakú y Minsk.
Pero el verdadero sentido de la nacionalización de los teatros se revelaría más tarde. Hasta los años 30 del siglo XX el joven Gobierno se ocupó de asuntos mucho más urgentes que el arte: la guerra civil, la desorganización y el hambre. Por eso, la historia del teatro soviético en la década de los años 20 fue un tiempo de experimentos valientes. Durante este periodo aparecieron las famosas puestas en escena de los ilustres directores Vsévolod Meyerjold, Alexandr Taírov y Yevgueni Vajtángov. También se abrieron muchas salas nuevas.
Los cambios sociales que empezaron a realizar los bolcheviques requerían una amplia alfabetización y un nivel cultural más alto de toda la sociedad. Las autoridades empezaron enérgicamente a “crear” nuevos intelectuales soviéticos. Como en todos los ámbitos de la vida, esta transformación se hizo a pasos acelerados.
En 1925, Nikolái Bujarin, político, economista, filósofo marxista y revolucionario, escribía: “Es necesario que los cuadros de la intelectualidad sean entrenados ideológicamente de una manera especial. Sí, vamos a fabricar intelectuales, vamos a producirlos como en las fábricas”. El poder soviético necesitaba gente que demostrase al mundo los logros culturales de la Revolución. Actores, compositores y escritores tenían que reforzar la consigna de Stalin: “La vida mejoró, la vida empezó a ser más alegre”. El Gobierno soviético prestaba la máxima atención a géneros como el jazz, la música bailable y de cine y la canción popular. Las profesiones de maestro o médico se situaban muy por debajo de las de los artistas en la jerarquía social soviética.
Vsévolod Meyerjold participó de manera activa en la formación de nuevos métodos de expresión creando un teatro de espectáculo, de agitación y con una fuerte carga política. Con objeto de hacer propaganda de las ideas revolucionarias, Meyerjold presentó su primer espectáculo, Misteria–Buff, basado en la obra homónima de Mayakovski. En la puesta en escena de La maravilla de san Antonio de Moris Meterlink, otro talento de aquella época, Vajtángov, se burlaba de la trivialidad del pequeño mundo burgués y hablaba del amor a la gente corriente. En los años 20, el desarrollo de la dramaturgia soviética predeterminó el posterior florecimiento del arte teatral.
“El arte tiene que ser para todo tipo de público”. Esta consigna provocó un crecimiento enorme de la actividad artística. El experimento, dirigido a la construcción de una nueva sociedad, presuponía la renuncia a todo el legado cultural del pasado. En esos años Meyerjold adelantó el programa Octubre Teatral, donde se proclamaba la total destrucción del arte viejo y la creación sobre sus ruinas de uno nuevo. Paradójicamente, este director, que había estudiado profundamente los sistemas tradicionales, se convirtió en uno de los ideólogos del cambio.
La reforma y la innovación determinaron el éxito en este período, algo que probablemente permitió la coexistencia de los politizados y futuristas espectáculos-mítines de Vsévolod Meyerjold y el delicado psicologismo de Alexandr Taírov, el realismo fantástico de Yevgueni Vajtángov y los experimentos con espectáculos infantiles de Natalia Satz; mientras los teatros tradicionales presentaban obras revolucionarias, románticas y satíricas.
La dictadura ideológica se reforzó en 1930, cuando las autoridades proclamaron que existía solo una forma artística: el realismo socialista. Diez años más tarde, el Gobierno estableció un control total sobre el teatro. En aquella época se hicieron famosos los espectáculos bautizados “leniniany”, ya que la figura central de estas obras era Lenin. Las piezas basadas en las novelas del “fundador del realismo socialista”, Maxim Gorki, triunfaban en los escenarios del país.
A partir de 1934, el Gobierno empezó a otorgar condecoraciones a los artistas, los nombramientos se hacían a manos llenas. Los creadores que no se adaptaban al estilo del realismo socialista y no compartían los gustos oficiales inmediatamente cayeron en desgracia. Uno de ellos fue Vsévolod Meyerjold. Su teatro fue clausurado en 1938 y él mismo fue arrestado y asesinado después de ser sometido a torturas.
El sistema de censura creaba muchos obstáculos a los teatros soviéticos: en los escenarios reinaban los principios de la unificación y uniformidad pero, a pesar del estricto control, los directores lograban hacer interesantes sus obras. Por otro lado, el Estado financiaba todos los festivales y representaciones. El éxito comercial de los espectáculos no era una condición necesaria para decidir si el teatro tenía derecho a seguir disfrutando del presupuesto.
Durante la Gran Guerra Patria (1941-1945) la mayoría de las obras tenían un marcado carácter patriótico y muchas trataban del sitio de Leningrado, algo que desmentía por completo la frase “cuando se oyen los cañones, las musas callan”. Paradójicamente, en las duras condiciones de vida de aquellos años el arte ayudaba a sobrevivir.
La guerra conllevó un fuerte crecimiento del nivel artístico en distintas regiones del país ya que los principales teatros fueron evacuados de Moscú y San Petersburgo. Su actividad contribuyó al desarrollo del arte escénico y al intercambio de experiencia.
No obstante, este auge patriótico teatral acabó con la guerra, después de la cual las autoridades endurecieron la censura. El control ideológico se debilitó con la llegada del así llamado “deshielo” tras el desenmascaramiento del culto a la personalidad de Stalin.
Durante este período empezaron su actividad muchos directores ilustres que crearon compañías que marcaron la pauta de la vida cultural del país. Entre ellos cabe destacar los teatros moscovitas Sovremennik (1957) y el Teatro de Comedia y Drama en Taganka (1964, bajo la dirección de Yuri Liubímov).
Una nueva estética se fue formando en los escenarios de Moscú y Leningrado. De 1960 a 1980 los teatros intentaron superar los diferentes obstáculos de los mecanismos que todavía regulaban el proceso teatral. Pero a pesar de las circunstancias, la gente siempre sabía qué espectáculos valían la pena, aunque muchos de ellos acababan estando prohibidos.
En los años 80 se publicó un decreto por el cual el repertorio teatral debía tener más obras que mostraran civismo e intolerancia ante cualquier tipo de infracción de las normas y principios de la moral comunista. Las puestas en escena debían corresponder a los cánones del realismo socialista, que era considerado como el único método apropiado para el desarrollo del arte.
Al mismo tiempo, el apoyo económico al teatro dejó de ser una prioridad para el Estado, que, de hecho, fue reduciéndolo. En alguna ocasión incluso se barajó la idea de que las compañías se financiaran siguiendo el modelo de autogestión.
La comunidad teatral no estaba dispuesta a aceptar el nuevo statu quo. Asumiendo su responsabilidad en el destino del teatro ruso, sus representantes más brillantes llevaron a cabo entre 1985 y 1990 una gran reforma. Al fin lograron crear la Unión Teatral de Rusia, cuyo programa suponía la ruptura de las cadenas ideológicas y ofrecía a los artistas independencia administrativa y la posibilidad de una libre elección del repertorio.
Una nueva época en la historia de teatro empezó a mediados de los 80, cuando la perestroika dio sus primeros pasos.