Alexandr Karelin

Alexandr Karelin RIA Novosti / Iliá Pitaliov

Vencía a sus oponentes con tal convicción y fue imbatible durante tanto tiempo en torneos del más alto nivel, que era difícil imaginar que alguien podría ser capaz de frenarlo. Alexandr Karelin, considerado por muchos como el más grande luchador de lucha greco-romana de todos los tiempos, nació el 19 de septiembre de 1967 en la ciudad siberiana de Novosibirsk. Es difícil creer que su incomparable fuerza es producto de años de enorme esfuerzo. Es más fácil suponer que fue un regalo de la naturaleza, un don que el pequeño Sasha recibió cuando nació. Bien es cierto que sus 6,8 kilos de peso al nacer hacen más verosímil la segunda teoría.

Implacable Karelin

En 1994 se llevó a cabo en Moscú un torneo de lucha greco-romana entre la selección de Rusia y la del “Resto del Mundo”.

Todos los combates eran atractivos, pero el más esperado y el que más atención atrajo del público fue el que protagonizaron Alexandr Karelin y el campeón olímpico y tres veces campeón mundial en la división de 100 kilogramos, el cubano Héctor Milián. Analistas de todo el mundo esperaban que este pudiera quebrar la racha ganadora del “oso ruso”. Es cierto que en el Campeonato Mundial de Támpere, Milián perdió frente a Karelin, pero este hecho no le preocupaba, ya que en aquella ocasión, a los dos minutos y medio de iniciada la pelea, fue retirado por el médico debido a una lesión.

El primero en salir a la lona fue Milián, y luego Karelin. El ruso alguna vez dijo en una entrevista que los primeros segundos del choque te dan esa información sobre el rival que no puedes conseguir antes de enfrentarte a él: si son fuertes sus brazos, qué transmiten sus ojos, claro está, si es que te mira a los ojos. Pero para darte esa información el contrincante tiene que oponer resistencia. Y pareció que Milián cumplió exactamente la petición de Karelin: hizo todo lo que pudo en los primeros instantes del encuentro. Muy pronto se supo que no duraría mucho sobre el tapiz. Cuando Karelin separaba las manos al cubano le parecía que eran como un metal que perdía su resistencia y que no podrían volver jamás a su posición normal. Logró rápidamente sus dos primeros puntos y luego, en menos de dos minutos lo tiró a la lona, estableciendo una limpia victoria.

Nadie podía detener a Karelin, que iba de victoria en victoria e incluso se pensaba que tenía algún tipo de ayuda sobrenatural, y seguramente, ocurrían cosas que no tenían explicación lógica. Una vez Alexandr explicó lo que ocurría en un entrevista. “Claro que sí, ocurrieron varias cosas de ese tipo, por lo menos dos. En primer lugar mi nacimiento, y en segundo el haber conocido a Víctor Kuznetsov, mi único entrenador. Perdía el tiempo con mis amigos en la calle hasta que llegó un hombre joven y fuerte de ojos azules y nos invitó a ir al gimnasio. Tenía unos 13 años y no sabía nada de lucha, y claro está, no tenía idea de que en ese momento empezaría mi prolongada carrera deportiva”.

Comienzos profesionales

Cuando empezó a dedicarse de lleno al deporte sus padres no estaban muy contentos con lo que hacía. “Por esos años no tenía mucha suerte. A los 15 años me rompí una pierna. Mi madre me prohibió entrenar y hasta quemó mi uniforme deportivo. Yo la entiendo. Imagínese, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, mis amigos le llevan mi mochila y le dicen: “Su hijo está en el hospital”. A pesar de todo, en aquella ocasión, pude alcanzar el tercer lugar en un torneo de la región de Novosibirsk. Luego me rompí un par de veces las manos. Unas  ocho veces las costillas. Pero para un luchador las fracturas de las costillas son lo de menos”.

“Las victorias no llegaron en seguida. Víktor Kuznetsov siempre dice que lo importante no es el resultado, sino el proceso mismo. Varios maestros de la lucha me ayudaron a sentir esa sensación en la práctica. Claro que en los entrenamientos con ellos había minutos en los que me iba del tapiz con lágrimas en los ojos y con sensación de impotencia”.

En 1987, en la final del Campeonato de la Unión Soviética, Karelin perdió 0–1 ante el dos veces campeón mundial Ígor Rastorotski. Se encontrarían luego en enero de 1988 en Tbilisi, cuando se disputaba el campeonato nacional. Poco antes, Karelin había tenido una conmoción cerebral tan seria que los médicos quisieron alejar al atleta de 19 años del equipo olímpico. A pesar de todo, salió a la lona y venció limpiamente a su rival más importante, poniéndolo de espaldas y aplicando dos de sus clásicos ataques. Pero incluso después de ello, la batalla entre estos dos luchadores no se dio por concluida.

Karelin cuenta:Me decían: ‘Tienes apenas 19 años, espera un poco. Deja que Ígor haga lo suyo, y cuando termine ocuparás su lugar’. A esto se le suman todas las artimañas de las peleas detrás del telón. Todo eso me agobiaba pero no podía aceptar ser el segundón”.

Un año y medio antes de los Juegos de 1988, Karelin y Rastorotski viajaron a Rumanía, para allí, en un lugar neutral, definir de una vez por todas quién es quién. “Salí a la lona quizás con el mismo sentimiento con el que salían los gladiadores al circo romano. Todas las barreras que tenía que superar estaban concentradas en una sola persona. En mi universo solo existíamos él y yo. El resultado no fue abultado, 2–0, pero según los especialistas mi victoria fue contundente. Y fue allí cuando por primera vez en mi vida levanté los brazos y realicé algo parecido a un baile”.

Era necesaria una explosión emocional de ese tipo para que Karelin, que controlaba rigurosamente sus emociones, se liberara de esa forma. Hasta habiendo conseguido el reconocimiento mundial, siempre que podía, trataba de pasar desapercibido. Un ejemplo claro fue antes del Baile de los Campeones que se realizó en Moscú en 1993, donde Karelin, junto a su amigo, el nadador Yevgueni Sadovy, vio como se preparaban para su actuación los participantes del espectáculo. Cuando una de las chicas le preguntó: “¿Quién es usted? ¿Qué deporte practica?”. Karelin puso delante de él a su amigo y le respondió: “Este es el tres veces campeón olímpico Yevgueni Sadovy, y yo soy su masajista”.

Grandes peleas, grandes victorias

En la final de las Olimpiadas de Seúl en 1988, Karelin se tuvo que enfrentar al búlgaro Rangel Guerovski. Los especialistas daban al ruso como favorito, en primer lugar porque venía de la mejor escuela de lucha del mundo y, en segundo lugar, porque había dejado su reputación bien alta al ganar el Campeonato Europeo. Sin embargo, Guerovski en el primer segundo puso al ruso en su lugar con una llave que fue calificada por los jueces con tres puntos. Se fueron al descanso con un marcador de 3–2 a favor del búlgaro.

“En el segundo tiempo buscaba cambiar la dirección de la pelea, pero no tenía la posibilidad de probar diversas opciones y aposté por mi llave clásica. A 15 segundos del final mi ‘cinturón por la espalda’ [o “Karelin lift”] funcionó. A los luchadores nunca les gustó esa llave. Bueno a nadie le gusta caer del segundo piso. Me levantaron el brazo, pero no sentí ni felicidad ni satisfacción. Tenía otra sensación, como si me hubieran quitado una piedra del cuello. Cuando salí a la sala, solo me quedaban fuerzas para sonreír”.

En 1992, en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el destino de la medalla de oro también se resolvería en pocos instantes. Pero esta vez al principio de la pelea. En la final Karelin se tenía que medir con el sueco Thomas Johansson. El encuentro duró solo 19 segundos, pero su historia previa fue mucho más larga. En 1986 Johansson ganó el Campeonato del Mundo venciendo al favorito, Vladímir Grigóriev. Unos meses después la selección de la URSS, con Grigóriev incluido, viajó a Suecia. Karelin en aquel momento tenía 18 años y ese era su primer auténtico torneo internacional. “Vladímir Grigóriev y yo estábamos en el mismo grupo y Thomas en otro. Gané a Grigóriev y pasé a la final. Y fue allí cuando Johansson me hizo un ‘regalo’: supuestamente, por una lesión se retiró de la competición. Yo vi lo que ocurrió en el tapiz, no hubo ninguna lesión. ¿Por qué Thomas me dejó el primer lugar? Seguramente, solo porque actuando en casa, no se quería arriesgar”. Desde aquel día nos hemos enfrentado en varias ocasiones pero nunca ha conseguido sacarme un solo punto.

Sin embargo, en 1993 en el Campeonato del Mundo de Estocolmo se le presentó una oportunidad. Karelin se enfrentaba al estadounidense de origen iraní Matt Ghaffari. “Luego de ganar un punto, traté de voltear a mi rival y me lesioné dos costillas derechas. La de abajo se desprendió y la otra quebró. Estas cayeron y presionaban el hígado, por eso todo el tiempo sentía en la boca el sabor de la bilis. De todas formas gané 3–0. Salí de la lona perdido, me acosté y me preguntaban: ‘¿Cómo te sientes? ¿Te retirarás?’. Me ayudó un médico alemán. No teníamos uno propio, en aquel momento la selección de la URSS se estaba transformando en la de Rusia, pero se olvidaron de los doctores”.

Veinte minutos después Karelin tenía que salir a pelear contra su principal rival: Johansson. “Salimos y Tomas me sacó un punto: cuando me agaché las costillas rotas se atrancaron y no pude enderezarme rápidamente. Pero luego pude aplicarle tres veces mi llave maestra, ‘el cinturón por la espalda’. El marcador se puso 12–1. Las otras peleas ya fueron más tranquilas, sumaba puntos con tranquilidad, no me sobrecargaba y en la final tumbé limpiamente al moldavo Mureiko”.

Luego del Mundial, Johansson dijo que Karelin había creado confusión entre los competidores: con las costillas rotas no se puede pelear .

Tres años después, Karelin volvió a confundir a todos. Sufrió una lesión muy grave: tuvo un desgarro de un músculo pectoral y se formó un hematoma grande que pesaba cerca de un kilo y medio, y que prácticamente le dejó inhabilitado el brazo derecho. Parecía que ni siquiera tenía que pensar sobre si actuar o no en Budapest. Pero el médico deportivo Valeri Ojapkin aseguró que Karelin podía salir a competir y se haría responsable de cualquier consecuencia que causara su actuación en el torneo. Karelin hizo lo imposible. Literalmente, solo con el brazo izquierdo ganó el Campeonato de Europa.

En Atlanta, Karelin se enfrentó nuevamente a Matt Ghaffari, quien, según se pensaba, no tenía ningún obstáculo que le impidiera cobrarse la revancha. Pero eso parecía antes del combate que le proporcionó al “oso ruso’ su tercera medalla olímpica. Durante 13 años Alexandr Karelin no supo lo que era la derrota, pero probablemente sentía que su “día negro” estaba muy próximo.

Últimos pasos de la carrera deportiva

Parece que la impresionante intuición de Karelin le dijo cuándo y cómo iba a ocurrir. Y quizás, por esta misma razón, antes de su trágica Olimpiada, Alexandr, que en esa época ya había logrado ocupar un puesto en el Parlamento de Rusia, en vez de concentrarse plenamente en el deporte, se dedicó seriamente a la actividad política.

El año 2000, en las Olimpiadas de Sídney, Alexandr Karelin fue derrotado por 0–1 por el estadounidense Rulon Gardner. Alexandr soltó por un instante a su rival en una maniobra, acción que, según las nuevas reglas impuestas poco antes de los Juegos, le dio el punto que fue suficiente para que Gardner se llevase el triunfo.

En los siguientes tres minutos que quedaban de pelea, Karelin no pudo hacer nada para revertir el marcador. Luego explicó que “le faltaron emociones”. “Te da la sensación de que estuvieras envuelto en una telaraña. Y te invade, quizás, algo así como una indiferencia. Sí, te da igual todo. Y no puedes hacer nada contra eso. A veces, te acuestas y pareciera que no te late el corazón. Y lo peor de todo es cuando te das cuenta de que ya no quieres nada”.

Luego de las Olimpiadas, Karelin no quiso justificar su derrota dando explicaciones. Los especialistas recordaban que en el último campeonato nacional, nueve meses antes de los Juegos de Sídney, Alexandr había luchado con 40º de fiebre y que poco antes de las Olimpiadas había sufrido una lesión en las costillas y tuvo una complicación de gripe.

“¿Por qué perdí en Sídney? Explicaciones hay muchas. Y se pueden enumerar sin final, pero se debe juzgar por el resultado. Diga lo que diga ahora, igual no voy a ser el primero. Además, cualquier excusa solamente me humilla. Ya ha pasado mucho tiempo, pero hasta ahora lo siguen comentando. Un día en el aeropuerto de Moscú se me acercó un hombre. ‘¿Karelin?’, me preguntó. ‘No te preocupes, ya te perdoné el infarto que me dio después de lo de Sídney’”.

“Para mí, la derrota en Australia fue un golpe duro que no pude olvidar durante mucho tiempo a pesar de que me había preparado para los Juegos de Sídney pensando que sería mi última Olimpiada. Cuando llegué a casa, me olvidé por completo de mi bolsa, en el que llevaba todos mis artículos deportivos”.

“Espero que pronto pase todo esto. Me ayuda mucho que mis seguidores no hayan perdido el afecto que sienten por mí. Siempre escucho palabras de aliento y me da gusto que la mayoría primero vea en mí un deportista y después un miembro del Parlamento ruso”.

“Ahora todo es más fácil, no está esa responsabilidad que siempre sentía cuando luchaba por la selección nacional. Siempre soñaba con entrenamientos duros y hasta escuchaba en los sueños el sonido de la varilla. Ahora peleo por mí mismo. No voy a los gimnasios, a veces voy a mi sala de boxeo y si veo que están entrenado luchadores de pesos pesados, les pregunto: ‘¿Quién quiere probar con el cuerpo de un diputado?’ Hay intentos pero nadie ha tenido éxito”.

“Muchas veces he pensado qué lugar ocupo entre mis colegas luchadores. Alguien me dijo que la lucha es una doctrina de la vida y aquél que está ligado a ella es un luchador activo, o bien, simplemente, un luchador. Pues yo soy un luchador, y siempre lo seré”.

Estos son algunos de los títulos y logros de Alexandr Karelin: Maestro honorario del deporte en lucha greco-romana, cuatro veces campeón de la URSS (1988–1991), Campeón de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) de 1992, ocho veces campeón de Rusia (1993–2000), Campeón de los Juegos Olímpicos de Seúl (1988), Barcelona (1992), Atlanta (1996), medalla de bronce de la Olimpiadas de Sídney (2000), doce veces campeón de Europa (1988–1996 y 1998–2000) y nueve veces campeón del mundo (1989–1991, 1993–1995 y 1997–1999).

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