Marina Semiónova

Marina Semiónova RIA Archivo

“Ahora estoy completamente huérfano puesto que Semiónova para mí no fue solo una profesora, sino también mi segunda madre”, destacó el día de la muerte de la bailarina rusa Marina Semiónova el solista del Teatro Bolshói, Nikolái Tsiskaridze, subrayando que Semiónova lo había formado no solo como bailarín, sino también como persona. 

Esto lo puede confirmar la pléyade completa de bailarines rusos autodenominados “el regimiento Semiónova” por la maestría obtenida en las clases de la profesora. Entre ellos figuran Nina Ananiashvili, Maya Plisétskaya, Nadezhda Pávlova y muchos más.

El ballet ruso está en deuda de por vida con Semiónova, afirma Tsiskaridze:

“Cuando en 1925 los comisarios discutían si debía existir o no un ballet en el país, Agrippina Vagánova los invitó a un espectáculo en el que participaba su alumna preferida: Marina Semiónova. Su feminidad, elegancia y belleza conquistaron a los miembros de la comisión y la cuestión de la existencia del ballet en el país se decidió favorablemente. Se concedieron los fondos y dieron tanto para el teatro como para el colegio. Así, se puede decir que el ballet ruso es la encarnación de Semiónova".

Biografía

Marina Semiónova nació en San Petersburgo el 30 de mayo de 1908.

El año de su graduación en el Colegio de Coreografía en Leningrado (ahora San Petersburgo), 1925, obtuvo fama y se convirtió en la prima ballerina del Teatro Nacional Académico de Ópera y Ballet (ahora Teatro Mariinski), donde con su “soltura de zarina” durante cuatro temporadas interpretó más papeles que durante los siguientes 23 años de su carrera. Entre estos, los roles principales y más queridos de Semiónova fueron Odetta-Odilia de El lago de los cisnes de Piotr Chaikovski, Raimonda de la óbra homónima de Alexandr Glazunov, Aurora de La Bella durmiente de Chaikovski o Nikia de La bayadera de Ludwig Minkus.

Cabe destacar que en la década de los años 20, el entonces joven gobierno soviético dudaba sobre si el ballet clásico era necesario en los tiempos en que se intentaba crear un nuevo tipo de cultura: la cultura proletaria, basada en la ideología revolucionaria y vanguardista del marxismo. Pensaban que la herencia burguesa y noble no tenía cabida en la Unión Soviética. En el fuego de la revolución ardían íconos y poesía del siglo XIX, el siglo dorado ruso. Semiónova y otras bailarinas, como Galina Ulánova, con su arte demostraron la vigencia de la coreografía clásica.

Pero no todo era tan bueno. Los nuevos reformadores culturales progresistas de la época creían que el baile y los movimientos plásticos en sí mismos no podían crear teatro y espectáculo. Por esa razón trataron de encontrar sentido y probar la actuación coreográfica en el escenario. Proclamaban la claridad y accesibilidad del espectáculo y la negación de la intencionada convencionalidad y simbolismo del viejo ballet, lo que después obtuvo su desarrollo en la creación de ballet moderno. Por eso, en el ballet soviético entre 1930 y 1950 floreció un ballet dramático que negaba los grandes conjuntos clásicos, suponía la actuación dramática de los bailarines y la idea estricta del dramaturgo. En el escenario aparecieron bailarinas que encarnaban a las heroínas literarias, llenas de emociones pero con una menor expresividad en el baile.

Semiónova no fue una actriz dramática y guardaba las tradiciones de Vagánova, con sus reglas del ballet imperial, no del teatro sicológico. Así, sus cualidades estéticas, invencible fascinación, encanto femenino y el impecable baile clásico, no dramático, no resultaban necesarias. Poca gente comprende qué significa para la mejor bailarina de su tiempo el no tener nuevos papeles, no tener ni un espectáculo hecho especialmente para ella, ver la decandencia del nivel del ballet clásico. “Su dignidad nunca le permitió quejarse”, destaca Nikolái Tsiskaridze.

Semiónova fue una de las primeras bailarinas en participar en giras fuera de la Unión Soviética. Entre 1935 y 1936, gracias a la invitación de Serguéi Lifar, entonces a cargo del conjunto de ballet de la Ópera Nacional de París, bailó en el escenario de ese famoso teatro.

“Para nosotros fue una diosa”, recuerda la prima ballerina del teatro Bolshói, Maya Plisétskaya. La adoraron y admiraron. Pero también hubo momentos malos.

Solo se puede adivinar cómo pasaba la vida de la viuda del asesinado "enemigo del pueblo", Lev Karaján, en el teatro principal nacional visitado frequentemente por Iósif Stalin. Y cuánta verdadera valentía y pura audacia femenina se necesitaba para, durante la Gran Guerra Patria (1941–1945), involucrarse en relaciones amorosas con un trabajador de la Embajada estadounidense. Semiónova sobrevivió también porque amaba la vida. En su actitud hacia el ballet no había ni una gota de fanatismo. No se le ocurrió nunca la idea de elegir entre el escenario y la vida privada: "¿Para qué? Lo combinaba todo. Nadie me obligaba, resolvía mis problemas por mí misma", cita a Semiónova la crítica de ballet Tatiana Kuznetsova.

Para muchas bailarinas, uno de los obstáculos para poder bailar son los hijos. Por su hija Yekaterina, Semiónova empezó a dar clase en una escuela de coreografía y en el año 1953, justo después de su jubilación, empezó a enseñar en el teatro Bolshói para introducir las tradiciones de Vagánova en Moscú.

Bajo su dirección pulieron su maestría las bailarinas principales del teatro de muchas generaciones. Entre ellas están Maya Plisétskaya, Nina Timoféyeva, Marina Kondrátieva, Natalia Bessmértnova, Liudmila Semeniaka, Nadezda Pávlova y Galina Stepanenko.

“La escala de su talento y personalidad no se puede sobrevalorar, no sé si me he encontrado con otra persona de semejante calibre”, destaca Tsiskaridze. “Marina Timoféyevna seguirá presente en los corazones y maestría de sus alumnos, muchos de los cuales actúan en escenarios famosos. De todas formas, trataré de bailar de manera tal que Semiónova no se avergonzase de mí”, dice Tsiskaridze.

Tatiana Kuznetsova, autora de Crónicas del teatro Bolshói. 1994–2009, destaca que, a pesar de que casi nadie recuerda el baile de la joven Semiónova y a pesar de que casi no existen registros audiovisuales y fotográficos, no se pueden recrear sus movimientos irrepetibles. Su singular imagen está en el alma y la retina de las personas.

Por esto, no es sorprendente que alguien haga un comentario hacia el movimiento libre de una bailarina moderna y diga: “Tiene algo de Semiónova.”

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