La carrera lunar

La carrera lunar RIA Novosti / Alexandr Mokletsov

La carrera lunar desempeñó en la década de los 60 un papel realmente extraordinario en la competición política de las dos superpotencias de ese entonces: Estados Unidos y la Unión Soviética. Un vuelo alrededor de la Luna y su exploración eran partes esenciales de los programas espaciales que se desarrollaban a ambos lados del muro que separaba dos ideologías irreconciliables; las dos potencias aspiraban a ser los primeros en esta misión histórica.

Inicio de la carrera lunar

Exploración lunar sin tripulación

Programa Lunojod

Exploración lunar tripulada

El único satélite natural de la Tierra durante siglos ha sido un imán para la humanidad: desde simbolizar una fuerza “sobrenatural” o deidad para los primeros seres humanos, hasta convertirse en base del calendario y fuente de información sobre las mareas. Por eso, era natural que con los avances en el área de la tecnología de cohetes la primera intención fuera volar hacia ella, poder observar finalmente su cara oculta, alunizar. Mientras la imaginación de los proyectistas se dirigía a cuerpos celestes como Marte, Venus o Mercurio, el satélite terrestre parecía la meta más natural y accesible.

Inicialmente los vuelos orbitales fueron considerados como una corta etapa de preparación obligada para un posterior ensamblaje de una nave interestelar. Muy pronto quedó claro que solo un aparato de tamaño muy reducido podría ser enviado desde la superficie terrestre al espacio exterior mediante un único cohete. Con el paso del tiempo tanto EE. UU. como la URSS se centraron en la creación de estaciones orbitales y la solución de las tareas para su mantenimiento. Al mismo tiempo, los políticos apresuraban la realización de aquellos planes, siendo para ellos una cuestión de supremacía en la Tierra.

Inicio de la carrera lunar

Distintos cronistas e historiadores de los programas espaciales comparten la opinión de que la carrera lunar, como tal, se disparó con el discurso inaugural del presidente estadounidense John Kennedy en enero de 1961 y el programa —elaborado con urgencia— de exploración de la Luna que él mismo promulgó en mayo de ese año. A los norteamericanos les pareció muy atrevido el compromiso del líder demócrata de que EE. UU. conseguiría llevar un hombre a la Luna y traerlo de vuelta a la Tierra sano y salvo antes del final de aquella misma década.

Existe una leyenda sobre este episodio inicial. Cuando el presidente Kennedy escribió su célebre discurso contempló concretar la fecha de llegada del hombre a la Luna pero sus asesores de la NASA insistieron en que no podían indicarle tal fecha. Entonces, a alguien se le ocurrió la idea de anunciar el primer alunizaje “para el final de la década”. El mandatario quería hablar de 1968 o 1969 como máximo. Los científicos admitieron como probable esta última opción, pero preferirían tener un año de reserva. Finalmente, explicaron su fórmula al presidente de la siguiente manera: la mayoría de la gente opina que el final de la década es el 1 de enero de 1970, pero lo cierto es que coincide con el inicio de 1971. Esto daba a la NASA un año de margen sin que el presidente tuviese que mentir abiertamente a los ciudadanos.

Paralelamente en la URSS, desde mediados de la década de los años 50 el gran ingeniero ruso y académico Serguéi Koroliov estaba madurando la idea de lanzar una nave tripulada a la Luna. El primer problema era cómo orientarla desde la Tierra; el segundo, cómo regresar al cosmonauta sano y salvo. En marzo de 1961, cuando todo estaba preparado para el primer vuelo orbital, el científico volvió a presentar su proyecto a los líderes del Partido Comunista, otros miembros de la Academia de las Ciencias, jefes militares e industriales.

Propuso proyectar primero un vuelo alrededor de la Luna con una nave derivada de la modificada Vostok, la misma que llevó a la órbita al cosmonauta Yuri Gagarin. Pronto quedó en evidencia que al proyecto le faltaba fundamento y no tenía futuro; el cohete podía desviarse sin la mínima posibilidad de corregir el trayecto, al igual que lo habían hecho las primeras sondas que se usaron en la exploración lunar.

Un programa alternativo apareció en la oficina proyectista de Koroliov en 1963. Consistía en 5 etapas yrequería estudios lunares fundamentales y detallados. La etapa L1 preveía un vuelo pilotado alrededor del satélite. Para la segunda fase (L2) era imprescindible ensamblar un vehículo lunar que examinara los posibles sitios de alunizaje de la futura nave pilotada (la tercera etapa, o L3). Las labores posteriores se dividían en dos etapas más: experimentos científicos en la órbita lunar (L4) y otros tantos en la superficie del satélite (L5).

Ya para 1964 se hizo evidente que EE. UU. adelantaba a su adversario ideológico con su programa Apollo. En la última reunión con Koroliov, el líder político de Rusia, Nikita Jruschov, prefirió el programa L3 en detrimento de los otros cuatro que había. Era preciso lanzar lo más pronto posible una expedición única para que el pie de un cosmonauta soviético fuera el primero en pisar el suelo de nuestro satélite natural.

Exploración lunar sin tripulación

La parte más exitosa del programa lunar consistió en el envío al satélite de unos aparatos pequeños o de tamaño mediano que permitirían primero comprobar la ausencia de atmósfera, identificar el tipo de superficie, sacar las primeras fotos a corta distancia y, más tarde, realizar pruebas de las arenas y piedras de la superficie. En este aspecto de la exploración, la productividad de los científicos rusos superó notablemente los logros norteamericanos.

El 2 de enero de 1959, la sonda Luná-1 fue el primer artefacto humano en alcanzar la velocidad de escape de la gravitación terrestre, se separó con éxito de la tercera etapa de su cohete y tomó rumbo hacia la Luna. El aparato pasó a casi 6000 kilómetros del satélite natural de la Tierra después de 34 horas de vuelo y no impactó en su superficie debido a una falla en el sistema de control del cohete impulsor.

El 14 de septiembre de 1959, la sonda Luná-2 se convirtió en el primer artefacto fabricado por el hombre en alcanzar la superficie lunar. El 7 de octubre de 1959, Luná-3 transmitió por primera vez a la Tierra imágenes de la cara oculta del satélite. En los años consecutivos —y hasta 1976— los exploradores rusos del espacio prácticamente bombardearon la superficie lunar con aparatos de la misma serie, aunque esto no permitía predecir el día de llegada de un cosmonauta soviético a la Luna.

De las sondas estadounidenses de aquella época, las tres primeras —Pioneer 1, 2 y 3— fallaron por distintas razones y no lograron alcanzar el satélite. La Pioneer 4, lanzada en marzo de 1959, superó la gravitación de la Tierra pero, estando ideada para su impacto contra la superficie lunar, pasó a una distancia 10 veces superior a la que separó de su objetivo a la Luná-1 disparada por los rusos dos meses antes (más de 60 000 km), de tal modo que quedó girando alrededor del Sol.

A la serie Pioneer le sucedió la de los aparatos Ranger, de nueva generación tecnológica, pero con un mayor porcentaje de fracasos. Incluso entre los primeros seis de ellos, los dos que impactaron la superficie lunar, llegaron allí con sus cámaras y transmisores de radio rotos. Solo en 1964 el Ranger VII logró transmitir más de 4000 fotografías en sus últimos minutos antes de colisionar. A este éxito se sumaron dos más en 1965.

Sin embargo, el 3 de febrero de 1966, fue la sonda rusa Luná-9 la que acertó y realizó el primer alunizaje de la historia. En mayo del mismo año, el Surveyor I norteamericano no solo alunizó, sino que sacó una serie de imágenes y analizó muestras de roca. En septiembre de 1970, la Luná-16 (que estaba lo suficientemente desarrollada para denominarse “estación interplanetaria”) facilitó la transportación a la Tierra de muestras químicas de las arenas lunares. Las estaciones Luná-17 y Luná-21 tenían otra misión particular: la de llevar al planeta dos emblemáticos vehículos: el Lunojod-1 y Lunojod-2.

Programa Lunojod

La misión del primero de estos dos vehículos se inauguró en el mar de la Lluvia (Mare Imbrium). El Lunojod-1 estuvo trabajando en el suelo del satélite hasta el 4 de octubre de 1971, de tal modo que su vida útil fue tres veces superior a lo esperado. Investigó el relieve, la radiación cósmica, la composición química y propiedades físicas del suelo, y realizó un programa para encontrar un lugar idóneo para un futuro alunizaje pilotado. Durante el período de trabajo la nave atravesó unos 10 540 kilómetros y transmitió al centro de control terrestre 211 panorámicas lunares y 25 000 fotografías.

El Lunojod-2 alunizó el 16 de enero de 1973 junto la estación automática Luná-21. Esta misión espacial está considerada la más exitosa dentro del programa lunar de la URSS. Operó durante cuatro meses (hasta junio del mismo año), recorrió 37 000 kilómetros, y transmitió a la Tierra más de 80 000 imágenes de la superficie lunar.

Exploración lunar tripulada

En cuanto a los vuelos pilotados, los científicos de Estados Unidos mantuvieron acalorados debates acerca de los métodos para llegar a la Luna. En su mayoría se decantaron por la idea del “encuentro en la órbita terrestre”. Esto consistía en lanzar dos cohetes: uno con una pequeña nave tripulada capaz de regresar a Tierra y otro con combustible para proseguir el viaje a la Luna y luego despegar de ella. Ambos se unirían en la órbita terrestre para viajar a la Luna.

El ingeniero John Cornelius Houbolt fue uno de los pocos en proponer la idea del encuentro en la órbita lunar. Este plan consistía en lanzar una cápsula y un vehículo de descenso utilizando cohetes diferentes para cada uno. La cápsula permanecería en la órbita lunar mientras el vehículo descendería. Posteriormente, el vehículo despegaría de la Luna para encontrarse de nuevo con la cápsula en la órbita lunar y de allí los tripulantes volverían a la Tierra.

Lo ideado por Houbolt fue intensamente ridiculizado y desprestigiado dentro de la NASA durante un largo periodo; fue la propia Casa Blanca la fuerza que obligó a la Agencia a tomarse este plan en serio.

Primero, en 1962, se presentó el programa Gemini, cuyo objetivo no era llegar a la Luna, sino desarrollar una tecnología que permitiera estancias más largas en el espacio, el acoplamiento de naves en órbita y el perfeccionamiento de las técnicas de reentrada en la atmósfera y aterrizaje.

El paso definitivo en el viaje a la Luna fue el desarrollo del programa norteamericano Apollo a partir del año 1963. Este programa presentaba un importante avance con respecto a las misiones anteriores y su principal objetivo era alcanzar la superficie del planeta con astronautas a bordo. Propiamente el programa Apollo comenzó en julio de 1960, momento cuando la NASA anunció un proyecto que tenía como objetivo el vuelo de astronautas alrededor del satélite para localizar una zona de alunizaje.

Pero los planes iniciales resultaron modificados en 1961 con el anuncio del presidente respecto al envío de un hombre al satélite. Finalmente, la misión Apollo 11 se cumplió en julio de 1969 con un éxito sin precedentes: el 20 de julio de 1969, Neil Armstrong y Edwin Aldrin alunizaron en el mar de la Tranquilidad.

De acuerdo con Yaroslav Golovánov, biógrafo de Serguéi Koroliov que lo había conocido personalmente, los programas pilotados lunares del gran ingeniero no eran percibidos con tanta admiración unánime en su propia oficina proyectista como lo fue el desarrollo de la nave Vostok. Hubo críticos que francamente afirmaron que todo eso era un asunto poco serio, aventurado e inviable.

Después de la dimisión de Jruschov, el máximo responsable del vuelo orbital de Gagarin estimó abiertamente como muy lejana la perspectiva del despegue exitoso desde la superficie lunar. Así, se centró en un plan más viable de vuelo pilotado alrededor del satélite sobre la base de las tecnologías existentes disponibles para la URSS. Sin embargo, en enero de 1966, Serguéi Koroliov murió sin ver construido el cohete de nueva generación ni su vehículo lunar.

Mientras tanto, en diciembre de 1968, los pilotos estadounidenses Frank Borman, James Lovell y William Anders cumplieron a la vez con todas las tareas de exploración espacial que siguen siendo significativas a fecha de hoy: por primera vez en una nave alcanzaron la velocidad suficiente para escapar del campo gravitacional de la Tierra, circunvolaron otro cuerpo celeste, luego abandonaron la zona de gravitación de ese cuerpo y regresaron exitosamente a casa.

Aunque eran importantes, sin duda alguna, los logros técnicos de la ingeniería soviética, tan solo alcanzaron a garantizar un alunizaje después de que los astronautas estadounidenses pisaran el satélite de la tierra. Eso privaba el programa del cohete L-1 ruso de todo sentido, tanto científico como simbólico, motivado por la competición entre las dos superpotencias. A la clausura del proyecto jugaron en contra varias fallas técnicas que empañaron los lanzamientos experimentales.

Si bien la llegada del hombre a la Luna no aportó tanto al avance de la ciencia y al conocimiento científico sobre el satélite como lo hicieran las múltiples expediciones no tripuladas soviéticas durante las dos primeras décadas de exploración lunar, sí resultó decisiva para que los sueños y anhelos de la humanidad sobre la exploración del universo se hicieran realidad y continuaran creciendo.

En cualquier caso, los programas lunares de las dos superpotencias revelaron numerosos secretos sobre la Luna y juntos contribuyeron a acercar un poquito a la Tierra los misterios de este cuerpo celeste, desde entonces un poco menos misterioso.

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