La bombilla
La bombilla ha sido uno de los inventos más prácticos de toda la historia. La lámpara incandescente es el resultado del pensamiento creativo de varios ingenieros de todo el mundo, estando entre los principales varios científicos rusos.
Varios investigadores comenzaron el desarrollo de los trabajos sobre lámparas incandescentes a principios del siglo XIX. Entre ellos, el físico ruso Vasili Petrov, quien en 1802 observó el fenómeno del arco eléctrico, se podría incluso considerar un precursor (aunque muy lejano) de este dispositivo.
Las lámparas de arco (un tipo de lámpara que emite luz producida por un arco eléctrico, también llamado arco voltaico), las elaboraron ya a mediados del siglo XIX los inventores rusos Shpákovski y Chikoliov. Las lámparas de Shpákovski iluminaron en 1856 la Plaza Roja durante la coronación del zar Alejandro II. Chikaliov utilizó la potente luz del arco eléctrico para los proyectores marinos. Sin embargo, estos dispositivos costaban mucho, eran inseguros y alumbraban muy poco tiempo.
En general, el problema de las lámparas de arco, que eran muy potentes, era que tenían poca resistencia, lo que requería una alta intensidad de corriente y una constante tensión. Por eso cada lámpara tenía que recibir electricidad de una fuente separada, y el circuito en serie de varias lámparas se consideraba imposible porque el fallo de una provocaba el fallo de otras. Además, si se querían alimentar varias decenas de lámparas en circuito paralelo, se necesitaban cables de un inmenso grosor. Este problema lo resolvió Pável Yáblochkov, quien reemplazaría la corriente constante por la corriente alterna e introduciría en la cadena condensadores y transformadores.
El inventor ruso Pável Yáblochkov quiso comercializar su propia versión de la lámpara de arco en Rusia. La negativa de los empresarios rusos, que no tomaron el invento en serio, obligó a Yáblochkov a viajar a París. Allí perfeccionó el diseño con la ayuda de un inversor local y pronto tuvo gran éxito.
Después de marzo de 1876, cuando Yáblochkov patentó su lámpara, las denominadas “bujías de Yáblockov” empezaron a intalarse en las principales calles de las ciudades europeas. La prensa elogiaba al inventor ruso: “Rusia es la cuna de la electricidad”, “Tiene que ver la candela de Yáblochkov con sus propios ojos”, eran algunos de los titulares de la prensa europea de aquellos tiempos.
Con “la lumiere russe” (“la luz rusa”, como denominaban el dispositivo de Yáblochkov) se iluminaron las calles no solamente de las ciudades europeas. El invento llegó a las Américas y fue utilizado para iluminar espacios públicos de San Fracisco, Ciudad de México y Río de Janeiro. Sin embargo, para iluminar la vivienda no eran útiles ya que daban una luz demasiado fuerte y liberaban demasiado calor.
Pável Yáblochkov se convirtió en un hombre rico y célebre. Pero la fama en el extranjero y la riqueza no era su meta. En 1878 el inventor recobró de la compañía francesa lo que había invertido en sus trabajos y el derecho de aplicación de su invento en su país natal por un millón de francos, y regresó a Rusia. Este millón de francos era toda su fortuna.
En Rusia al inventor lo recibieron como a un héroe. La compañía fundada por Yáblochkov fabricó 500 linternas con las nuevas bujías, una gran parte de las cuales fue instalada en los navíos de la flota rusa, incluido el yate personal del emperador ruso. Sin embargo, el invento no gozó de un gran éxito en su patria. Los empresarios no vieron grandes perspectivas en la novedad. Además, a principios de 1880 el físico estadounidense Thomas Edison había patentado una lámpara incandescente que resultó más efectiva: inicialmente funcionaba unas 40 horas, pero luego se logró aumentar su vida hasta las 1000 horas.
La bujía de Yáblochkov tuvo que ceder el paso a otra construcción en la que la luz procedía de un filamiento recalentado por la electricidad. Esta novedad estaba vinculada con otro inventor ruso, Alexandr Lodyguin.
El oficial retirado Alexandr Lodyguin primero creó una lámpara incandescente con varias barras de carbón (cuando una se quemaba por completo, se encendía otra). Fue Lodyguin el primero que propuso utilizar un filamento de tungsteno en la bombilla y agregarle una forma espiral. También fue él quien sugirió sacar el aire de la bombilla, con lo que multiplicó su vida útil muchas veces. Otro invento de Lodyguin fue llenar la bombilla con un gas inerte. Tras numerosos esfuerzos de perfeccionar el invento logró elevar la vida de la bombilla de media hora hasta varias centenares de horas.
En el 1874 Lodyguin patentó su invento en Rusia y obtuvo el premio Lomonósov de la Academia de las Ciencias de San Petersburgo. Registró patentes en varios países del mundo y fundó La Sociedad Rusa de Iluminación Eléctrica Lodyguin y Co. El inventor siguió trabajando sobre sus ideas en los años posteriores en el extranjero, donde eligió emigrar debido a la presión de las autoridades por sus vínculos con presuntos revolucionarios.
Sin embargo, fue el inventor estadounidense Thomas Edison quien llevó la bombilla a la perfección: aumentó la resistencia varias decenas de veces, introdujo el casquillo y el zócalo de lámpara e inventó el interruptor y una bomba que facilitaba la extracción del aire.
Pasadas decenas de años, compañías automovilísticas apreciaron la idea de Yáblochkov que por un largo tiempo se creía una vía muerta en la evolución de la iluminación artificial. Así, se desarrollaron las lámparas de descarga de gas, que también emiten luz formando un arco eléctrico que arde entre dos electrodos en un bulbo lleno de un vapor de algún gas. Los faros xenon, que se usan en los coches modernos, son en cierto modo los herederos de las bujías de Yáblochkov. Así como las luminarias fluorescentes, que ahora van reemplazando a las viejas bombillas incandescentes por ser mucho más efectivas.