Dmitri Pozharski
En el kremlin de la ciudad rusa de Veliki Nóvgorod se erige una composición escultórica que simboliza el camino que Rusia recorrió desde la fundación del primer Estado nacional en 862 hasta la inauguración de este monumento en 1862. El escultor, Mijaíl Mikeshin, plasmó el proceso histórico de todo un milenio en decenas de imágenes de personalidades políticas, militares y culturales que corresponden a cada una de las etapas más significativas.
A la Época de Revueltas (1584-1612), período de inestabilidad política, militar, económica y social, está dedicada la composición con las esculturas del zar Miguel I, el comerciante Kuzmá Minin y el príncipe Dmitri Pozharski. Los dos últimos contribuyeron a que Rusia no se desintegrara y a que en el país de nuevo surgiera el poder centralizado en torno al nuevo zar, Miguel I.
El príncipe Dmitri Pozharski es la imagen central de la composición. Con la espada esgrimida es el guardián del país que por fin recuperó la dignidad. En la Rusia actual las hazañas de las milicias populares comandadas por Pozharski se conmemoran durante la fiesta del Día de la Unidad Popular.
El grito a la guerra de liberación
Alimentar a su propio ejército
En verano de 1610 parecía que para Rusia todo estaba perdido: sus tropas habían sufrido humillantes derrotas en las batallas contra el Ejército polaco en la parte occidental del país. Una delegación de boyardos, nobles rusos, firmó en la ciudad de Smolensk un acuerdo en virtud del cual ofrecían el trono de los zares rusos al príncipe polaco Vladislao. Las tropas del nuevo zar, el impostor Demetrio II, que también pretendía a la corona, se instalaron cerca de Moscú. Entre la nobleza hubo escisión y traición, los aristócratas pasaban de un bando a otro y viceversa. Los boyardos apartaron del poder al zar Basilio Shuiski, los siete más nobles usurparon el poder y dejaron entrar a Moscú al ejército polaco. Al padre del príncipe Vladislao también le apasionó el futuro botín: Segismundo III no dejó que su hijo fuera a Rusia para gobernar y declaró que él sería el nuevo soberano del país. Los ejércitos suecos procedieron al saqueo de los territorios del norte. Rusia se estaba enfrentando a la amenaza real de la pérdida de su independencia nacional.
El grito a la guerra de liberación
Mientras tanto en otoño de 1611 en la ciudad de Nizhni Nóvgorod el comerciante Kuzmá Minin lanzaba una llamada a la guerra de liberación contra los invasores: “Si queremos ayudar al Estado de Moscú, no vamos a cuidarnos de nuestras propiedades y de las vidas mismas; no solo las vidas, ¡vamos a vender nuestras viviendas y empeñar a nuestras esposas e hijos!”. En la ciudad comenzaron a formarse milicias populares, los comerciantes respondieron al reclamo de Minin con la recaudación de fondos, armas y alimentos. Guerreros profesionales empezaron a llegar a Nizhni Nóvgorod tanto desde los alrededores, como de los territorios remotos en el este (Tartaria y Siberia).
Faltaba un jefe militar. En el país había bastantes voyevody (caudillos militares) pero el caso era especial: hacía falta alguien en quien se pudiera confiar plenamente. Se buscaba un voyevoda “honesto y experto en asuntos bélicos” y en especial “que no hubiera traicionado nunca a nadie”. El príncipe Dmitri Pozharski fue reconocido por los organizadores de las milicias populares de Nizhni Nóvgorod excelente portador de los valores requeridos.
Los antepasados de Dmitri Pozharski procedían de la familia del gran príncipe Vsévolod y al principio disponían de grandes riquezas y latifundios pero al momento de nacer Dmitri, el uno de noviembre de 1578, la herencia se había perdido.
El padre, Mijaíl, murió cuando Dmitri tenía nueve años. A la edad de quince años el joven fue enviado a la corte del zar Teodoro, en Moscú, para ser uno de los cientos de sirvientes nobles del soberano. Los miembros de las familias más acaudaladas hacían una carrera rápida pero ese no fue el caso de Pozharski. Se mantuvo en un plano secundario en la corte hasta que comenzó la Época de Revueltas. En 1605 el príncipe se hizo cargo de un regimiento y ganó su primer combate contra los polacos. Esta y otras batallas no eran grandes pero tuvieron éxito y se convirtieron en un factor sicológico positivo para los rusos.
En el año 1610 en la lista de los jefes militares del zar Basilio Shuiski el príncipe Pozharski figuraba en el décimo tercer lugar. Nunca tuvo suerte en obtener los privilegios merecidos por las victorias. Sin embargo, el zar valoraba su don para salir adelante en situaciones peligrosas. En una carta el monarca calificó al príncipe de “vigoroso e inquebrantable”.
El príncipe Pozharski fue enviado desde Moscú para comandar la fortaleza de Zaraisk, al sureste de Moscú, que cerraba el paso a las invasiones de los polacos. Zaraisk y varias ciudades rusas de la región de Riazán se convirtieron bajo el mando de Pozharski en los puntos de resistencia y de congregación de la fuerza militar que tuvo un papel clave en la preservación del Estado ruso. Aquí aparecieron las primeras milicias que en marzo de 1611 acudieron al auxilio de los moscovitas que se habían sublevado contra los polacos. Los rusos estrenaron una nueva táctica de combate. En medio de las calles construyeron barricadas hechas de muebles, carruajes y leña. Los defensores se escondían detrás de ellas y disparaban contra los atacantes. Cuando el ataque cesaba y el enemigo retrocedía, las barricadas se desmontaban y se movían hacia delante. Sin embargo, esta rebelión fue sofocada: los polacos recurrieron a la táctica de tierra quemada: se incendiaban las casas, el viento arrastraba las llamas hacia las barricadas y los moscovitas tenían que retroceder. El príncipe Pozharski participó en la sublevación, donde fue gravemente herido.
Alimentar a su propio ejército
Dmitri Pozharski acogió con precaución las noticias sobre el reclamo de la guerra de liberación que lanzó en la ciudad de Nizhni Nóvgorod el comerciante Kuzmá Minin: jamás la gente de las bajas capas sociales se metía en asuntos bélicos por su propia cuenta. Durante la primera reunión con los enviados de Minin, Pozharski se negó a hacerse cargo de las milicias populares. Las crónicas destacan que la negativa se repitió hasta que en el pueblo de Mugréyevo, donde se reponía de sus heridas Pozharski, se presentó Kuzmá Minin en persona. Se desconocen las razones que esgrimió pero el príncipe aceptó la comandancia. El subcomandante sería el comerciante Minin, algo inverosímil para aquella época.
Comenzó una etapa preparatoria de mucha importancia. El príncipe demostró ser un jefe militar cauteloso. Conocía perfectamente la necesidad de tener guerreros profesionales para combatir exitosamente a los invasores extranjeros. En aquel entonces eran los nobles y los streltsí (tiradores profesionales) los expertos en el arte de la guerra. Pozharski pasó revista a las tropas y advirtió que estaban mal armados, vestidos y alimentados. Entonces el príncipe pronunció ante los comerciantes de Nizhni Nóvgorod un discurso cuyo contenido dos siglos más tarde reformularía con una breve frase el emperador francés Napoleón Bonaparte: “El pueblo que no quiere alimentar a su propio Ejército dará de comer al ajeno”.
Los comerciantes aceptaron equipar las milicias populares con todo lo necesario. Además de los nobles y los stretsí, a las filas se incorporaron campesinos, artesanos y monjes. Se tomó la decisión de prescindir de los mercenarios: primero, eran inseguros e incompatibles con los ánimos de una guerra libertadora; y segundo, exigían altos honorarios.
Al principio Dmitri Pozharski se inclinó por una marcha libertadora directamente hacia Moscú. De camino a la capital debía celebrarse en la ciudad de Súzdal un consejo para elegir al nuevo zar de Rusia. Por diferentes razones las milicias populares al salir en febrero de 1612 de Nizhni Nóvgorod se dirigieron a la ciudad de Yaroslavl, centro importante en la región del río Volga. En esta ciudad el príncipe Pozharski prosiguió con el entrenamiento de las tropas, combinándolo con actividades políticas. En la ciudad se formó el Consejo de Todas las Tierras. A su administración se sometían cada día más ciudades y pueblos de Rusia y de todas partes llegaban guerreros y municiones. Se logró reunir un ejército de unas 30 000 personas, una imponente fuerza militar para aquel entonces. A finales de julio de 1612 las tropas emprendieron la marcha hacia Moscú.
La capital del Estado de Moscú estaba en manos de los polacos. La guarnición esperaba refuerzos. Para adelantarse a ellos, Pozharski envió a la caballería, lo que obligó a los invasores a recluirse en el kremlin, en el centro de Moscú. Cuando llegaron los refuerzos polacos, trataron de romper el cerco desde fuera de la ciudad. Las tropas rusas de nuevo recurrieron al método de las barricadas. Los combates más cruentos se libraron en el campo frente al monasterio de Novodévichi. El veintidós de agosto de 1612 los polacos cruzaron a caballo el río, se formaron para el combate en el campo (donde a día de hoy se encuentra el estadio olímpico Luzhnikí) y se lanzaron contra las milicias rusas. Los jinetes polacos, provistos de armaduras y lanzas largas, dispersaron a los adversarios. A la vista de los atacantes ya estaba Kitái-Górod, una de las líneas de la defensa de Moscú. De pronto, ante la caballería asomaron cañones de entre las barricadas. La primera salva hizo que los caballos y los jinetes “cayeran como la hierba cortada por una guadaña”, según describiría el episodio un cronista de la época.
El veintitrés de agosto la batalla continuó pero sin mayores éxitos para ningún bando. Los rusos se defendían entre los escombros de las casas en los alrededores del kremlin. El desenlace no tuvo lugar hasta el veinticinco de agosto. Dmitri Pozharski reunió a todos los regimientos en un solo lugar (en el campo sobre el que actualmente se extiende el bulevar Zúbovski de Moscú) y les ordenó tañer las campanas de los templos que todavía no hubieran sido destruidos por los incendios para convocar a las tropas dispersas al combate final. Los jinetes dejaron caballos y se unieron a la infantería. Los polacos huyeron y los que quedaron en el kremlin fueron cercados.
A finales de octubre de 1612 los invasores se convirtieron en caníbales. El jefe de los regimientos polacos escribió que “la infantería se comió a sí misma y procedió a comer a los demás, cazando a los rusos”. De los tres mil polacos que componían la guarnición, el día de la rendición, veintisiete de octubre de 1612, en el kremlin solo quedaba la mitad. La guarnición capituló cuando las milicias rusas conquistaron las líneas de defensa de Kitái-Górod. El cuatro de noviembre los rusos recorrieron las calles de Moscú en procesión solemne portando el icono de la Virgen de Kazán, salvadora y protectora de la tierra rusa.
En 1613 la nobleza rusa proclamó a Miguel Románov nuevo zar de Rusia. En la ceremonia de coronación Dmitri Pozharski estuvo entre los cortesanos más cercanos al zar: durante la procesión portó la manzana de oro, uno de los símbolos de prosperidad de la nueva dinastía de los zares rusos. Sin embargo, el príncipe Pozharski fue apartado poco a poco del poder por los nobles, que veían con recelo su desempeño como líder militar de las milicias, compuestas por gentes de las capas bajas de la sociedad.
La guerra contra los polacos y los suecos continuó pero dejó de representar peligros mayores para el Estado y la nueva dinastía de zares. Dmitri Pozharski participó en varias batallas pero fue súbitamente apartado de las tropas. Permaneció en el completo olvido hasta el año 1618. El uno de diciembre de ese año Polonia decidió firmar la paz con los rusos. Al príncipe Pozharski se le ordenó “estar presente” durante las negociaciones y no discutir las cláusulas de la paz directamente. Con esta decisión el zar utilizó al libertador Pozharski como un factor de intimidación a los polacos, un hombre que personificaba la fuerza militar que enterró los planes de los invasores de apoderarse de Rusia.
Al final de su vida el príncipe se convirtió en un gran terrateniente con varias casas en Moscú. Por su propia cuenta edificó dos templos en la capital y reabrió el famoso monasterio de Makáriev, cerca de Nizhni Nóvgorod. El príncipe se casó en dos ocasiones: en el primer matrimonio tuvo seis hijos, que posteriormente contrajeron matrimonio con familias aristócratas. Dmitri Pozharski falleció el veinte de abril de 1642 y fue sepultado en un monasterio de la ciudad de Súzdal.
A Kuzmá Minin y Dmitri Pozharski está dedicado el monumento en la Plaza Roja de Moscú erigido frente a la basílica de San Basilio. La escultura representa al ciudadano Minin entregando al príncipe Pozharski una espada. Con este gesto simbólico le pide que encabece las milicias populares y expulse a los invasores. El autor del monumento, la escultura más antigua de la capital rusa, levantado en 1818, es Iván Martos.
El historiador Vadim Kargálov escribió: “Además del talento, hay una calidad que distingue a Dmitri Pozharski de los demás jefes militares de la época: su fe profunda en el patriotismo del pueblo, su habilidad para unir y llevar consigo a la gente sin importar su procedencia social. Un gesto increíble para un descendiente de grandes príncipes es superar la arrogancia aristocrática. Dmitri Pozharski pudo superarla”.