Rudolf Nuréyev

Rudolf Nuréyev RIA / Valeri Shustov

Por tradición, el Festival Internacional de Arte de Ballet “Rudolf Nuréyev” en la ciudad de Ufá, principia con la ofrenda de flores al bajorrelieve del gran bailarín, que pasó los primeros años de su ilustre carrera en esta ciudad del sur de los montes Urales.

Durante todo el festival se representan los espectáculos clásicos del fondo dorado de la coreografía mundial como El lago de los cisnes y La Bella Durmiente de Piotr Chaikovski o La bayadera de Ludwig Minkus. Pero las obras de ballet contemporáneo y experimental también comparten el escenario de Ufá. Esto es lo que Nuréyev difundía con su trabajo.

El ballet clásico y el moderno, su antagonista, eran irreconciliables en la época de Nuréyev. Gracias a él y su extraordinario talento, este antagonismo se suavizó. Cambió la percepción del bailarín clásico y del ballet al juntar la dramaturgia y la nueva coreografía.

Rudolf Nuréyev cambió la percepción de los espectadores sobre el ballet clásico y sobre este arte en general al haber llevado la dramaturgia y la nueva coreografía al ballet. Participaba anualmente en 250 espectáculos como media. A veces bailaba 8 veces a la semana para aplacar su “hambre” de danza y el deseo de transmitir a todos su amor por el ballet.

El destacado bailarín vivió la época en la que los aficionados al ballet clásico y a su romanticismo se dividieron entre los que se mantuvieron fieles a sus bases y los que empezaron a buscar un nuevo lenguaje, una nueva coreografía de baile con el fin de mostrar las necesidades espirituales inherentes al ser humano del siglo XX y toda la amplitud de los sentimientos que le desbordan. Y este antagonismo estaba muy vivo.

Algunos heredaron las tradiciones del ballet clásico, añadiendo nuevos elementos coreográficos, nuevos movimientos plásticos de diferentes estilos de baile, componentes teatrales, ejecutaban bailes con toda la planta del pie y vestidos con un simple maillot. Así crearon el ballet neoclásico (Dzhordzh Balanchín —a menudo escrito “George Balanchine”—) y después el ballet contemporáneo. Otros rechazaron completamente las tradiciones del ballet clásico, bailaban descalzos y trataban de liberar el movimiento de los estereotipos conocidos. Así crearon el ballet moderno (Merce Cunningham, Isadora Duncan). Estos movimientos de ballet no pasaron desapercibidos para ningún coreógrafo ni bailarín destacado de aquella época. Ahora se suele decir que el ballet clásico trata sobre la persona ideal, mientras que el ballet contemporáneo versa sobre el ser humano moderno, sobre su soledad, su pasión sexual y sus celos, emociones que lo absorben todo.

Nuréyev fue uno de los primeros que trató de reconciliar el ballet moderno con el clásico. Y lo hizo con su baile y su coreografía. Con una nueva estética de danza, con nuevos principios en los movimientos, discontinuos, bruscos, que se distinguían completamente de los inicios del ballet clásico encontrando así la vía para ampliar sus posibilidades. Y el baile resultó ser el ganador de toda esta búsqueda.

El primer paso hacia la reconciliación del ballet moderno con el clásico fue su actuación en la televisión en el año 1971 con el conjunto de Paul Taylor. Después bailó con la compañía de Martha Graham y sus espectáculos tuvieron un gran éxito. Por ejemplo, las mejores entradas al estreno del espectáculo Lucifer en Broadway, EE.UU., se vendieron por unos 10 000 dólares y hasta allí llegaron los personajes más célebres del país, incluida la mujer del presidente Ford.

El efecto que Nuréyev conseguía gracias a su expresividad, su tensión emocional y su enorme talento para aprovechar las posibilidades del baile libre, mostró al mundo que este nuevo movimiento tenía futuro y que la herencia del ballet clásico se podía enriquecer para hacerlo más moderno.

Por ejemplo, consiguió que renaciera el interés por el ballet masculino. En los espectáculos clásicos de finales del siglo XIX, a los hombres se les otorgaba solo el papel de figurantes o “porteadores”, llevando a las bailarinas de una parte del escenario a otra. Nuréyev creó momentos de baile para ellos en sus adaptaciones (polonesa en El lago de los cisnes, vals de Raymonda, el acto 3 de La Cenicienta). Elaboró muchos números de solo, creando variaciones personales que hicieron a los bailarines entender más profundamente sus papeles. Conservó la potencia y técnica del hombre en sus solos, pero los perfeccionó, según destacan varios bailarines en el portal de la Fundación de Nuréyev, www.noureev.org.

En sus espectáculos, adaptaciones y revisiones de los clásicos, Nuréyev insufla una nueva energía a la obras, trata de añadir al ballet un matiz dramático y revela los aspectos psicoanalíticos en El lago de los cisnes, La bella durmiente o Cascanueces, suavizados en la coreografía tradicional. A los gestos de los personajes les añade una interpretación psicológica y como resultado, en un simple “paso” la forma deja de ser tan relevante y cobra auténtica importancia el reflejo del pensamiento o del sentimiento del personaje a través de este paso. De esta Rudolf “limpia el ballet clásico de los hábitos comunes”.

Entre la gran cantidad de aportaciones de Nuréyev pueden destacarse los saltos de danza contemporánea. En el clásico, los saltos se dirigen hacia arriba, mientras que en el moderno, atraviesan el espacio horizontalmente. Nuréyev combinaba ambos, lo que tenía como resultado que un bailarín saltara muy alto y se desplazara en el aire, lo que creaba la ilusión de que volaba y de que, por un momento, se mantenía suspendido en el escenario.

Quería comprobar si era posible realizar lo imposible y si se podían combinar las técnicas del ballet clásico y del moderno. Por ejemplo, lo que en el moderno se hace sobre toda la planta del pie, el pedía que se hiciera de puntillas como en la técnica clásica. Aspiraba a la perfección acercándose a unos límites peligrosos y demandaba lo mismo de aquellos que trabajaban con él.

“Nos enseñó cómo se pueden usar las capacidades físicas al máximo, lo que no se puede hacer con cualquier cuerpo o cerebro. Siendo muy vulnerable, lo que le asustaba mucho, no se permitía a sí mismo ni una debilidad, temiendo que esta se convirtiera en su 'talón de Aquiles'” según destacan algunos bailarines en el portal de la Fundación de Nuréyev. Su absolutismo no soportaba ni mediocridad, ni concesiones. Durante los ensayos, como un artista fiel y auténtico, se entregaba completamente, en cuerpo y alma, y se entregaba a los coreógrafos con sumisión y resignación.

Después de su muerte nos quedamos huérfanos pero todavía está con nosotros gracias a su ballet. Nos hizo comprender que el escenario es lo más sagrado, sea en un teatro prestigioso o uno humilde. Los bailarines que trabajaron con él afirman que gracias a ello empezaron a "ser" de verdad, a vivir plenamente la danza, incluso arriesgando su salud. Les enseñó a concentrarse y a ambicionar la perfección en su trabajo.

Breve biografía

Rudolf Nuréyev nació el 17 de marzo de 1938 y a los 7 años llegó a un círculo de baile en Ufá en el que enseñaban graduadas de la Escuela de Ballet de San Petersburgo, sometidas a represión tras la revolución socialista del año de 1917. El pequeño Rudolf quedó completamente maravillado por el ballet La canción de las grullas en el teatro de Ufá. El papel de hábil jinete del Cáucaso fue el primero de su carrera. A los 17 años entró en la Academia de Baile Agrippina Vagánova en Leningrado (actual San Petersburgo) y de inmediato se convirtió en el solista de uno de las mejores compañías del país, la del teatro Kirov (actualmente vuelve a tener su nombre histórico, "Mariinski"). Tan solo tres años después, en 1961, pidió asilo en el aeropuerto de Le Bourget, en Francia, durante su primera gira al extranjero.

En Francia, bailó con la famosa bailarina inglesa Margot Fonteyn y después encabezó el ballet de la Gran Ópera de París. A los 33 años se decantó por la coreografía moderna y lo que le llevó a alcanzar sus principales aportaciones al ballet mundial.

Murió de sida a los 54 años el 6 de enero de 1993 y fue enterrado en el cementerio Sainte-Geneviève-des-Bois en Francia, bien conocido por sus inmigrantes rusos, como el cineasta Andréi Tarkovski y el escritor Iván Bunin.

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