Serguéi Diáguilev
En los años en los que la sociedad rusa estaba en vísperas de los sangrientos acontecimientos de la revolución socialista, Serguéi Diáguilev llamaba a conservar la belleza y a educar en la gente la capacidad de percibirla. Llevaba a Europa las antiguas y modernas creaciones rusas en el arte de la pintura, la música y el ballet. La enigmática cultura rusa se reveló en Occidente con todas sus páginas doradas y provocó una fructífera reflexión allí: el impacto del arte ruso influyó en el arte occidental.
La verdad es que Diáguilev venía de la pobreza, financiaba proyectos culturales del bolsillo ajeno gracias a su capacidad de persuadir a los patrocinadores y murió con grandes deudas. Esto no significa que no gozara de los placeres de los grandes salones de la aristocracia europea, pero no era un hombre de dinero, sino un hombre de ideas.
El compositor Claude Debussy decía que Diáguilev con su encanto podía aliviar las piedras. Esto ayudaba a Diáguilev a que la gente trabajara con él. Sin embargo, se dice que era un dictador y un tirano, que no era hombre de gran simpatía y que gustaba de controlar todo el proceso de creación de tal manera que no permitía ser artísticamente libres a los grandes pintores y coreógrafos con los que trabajaba. Fue un fanático vulnerable y presuntuoso que temía enormemente cometer fallos y desmoralizarse, según sus biógrafos. Se comportaba como un aristócrata rico, pero no era ni rico, ni aristócrata.
Nació el 19 de marzo de 1872 en la provincia de Nóvgorod, en la familia de un militar activo, de origen noble. Al morir su madre muy temprano, de su educación se ocupó su madrastra. La familia se arruinó cuando Serguéi tenía dieciocho años y perdió todas las casas, fábricas y hasta instrumentos musicales. Esto cambió toda su vida. Además tenía dos hermanos menores a quien ayudar en su educación.
En 1890 llegó a San Petersburgo para estudiar en la facultad de derecho de la universidad y además aprender música en el conservatorio. Tras graduarse en la universidad, fundó el grupo Mir Iskusstva (“Mundo del Arte”) y la revista homónima.
Mir Iskusstva era una agrupación de pintores, escritores, críticos y músicos. En cierto modo fue un laboratorio en el que se crearon y perfeccionaron los propios Ballets Rusos. El grupo hizo mucho para promover los experimentos de decoración a través de su revista Mir Iskusstva y sus exposiciones.
Cabe destacar que los miembros de este conjunto creado por Diáguilev con sus amigos (pintores como León Bakst y Alexandr Benuá, entre otros) criticaron el realismo de Lev Tolstói. Rechazaban el culto a la “vida y la verdad” como algo que había llevado al arte ruso de finales del siglo XIX a un estado de decadencia. El arte, según ellos, tenía que mostrar al propio artista, el arte debía nacer con independencia de la “utilidad” y abrir “la verdadera realidad” a un mundo de ilusiones. Los festivales son una buena oportunidad para comparar a estos antagonistas rusos.
En Rusia, Diáguilev organizaba exposiciones de pintores rusos bajo el patrocinio de la revista Mir Iskusstva entre los siglos XIX y XX y cuando en 1904 este grupo se desintegró (posteriormente renació bajo la dirección del pintor Nikolái Rérij —con frecuencia escrito “Roerich”), Diáguilev sacó a relucir su gran talento como promotor, llevando el arte ruso a París. Las Temporadas Rusas, que se celebraron anualmente en la capital francesa entre 1906 y 1914, fueron la segunda y más viva culminación de su actividad como emprendedor.
Todo empezó con exposiciones en el Salón de Otoño en París de 1906 donde presentó obras de Iliá Repin, Valentín Serov, Ígor Grabar, Alexandr Benuá y otros. Y en 1907 fundó las Temporadas Rusas, giras de artistas rusos en París.
Durante este festival fundado por Diágilev, el mecenas abrió a Occidente las maravillas de los antiguos iconos, de los retratos del siglo XVIII y de la música clásica rusa (música y arte de Nikolái Rimski-Kórsakov, Modest Músorgski, Serguéi Rajmáninov, Alexandr Glazunov, Fiódor Shaliapin) y dio a conocer a los europeos las novedades creadas por los pintores y compositores contemporáneos de la época.
El polifacético teatro ruso se presentó ante la vista de los espectadores europeos en toda su plenitud en el año 1908 en el marco de las Temporadas Rusas. Se inauguraron con la ópera de Modest Músorgski, Borís Godunov, con el papel protagonista interpretado brillantemente por el gran bajo Fiódor Shaliapin, genial artista que creó unas imágenes muy expresivas de sus personajes. La ópera sorprendió a los expertos parisinos. Al principio, la música rusa les parecía bárbara, inarmónica. Pero la talentosa compañía de Diáguilev logró realizar lo imposible: que los parisinos se enamoraran de los genios rusos.
En cualquier caso, el principal legado de Serguéi Diáguilev para la posteridad fue el nacimiento del nuevo espectáculo sintético de ballet que podía servir para interpretar tanto un drama filosófico, como una sátira o una parodia. Entre los que participaron se encuentran grandes pintores (León Bakst, Alexandr Benuá, Mijaíl Lariónov, Nikolái Rérij, Natalia Goncharova), artistas de ballet (Anna Pávlova, Tamara Karsávina, Matilda Kshesínskaya, Vátslav Nizhinski), coreógrafos (Mijaíl Fokin, Dzhordzh Balanchín —o George Balanchine—, Leonid Miasin) y compositores (Alexandr Skriabin e Ígor Stravinski). El ballet sintético se creó a partir de su compañía de producción Ballet Ruso.
Los espectáculos de las Temporadas Rusas provocaban y escandalizaban al público, ya se tratase de la música de Ígor Stravinski Primavera Sagrada o de los trajes demasiado escotados de los bailarines que, además, eran homosexuales. La decoración de los ballets desconcertaba al público de París. Paradójicamente, ninguno de los decoradores de Diáguilev tenía formación profesional como diseñador o decorador: todos venían de la disciplina de la pintura. Además, ninguno de ellos se graduó en la Academia de Artes, sino que lo hicieron en escuelas privadas. Algunos, como Benuá, eran brillantes principiantes. Pero la ausencia de un academicismo estricto no solo no molestaba a los decoradores, sino que les permitía ser más flexibles en este sentido.
En los Ballets Rusos de Diáguilev participaron veintidós pintores rusos que en la realización de sus ideas se basaban en los métodos y tecnología occidentales. Pero en su alma seguían siendo rusos: empleaban motivos rusos heredados de las formas folclóricas y hasta sus combinaciones de colores y métodos de estilización de figuras eran herencia directa de las tradiciones nacionales. Además, Diáguilev fue el primero que reconoció el talento de Pablo Picasso, Coco Chanel, Henri Matisse, Mijaíl Lariónov y probó que ellos podían trabajar para el teatro, para sus espectáculos.
El rasgo más destacado de los pintores-decoradores de la época del Siglo de Plata ruso (desde finales de la década de 1890 hasta 1920) era la ausencia de lo superficial. A pesar de las necesidades nacionales o históricas, estos pintores mostraban una excepcional pureza y lógica de estilo. Estaban dispuestos analizar los rasgos etnográficos de los temas de las obras: Bakst estudió muy profundamente las culturas de la Grecia antigua; Benuá, la historia de Francia de los siglos XVII y XVIII; Goncharova y Lariónov recogieron y examinaron el folclore ruso... Por eso, a pesar de que cada interpretación suya de cualquier argumento dramático era el fruto de su imaginación, gozaban también de un alto grado de fidelidad histórica.
El singular espíritu ruso de los Ballets cautivó e impactó a los espectadores de las Temporadas Rusas en París, Londres y Nueva York. La impresión que dejaron fue tan profunda que llevó al historiador teatral León Moussinac a la conclusión en sus investigaciones de 1931 de que “los espectáculos rusos teatrales tuvieron un gran impacto e influencia en Europa y América”.
Una de las paradojas de los Ballets Rusos radica en que el conjunto de Diáguilev nunca actuó en Rusia. Diáguilev expresaba con frecuencia su deseo de llevar algunos espectáculos a San Petersburgo, pero en todas las ocasiones sus planes se vinieron abajo. Por supuesto que muchos pintores y representantes de las élites asistían a sus ballets durante sus viajes por las capitales europeas, pero la influencia del conjunto nunca llegó a ser muy fuerte ni en Moscú, ni en San Petersburgo.
El crítico de arte estadounidense John Bowlt destaca en su libro El arte ruso de decoración en teatros. 1880-1930 que es la capacidad de usar e introducir en la herencia nacional las ideas importadas, lo que hace a la cultura rusa tan atractiva. “A veces resultaba que bajo la dirección de Diáguilev aparecía un híbrido brillante, un cóctel chispeante que a la vez atraía y apartaba, seducía y destruía”.
Diáguilev era el líder conceptual que unía a los artistas. Era homosexual, no lo ocultaba y se sentía orgulloso de su orientación sexual. Estocreó una singular mitología alrededor de sus Temporadas Rusas. La gente percibía su compañía de ballet como un orden mítico rodeado por una atmósfera erótica. Y esto fue muy importante para la popularidad y la publicidad en el caso de Diáguilev. Además, esto hacía a Serguéi un hombre valiente porque tan solo habían pasado quince años del encarcelamiento del escritor inglés Oscar Wilde por ser homosexual.
Murió igual que vivió, lleno de deudas. Sus últimos días los pasó en Venecia y sus amigos tuvieron que pagar la cuenta del hotel. Pero dejó una herencia tan grande, que todavía da frutos.
El destino de los miembros de su familia fue más duro. A su hermano lo fusilaron un mes después de la muerte de Diáguilev. A su otro hermano lo desterraron a trabajos forzados en Asia, donde murió. Su sobrino también fue deportado al norte, pero volvió al entonces Leningrado, se convirtió en director de orquesta y conoció al compositor ruso Dmitri Shostakóvich.