Historia de los duelos en Rusia
La liberación de los nobles rusos y la epidemia de duelos
Permiso de duelos y fin de una época
Grandes poetas rusos como Alexandr Pushkin, Mijaíl Lérmontov, Alexandr Griboyédov, Nikolái Gumiliov, Maximilián Voloshin, el político ruso (presidente de la III Duma de Estado y ministro de Defensa del Gobierno provisional de Kérenski) Alexandr Guchkov y muchas otras personas de renombre o menos conocidas construyeron la sangrienta historia de los duelos en Rusia.
El primer duelo conocido en Rusia se libró en 1666 entre dos oficiales… extranjeros: el escocés Patrick Gordon (futuro general de Pedro el Grande) y el mayor inglés Montgomery, ambos en el servicio ruso. Aunque la costumbre de los duelos “clásicos” se desconocía en el ámbito ruso, este precedente hizo que la princesa Sofía, que gobernaba el país de facto, los prohibiera.
Aunque Pedro I difundió en Rusia muchas tradiciones europeas, se mostró categóricamente contrario a que un oficial perdiera su vida en vano. En su habitual forma tajante, el emperador no dejó posibilidades a ninguno de los contrincantes. Su famoso reglamento militar de 1715 castigaba con la horca y la confiscación de bienes cualquier “pelea con pistolas o espadas”, tanto a oficiales extranjeros en el servicio ruso como a los propios rusos. “Si alguno fuere herido o muerto […] será ahorcado por las piernas aun estando sin vida”. La misma pena estaba prevista para los padrinos de los duelos.
No obstante la drástica regulación de Pedro, oficialmente en vigor hasta 1787, esta norma nunca llegó a aplicarse. Cabe recordar que las transformaciones en la vida de los nobles rusos inicialmente no iban más allá del cambio en la vestimenta y que conceptos como el pundonor entró en la aristocracia rusa con posterioridad. A esto se sumaba el común temor de castigo.
La liberación de los nobles rusos y la epidemia de duelos
Cuando en 1762 la nueva emperatriz, Catalina II, sancionó el famoso decreto de su recién derrocado por ella misma esposo, Pedro III, que suprimía la obligación de la nobleza de servir en la administración pública o en el Ejército, en la Rusia zarista apareció por primera vez un estrato de población libre. Junto con la libertad, la siguiente generación de jóvenes aristócratas adquirió el sentido del honor.
En la época de Catalina II la juventud noble, todavía fiel al juramento a la bandera y al zar, poco a poco fue adquiriendo la costumbre de no dejar que el Estado se entrometiera en los asuntos del honor. Mucho más tarde esta fórmula fue resumida por el general Lavr Kornílov en estas palabras: “El alma, a Dios; el corazón, a la mujer; el deber, a la patria; el honor, a nadie”.
Durante más de dos siglos los duelos fueron parte de la vida y de la literatura rusa. A ellos dedicaron obras Alexandr Pushkin, Mijaíl Lérmontov (los más destacados poetas rusos, ambos fallecidos en sendos duelos), Antón Chéjov, Alexandr Kuprín, Lev Tolstói y muchos otros.
Pese a las constantes prohibiciones nada pudo detener el derramamiento de sangre. Más aún, los duelos rusos destacaban por su tremenda crueldad, a diferencia de lo que ocurría en países como Francia, donde esa dureza había sido desterrada hace tiempo. Por ejemplo, la distancia de fuego variaba de 3 (!) a 25 pasos (la más frecuente era de 15 pasos); había duelos “hasta el desenlace grave” (muerte o herida grave) y duelos sin padrinos ni médicos; a veces uno de los contrincantes, elegido al azar, se situaba al borde de un precipicio, de espaldas a este, para que incluso una herida ligera resultase mortal al poder hacerle perder el equilibrio (tal como lo describió Mijaíl Lérmontov en La princesa Mary). Los duelos con condiciones más “ligeras” se despreciaban y se tildaban de “duelos franceses”, “duelos de corcho” (en alusión a las botellas de champagne que se abrían para celebrar la avenencia), etc.
Dadas tales condiciones con frecuencia perecían ambos contrincantes, tal como pasó en 1825, cuando cayeron en su famoso duelo “a ocho pasos” el aristócrata y cortesano Novosíltsev y el oficial Chernov, quien defendía el honor de su hermana y familia. Los jefes de regimiento, aunque respetando formalmente las leyes, motivaban el sentimiento del honor entre sus oficiales y bajo cualquier pretexto trataban de quitarse de encima a aquellos que se negaban a aceptar desafíos.
Aún más terrible era el duelo “del pañuelo”, cuando de dos pistolas se cargaba solo una. Los contrincantes elegían un arma al azar. Acto seguido se ponían uno frente otro sosteniendo un pañuelo por sus extremos (esa era toda la distancia que los separaba) y disparaban a la señal del “árbitro” de la contienda. El que quedaba con vida averiguaba entonces cuál era la pistola que estaba cargada.
A ello hay que añadir que a pesar de los correspondientes artículos del Código Penal y del Reglamento Militar, la sociedad rusa (y con frecuencia las autoridades) “toleraban” los duelos. A veces esta permisividad se elevaba al más alto nivel… El extravagante emperador Pablo I se pronunció a favor de que los gobernantes europeos solucionaran sus disputas por medio de duelos.
Sin embargo, estos enfrentamientos no eran tan frecuentes entre militares de especialidades más “técnicas”: zapadores, ingenieros, marineros, artilleros, etc. El conocimiento y la inteligencia se valoraban más que la valentía en estas tropas.
Un destacado duelista y “decembrista” Mijaíl Lunin se atrevió a retar incluso a Konstantín, el hermano del emperador Alejandro I.
Conocido por su difícil carácter, voluntario en campañas “extranjeras” de Suvórov y ex comandante de uno de los cuerpos del Ejército ruso en la guerra contra Napoleón, Konstantín se enfadó en unas maniobras y levantó su sable contra el teniente de la caballería de guardia Kóshkul. El teniente rechazó el golpe de Konstantín y con su sable lo despojó de su arma diciendo: “¡Calma, Alteza!”. Konstantín se marchó enfurecido pero volvió a las siguientes maniobras para pedir disculpas ante los oficiales del regimiento. “He oído decir que la caballería de guardia está disgustada y estoy dispuesto a darles una satisfacción: ¿Quién quiere?”, preguntó Konstantín. Lunin en seguida espoleó su caballo y se acercó respondiendo: “Nadie podría rechazar tal honor”. Konstantín, que no esperaba tal bravura, respondió en broma: “Eres muy joven para esto”.
Con experiencia en muchos duelos, Lunin, al igual que muchos jóvenes oficiales en tiempos de paz, no podía vivir sin riesgo y estaba dispuesto a retar a cualquiera.
El trágico desenlace de una contienda sirvió de pretexto para la primera manifestación política pública en Rusia. Vladímir Novosíltsev, procedente de una influyente familia de la aristocracia rusa, joven y brillante oficial de la corte real, se enamoró de Yekaterina Chernova, de una familia noble pero pobre. Cuando los padres de Yekaterina bendijeron a su hija, la madre de Vladímir se opuso al matrimonio y obligó a su hijo a que retirase su propuesta. El hermano de Yekaterina, Konstantín Chernov, un oficial del regimiento de guardia Semiónovski, exigió explicaciones al “novio” y más tarde, viendo que Vladímir era incapaz de desobedecer a su madre, tuvo que retarlo. Dada la gravedad de la ofensa, las condiciones fueron mortíferas: ocho pasos. Ambos dispararon casi simultáneamente y recibieron heridas de muerte.
El catafalco con las exequias de Novosíltsev atravesó solemnemente todo San Petersburgo, seguido por lujosas carrozas decoradas con los escudos de sus dueños. La aristocracia se despedía de uno de los “suyos”.
En contraste con el “aristocrático” entierro de Novosíltsev, la despedida de Chernov se convirtió en una verdadera manifestación política organizada por el poeta y primo hermano del difunto, Kondrati Ryléyev, su padrino en el duelo. El escritor, que moriría ahorcado tras la sublevación del catorce de diciembre de 1825, informó sobre el entierro a todos sus conocidos, en lo que se convirtió en una verdadera “revista de tropas”. El cortejo fúnebre atravesó la capital rusa impresionando a muchos habitantes.
Miles de personas, entre ellas compañeros de regimiento del fallecido, miembros de la sociedad clandestina, Yakubóvich, Kiujelbékker y otros (recordemos estos apellidos, que van a reaparecer en nuestra historia), junto con todos aquellos que tres meses más tarde se sublevarían por la libertades en Rusia, se congregaron para dar el último adiós al modesto oficial que pudo defender el honor de su familia contra la cúpula aristocrática… al menos así pensaban todos los reunidos.
La idea fue expresada en una carta del decembrista Vladímir Shtéinguel: “Todos los que son capaces de pensar y sentir se unieron en esta silenciosa procesión para expresar su compasión a aquel que pudo haber expresado una idea común, sentida consciente e inconscientemente: la idea de defender a un débil contra un fuerte, a un humilde contra un holgazán”.
Vílguelm Kiujelbékker intentó leer sobre la tumba el poema de Ryléyev A la muerte de Chernov, que contenía acusaciones contra la tiranía, pero otros decembristas no le dejaron hacerlo para no provocar al Gobierno y evitar así una investigación a pocos meses de la insurrección.
Entre los duelos que han pasado a la historia se encuentra una partie carrée (un tipo de duelo en el que después del enfrentamiento entre los principales contrincantes se batían sus padrinos) en la que se vieron involucrados la famosa bailarina Avdotia Istómina (loada en hermosos versos de Alexandr Pushkin), el dramaturgo, poeta y diplomático Alexandr Griboyédov y el decembrista (y famoso duelista) Alexandr Yakubóvich, entre otros. Los principales contrincantes fueron: el joven cortesano, conde Alexandr Zavadovski, y el teniente de caballería de guardia Vasili Sheremétiev. Pocas personas hubieran recordado este duelo y a sus protagonistas si no fuera por los padrinos: el oficial de caballería famoso por sus hazañas en el Cáucaso Yakubóvich (futuro decembrista) y el clásico de la literatura rusa (autor de la brillante obra teatral en verso La desgracia de ser inteligente) Griboyédov.
El duelo se libró en 1817 en San Petersburgo y el motivo fue una mujer: la famosa primera bailarina de la ópera y el ballet capitalino, Avdotia Istómina, amante de Sheremétiev. Después de una fuerte discusión con este, la artista fue invitada “a tomar té” por el joven poeta Griboyédov al apartamento que el escritor alquilaba con Alexandr Zavadovski (ambos solteros). Istómina se quedó allí dos días.
Sheremétiev se encontraba fuera de la ciudad pero cuando a su regreso supo lo sucedido, recurrió a su amigo, el famoso y pendenciero oficial de caballería Alexandr Yakubóvich, quien solo conocía un remedio: “Claro que hay que pelear. […] Tu amada estuvo en el apartamento de Zavadovski pero la llevó por allí Griboyédov, así que tenemos dos personajes que necesitan un balazo”.
Según varios testigos, la barrera para Zavadovski y Sheremétiev estaba colocada a doce pasos. Después le tocaba el turno a los padrinos de ambos: Griboyédov y Yakubóvich.
Ardiendo en cólera y celos, Sheremétiev disparó antes de llegar a la barrera y su bala arrancó el cuello de la levita de Zavadovski. “¡Me ha querido matar! ¡A la barrera!”, exclamó Zavadovski. Sheremétiev se acercó a la barrera pero al oír que algunos de los presentes estaban persuadiendo al conde (quien por cierto era un gran tirador) de que no lo matara y que Zavadovski les contestó que iba a disparar en la pierna, gritó: “¡Me tienes que matar! ¡En caso contrario te mato yo!”.
Zavadovski disparó al vientre. Veintiséis horas después el joven oficial moría y el duelo entre Griboyédov y Yakubóvich se postergaba para otra ocasión.
Tras algunas semanas de encarcelamiento, Zavadovski fue enviado al extranjero. Yakubóvich fue castigado con el envío al Cáucaso (lo que implicaba una importante rebaja de estatus social, además el Cáucaso era región en constante guerra), al regimiento de dragones de Nizhni Nóvgorod. Muy pronto por allí llegó Griboyédov (quien pudo evadir el castigo ya que todos los presentes afirmaron que fue tan solo un testigo) en una misión diplomática, camino a Persia.
Griboyédov comprendía que era él quien había provocado la anterior y trágica contienda que había terminado con la muerte de Sheremétiev y temía otra muerte. El diplomático trató de calmar a Yakubóvich pero fracasó. Según Nikolái Muraviov-Karski, futuro general y gobernador del Cáucaso y entonces un joven oficial y padrino de Yakubóvich en aquel duelo, Yakubóvich fue el primero en disparar pero no quería matar a su rival, por lo que su bala atravesó la mano de Griboyédov. Este disparó antes de llegar a la barrera, aunque tenía derecho a ello, y erró el tiro. Justo por su mano desfigurada se pudo identificar, años más tarde, el cadáver del gran diplomático, poeta, músico y patriota, muerto junto con todo el personal de la embajada (se salvó solo el tercer secretario) en Teherán a manos de una muchedumbre de fanáticos religiosos.
En una entrada del diario de Muraviov-Karski datada el mismo año del duelo aparece, como algo tan rutinario como las clases de persa que le daba Griboyédov, una mención al duelo que tuvo uno de aquellos días Kiujelbékker, un compañero de estudios y amigo de Pushkin…
Pese a que el asesinato de una persona en duelo suponía una pena de cárcel de seis a diez años, en la práctica este castigo no se aplicaba, siendo la pena más difundida entre los militares su envío al ejército activo (solía ser al Cáucaso, como en el caso del poeta Mijaíl Lérmontov, por su duelo mantenido contra Ernest de Barante, hijo del embajador francés) o, en caso de muerte, degradación a soldado (como en el caso del barón Georges-Charles de Heeckeren d'Anthès, el asesino de Pushkin), con su posterior envío a la guerra, donde por lo general los duelistas recuperaban su grado.
En algunos regimientos se reunían tantos “degradados” y duelistas que en cierta medida daban fama a estas unidades. Posiblemente el más conocido de ellos fue el 44.º regimiento de dragones de Nizhni Nóvgorod, con frecuencia llamado “la guardia del Cáucaso”. Por una parte en este regimiento solían ingresar los aristócratas del Cáucaso, y por la otra en el mismo servían los castigados oficiales de guardia y los duelistas degradados a soldado. Además, a este regimiento llegaban a servir oficiales de guardia en busca de hazañas y medallas.
En él sirvieron, entre otros famosos “espadachines” de la época, Yakubóvich, Mijaíl Lérmontov (en su primer exilio al Cáucaso, a donde lo enviaron tras la publicación del poema A la muerte del poeta, dedicado a la caída en un duelo de Alexandr Pushkin y cuyos versos ofendieron a la alta aristocracia), así como muchos ex oficiales juzgados y degradados a soldado tras la sublevación de los decembristas.
La época fue rica no solo en poetas y militares ilustres, sino también en duelistas, y sin duda el más temible de ellos fue el conde Fiódor Tolstói, tío segundo del gran novelista ruso Lev Tolstói.
Apodado “el Americano” por su estancia en las colonias rusas de América, cuando participaba en la primera expedición rusa alrededor del mundo, bajo el mando del capitán Iván Kruzenshtern, fue arrestado y expulsado de su barco por “conducta impropia”.
Según los testimonios de una sobrina segunda suya, María Kaménskaya, “de acuerdo a sus propios cálculos mató a once personas y las anotó en su ‘lista de difuntos’. Tuvo once hijos que murieron siendo niños y a medida que iban falleciendo, él iba tachando de su lista a sus víctimas y añadía la palabra ‘pagado’. Cuando murió su undécima hija, encantadora e inteligente, Tolstói tachó de la lista al undécimo fallecido y dijo: ‘Ahora, gracias a Dios quedará con vida por lo menos mi gitana de pelo rizado’”, es decir su hija Praskovia. Y así fue.
A propósito, en 1826 solo un milagro evitó que se enfrentaran en duelo Fiódor Tolstói y Alexandr Pushkin, once años antes de que el gran poeta ruso (que participó en dieciocho duelos durante su vida) falleciera, en 1837, en un duelo con el barón Georges-Charles de Heeckeren d'Anthès.
Permiso de duelos y fin de una época
Finalmente en 1894 el zar Alejandro III decidió que tan solo con un duelo un oficial podría defender su honor. Fueron publicadas las “Reglas de procedimiento para la resolución de desavenencias entre oficiales”, por las cuales los Tribunales de Honor Castrenses se arrogaban el derecho de asignar duelos sin petición ni reto alguno por parte de los involucrados y si alguien se negaba a batirse, debía retirarse del servicio. Curiosamente este documento no anulaba el castigo ni los correspondientes artículos del Código Penal, pero prometía un indulto a aquellos que se batieran de acuerdo “con las reglas”.
Quizá con la firma de este documento el emperador recordaba la lección (descrita por el famoso príncipe y anarquista Piotr Kropotkin) que aprendió de su padre, Alejandro II, cuando, siendo todavía el heredero al trono, ofendió a un oficial. Ante tal desigual situación y la imposibilidad de retar al heredero, el oficial ofendido envió un mensaje a Alejandro, demandando sus disculpas por escrito bajo amenaza de quitarse la vida. Transcurridas veinticuatro horas sin obtener respuesta, el oficial se pegó un tiro. El enfurecido Alejandro II reprendió a su hijo con dureza y le obligó a formar parte del cortejo fúnebre durante todo el camino al cementerio.
No tan frecuentes como en la primera mitad del siglo XIX, los duelos se mantuvieron como un fenómeno cultural ruso hasta los inicios del siglo XX. El conocido político Alexandr Guchkov participó en varios duelos a lo largo de su vida. Cuando Guchkov fue herido en un brazo en el enfrentamiento que mantuvo con el coronel de la inteligencia militar Miasoyédov, al que había acusado sin pruebas de espiar para Alemania, lo que le valió la “invitación” al duelo, fue recibido con una ovación en el Parlamento ruso, del que era miembro. A propósito, ni él ni muchos otros duelistas de la época pertenecían a la clase noble rusa.
La revolución rusa de 1917 cerró esta época. Tras el golpe del Estado bolchevique, en 1917, los mejores intelectuales y oficiales rusos, con su espíritu de dignidad y honor personal, cayeron en la guerra civil o tuvieron que emigrar. Por su parte el Estado bolchevique declaró que tales conceptos como el deber y el honor eran vestigios del “pasado zarista”. Muy pronto la función de los duelos fue sustituida por las denuncias a los comités del partido o a la Policía secreta, mientras que el pragmatismo estatal se impuso sobre el sentido del honor. La nobleza fue reemplazada por el fanatismo en unos y la prudencia en otros.